Usted está aquí: miércoles 9 de marzo de 2005 Cultura Con Las puertas, el artista Christo hizo visible el viento en Nueva York

Siete mil 500 piezas anaranjadas fueron vistas por 1.5 millones de personas

Con Las puertas, el artista Christo hizo visible el viento en Nueva York

Estimuló en el Central Park una movilización y resistencia que desafió al imperio desde dentro

El instalacionista persigue el efecto estético mediante la eficacia empresarial

HERMANN BELLINGHAUSEN ENVIADO

Ampliar la imagen Las puertas creadas por Christo y Jeanne Claude ocuparon los senderos del Central Park FOTO Hermann Bellinghausen

Nueva York. Este es el año de la llegada de Christo a Nueva York, que no es lo mismo que las terribles llegadas del otro Cristo a Bruselas o Berlín pintadas por James Ensor, Otto Dix y George Grosz. Muy a tono con la época, este Christo no llega para echar a los mercaderes del templo. Su misión es ornamental y de buen vendedor. Y a estas alturas a quién le importa la vieja disputa del siglo pasado: esto es arte/esto no es arte. ¿Cuántos mingitorios más necesitaremos de Marcel Duchamp?, ¿cuántas cuentas bancarias con la firma de Pablo Picasso? Cámara, plis.

Christo practica la probada técnica de epater le bougeois que tanto funcionó a los maestros de helarte moderno. Pero mediante una vía soft.

Ornamental, funcional. Si el artista búlgaro es provocador para alguien, han de ser para los arquitectos. Los tapa. Por lo demás, persigue al efecto estético mediante una eficacia empresarial muy bien escenificada. Como en el presente caso: cambia pasajeramente la faz de una ciudad (la ciudad), estimula a sus habitantes, atrae turismo local y foráneo en temporada baja, mueve la economía y ofrece un pretexto para la convivencia social en un país muy necesitado de ella (y donde se le permite cada vez menos, como no sea en los shoping malls o las iglesias).

No reproduce los happenings aristocráticos de Dalí ni las elitistas latas Campbells de Warhol. Pone sólo puertas. Muchas, 7 mil 500 en todas las veredas de Central Park. Y consigue un happening masivo que en dos semanas congregó millón y medio de personas. El artista no se puede quejar.

El ''concepto Christo'' se ha desenvuelto durante varias décadas, envolviendo y maquillando paisajes, fenómenos atmosféricos y monumentos. Cuando se ha tratado del Reichstag, el Pont Neuf o las bahías de Australia, involucra a la población. Otras veces rodea islas desiertas y para ''ser espectador'' el público necesita rentar una avioneta. Cualquier día se le ocurrirá montar un rave a mitad de Groenlandia. Okey, ¿y luego? Otro récord Guinness, cierta ''controversia'' y un montón de reseñas y reportajes. De cualquier manera, ¿para qué sirve hoy el arte?

La alteración del paisaje, las instalaciones y performances, la jardinería de gran formato, la imagen del (otro) Cristo en un frasco lleno de orina, el arte-basura, el minimalismo, la automutilación y la decoración del cuerpo, los situacionismos, el ''objeto encontrado'' de estirpe surrealista-pop-y-posmoderna. Así están las cosas, antes y después de Christo. Como dijera Miles Davis: ''So what?''

Donde el público es la obra de arte

Ningún lugar del mundo es tan reconocible y a la vez terreno mayor de lo impredecible, lo inédito, lo rabiosamente local y universal, como la ciudad de Nueva York. Ella ''es'' la historia del Siglo, escenario de mil películas, crisol en refugio, única metrópoli occidental privilegiada por una ausencia de guerra que sólo se rompería al amanecer el nuevo siglo. Calosfrío generalizado en las espinas dorsales, los ataques del 11 de septiembre de 2001 significaron para los apocalípticos neoyorquinos sólo otra raya en el tigre (aunque sin minimizar: una raya gruesa y profunda).

A diferencia de casi cualquier otra ciudad estadunidense, aquí la gente es consciente del mundo, porque lo mira y lo ve reflejado en sus entrañas. Es común encontrar neoyorquinos (de cualquier origen) que piensan en Africa devastada, en las epidemias y las guerras por criminales razones de mercado e inhumanas. Aquí el sida y hasta la gripa son amenazas permanentes y se sabe lo que es vivir en riesgo. Adoran a los bomberos, pero la invasión de Irak es altamente impopular. Nadie ignora que la política del dólar se decide aquí, en buena medida. Una cierta Nueva York (de la muchas existentes), conocida como Wall Street, engolfa una forma de poder más amplia e ingobernable que esa de las armas, la ''seguridad'' y la guerra que reside en Washington (ciudad que nunca será universal).

