Usted está aquí: viernes 11 de marzo de 2005 Política Presidenciables

Jorge Camil

Presidenciables

No estamos lejos de la época en que el gran elector consultaba a las "corrientes mayoritarias del partido" (que era como consultar el tarot o las estrellas) para invocar al tapado entre nubes de incienso: "Atención, señoras y señores -anunciaba el presidente por boca del jefe de pista, el legendario Fidel Velázquez-, en los próximos seis años serán gobernados por... ¡el secretario equis!", que en el momento mismo de la revelación se convertía en oráculo nacional y abanderado de todas las causas: cetemistas, cenecistas y ceneopistas, sin tener la menor pista, se atropellaban rumbo al besamanos y reconocían en el ungido, que nunca elegido, a un ser superior; un iluminado dispuesto a sacrificarse por nuestras mejores causas. Y con excepción de los últimos presidentes el sistema funcionó con precisión de relojería suiza: los presidentes presidían, los secretarios obedecían y los ciudadanos vivían happily ever after, como en los cuentos de hadas.

¡Qué días aquellos!, cuando funcionarios sin afectaciones, enfundados en sobrio casimir inglés, sabían hablar en público y dictar ex cathedra con infalibilidad papal desde el sancta sanctorum de Los Pinos (aunque nada de lo que ahí sucedía hubiese tenido jamás olor de santidad); políticos con oficio contribuían a la puesta en escena saludando multitudes acarreadas con gestos de emperador romano y perfilándose pintureros, con los brazos abiertos, para repartir abrazos que tenían la sinceridad de una boa dispuesta a comprimir a su víctima.

Después la caballada se hizo flaca, y la proverbial cargada de búfalos se desperdigó dando paso a tecnócratas obsesionados con el renglón de supuestas utilidades que jamás fueron "útiles" ni "dadas", y que a la postre nos llevaron a la ruina. Ahora, en el "sexenio del cambio", tenemos encuestas, como la publicada por Reforma la semana pasada, en la que electores potenciales calificaron a cuatro precandidatos, excluyendo convenientemente a la candidata oculta (¿oh, culta?, quizá sólo bien vestida). En la encuesta, el secretario "todo palacio" (¿nacional?) resultó, como en los premios Oscar, ganador en las categorías de mejor vestido, mejor presencia física y timbre de voz (cualidades que ha cultivado esmeradamente en su corta vida pública, con exclusión de las demás). Dicen que el hábito no hace al monje, pero Aristóteles Onassis, que de monjes no entendía ni jota pero sabía cómo hacer dinero, aseguraba que para ser millonario había que aparentarlo, y la encuesta demostró que Creel o sus asesores de imagen han decidido que trajes azul marino, corbatas francesas, voz engolada, trajes de charro, la ubicua bandera nacional, el eterno retrato del Benemérito (aunque él no tenga mérito) y la barba rala, a la Ben Afleck o Enrique Iglesias, lo convertirán en un candidato atractivo para todos los electores. Ya lo dijo el difunto Arthur Miller, y lo dijo bien: "hay más teatro en la política que en el verdadero teatro" (o sea que estamos como en el filme de la deslumbrante Kim Basinger Atrapados sin salida). ¿Ideas, liderazgo, propuesta? ¡Por favor!, sería mucho pedir en el "sexenio del cambio".

Roberto Madrazo, ampliamente reconocido como estandarte de las mañas, trucos y engaños que fueron el pan nuestro de cada día del Revolucionario Institucional en su época de oro, cuando la moral era un árbol que daba moras, fue identificado en forma nada sorprendente por la mayoría de los encuestados como el más agresivo, hipócrita, mentiroso y mañoso, y el más asociado con las ideas de corrupción e ilegalidad. A los votantes les avergonzaría (¡ni Dios lo quiera!) presentarlo al Sumo Pontífice o llevarlo a una escuela pública (quizá siguiendo el sabio consejo que recomienda "¡no contamine!"). En la pasarela de Reforma Andrés Manuel López Obrador, no obstante los videos y el pretendido desafuero, fue considerado el más capacitado para gobernar, el que tendría el equipo de colaboradores más hábiles y honestos, y por quien hoy votaría 34 por ciento (contra 25 por ciento para cada uno de los señores Creel y Madrazo). ¿El más populista? "Sí, ¿y qué?", contestó sin enfado 60 por ciento de los encuestados. El último, Jorge G. Castañeda, no obstante sus promesas de cambio, fue el gran perdedor en casi todas las categorías, confirmando que genio y figura nos persiguen hasta la sepultura.

Si la barba en Creel pretende darle un aire hollywoodesco, la de Castañeda le congela el rostro, proyectando la imagen del español caricaturizado del cuento: "el tío cejijunto, maldiciente, barbicerrado y permanentemente encabronado" (con los epítetos ceceados, por supuesto). La marcada inclinación por López Obrador es consistente con los vientos de izquierda que soplan huracanados en América Latina: Argentina, Venezuela, Chile, Brasil, y últimamente en Uruguay con el triunfo del médico socialista Tabaré Vázquez. La globalización, un caballo de Troya económico promovido por George Bush padre, subsiste hoy únicamente en el intervencionismo militar de Bush hijo.

 
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