Muchas veces las minorías son aquí mayoría, y las mayorías están acostumbradas a ser incluyentes, pues no hay de otra y la diversidad (¿tolerancia?) forma parte del carácter, del genio local. Christo y su colaboradora-pareja Jeanne-Claude eligieron bien el sitio para sus nuevo proyecto, que ni tan nuevo. Les tomó 25 años, dicen. De bocetos, cálculos, negociaciones, adaptaciones, asociaciones útiles y financiamientos colaterales. Una ''obra'' efímera desarrollada como obra pública, con permisos municipales en regla, toneladas de materiales específicos, miles de metros de tela naranja, millares de tuercas y tornillos, un ejército de constructores y otro de guardianes lo que duraron instaladas las Puertas. Una pieza de buena ingeniería.

Educados en el beisbol, las grandes ligas (incluida la de las naciones) y la lógica bancaria, los neoyorquinos sienten pasión por los récords, los porcentajes y sus propias multitudes. Todo lo que llama la atención forma parte de su naturaleza. Les encantó que les ''intervinieran'' el paisaje. La rudeza del invierno apenas ahuyentó al público. El último fin de semana de The gates, el Central Park amaneció cubierto de nieve, se avecinaba una tormenta y las agujas del viento no dejaban abrir bien los ojos. Más frío, quizá en el Artico. No obstante el personal se dejó venir en pleno. Un entusiasta paseo dominical que no creo que ocurra ni en verano. Y muchos visitantes, muchos, en una suerte de coloquial conmoción estética (''la belleza será convulsiva o no será'' del surrealismo). El desdeñoso debate de si esto es o no ''arte'' lo estaban dando los comentaristas de televisión, como David Letterman. O sea, los más ignorantes.

Los habitantes de Nueva York hicieron de las Puertas de Christo una obra de arte, en caso de que en sí mismas no lo fueran. Y hay que reconocer que sí lo eran. El 'instalero' ''hizo la América'' como nunca. Planeadas para incorporarse al paisaje seco y desnudo del parque invernal, las Puertas llenaron de vida el espacio con su anaranjado artificial y agradable que poseía la especial virtud de hacer visible al viento (''una ráfaga de aire anaranjado'', escribía Neruda en su Oda al perro). Hasta la discreta familia de halcones que habitan Central Park y son algo así como las mascotas de la ciudad, manifestó su aprobación y anduvo muy activa y paseadora sobrevolando las Puertas.

Entonces cayó, caprichosamente, la nieve. Desaparecieron los ocres y grises y la desnudez del parque empalideció por completo, se hizo carne de la diosa blanca. Y sobre ella, regular y ondulante, la larga procesión de zaguanes y cortinas color naranja cobró nueva vida de una manera solar y pasmosa. El populacho no lo pudo resistir y salió a ver y estar. La profusión de cámaras fotográficas y de video con que todos se entrerretrataban en el memorable paisaje permite por cierto concluir que, en el aspecto audiovisual, ya todos somos japoneses.

Mejor que una Navidad. De buena gana el público dilapidaba sus centavos, para beneplácito de los vendedores de hotdogs, pretzel y helado de chocolate. Hoteles y restaurantes llenos. No dejaban de llegar de la vieja e ilustrada Europa aviones cargados de ''público'' que viajaba específicamente a visitar las Puertas de Christo. Se movió la economía, y resulta significativo, pues Estados Unidos, muy potencia y muy los ricos, tiene su economía bastante paralizada y a nadie escapa que con el bushismo las cosas van para atrás en los distintos terrenos de la vida democrática.

¿Qué tienen que ver el arte y la democracia? En principio, nada, pero el encuentro de Christo y su público estimuló con las armas de la estética un sentido de movilización y resistencia que desafía al imperio desde dentro.

Llamaba la atención, siendo ''New York'', la ausencia de vandalismo, grafiti, estencil, pegatinas o alguna ''intervención'' del tercer tipo sobre las estructuras de plástico y metal. Extraño rasgo de disciplina colectiva que permitió conservar el carácter escueto, casi zen, de las Puertas, abiertas en un parque donde por lo demás nunca habían existido puertas de entrada ni de salida.

 
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