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México D.F. Viernes 12 de noviembre de 2004

Sergio Ramírez

La palabra más vieja del mundo

l título de la recién aparecida novela de Gabriel García Márquez, Memoria de mis putas tristes, ha venido a otorgar licencia a esa palabra terrible, causas a la cual a los niños se les amenazaba siempre con lavarles con jabón la boca al atreverse a pronunciarla, muy propia, a pesar de todo, para ensayar primeros balbuceos, apenas dos sílabas armónicas. Los niños, con picardía intuitiva, suelen provocar a sus mayores repitiéndola.

Con esa licencia, pues, y aceptando de antemano que licencioso viene de licencia, quiero hacer esta evocación etimológica. En sus orígenes porque viene del latín putta el vocablo, cuyo significado es niña, o muchacha, tiene una acepción inocente, o pederasta, según como se quiera. Excluye, eso sí, a las mujeres maduras, y a las de avanzada edad, discriminadas así, por definición, para la práctica de este milenario oficio. Pero no siempre las palabras mandan, y ya se sabe que no hay tal exclusión. Los burdeles han sido a través de los siglos casas de asilo para esas matronas robustas, o escuálidas, que envejecen desoladas, recordando la gloria de mejores tiempos, y en busca de la clientela perdida se disfrazan de adolescentes, sobre todo de alumnas de colegios de monjas. Delirios de la tercera edad.

Hay quienes, por rigor académico, sustituyen floridamente puta por hetaira que viene del griego antiguo, y equivale a cortesana. Otras expresiones, que se avienen más con la letra perdularia de los tangos, recuerdan el malevaje de los burdeles: mujeres de la calle, mujeres de la vida, mujeres de la vida alegre, mujeres perdidas. Mi maestro de derecho penal en la universidad de León solía decir mirando con nostalgia socarrona a la ventana: ''šMujeres perdidas! Y tan fácil que es hallarlas..." También se dice hoy día ''trabajadora sexual", una palabra que más que lujuria evoca derechos sindicales y prestaciones sociales, vacaciones y horas extras.

Mujeres de la vida alegre. Desde la santidad de los hogares donde se elabora el apelativo, la vida de las putas viene a evocar una imagen de eterno jolgorio y risas locas, la felicidad sin enmienda sin tapujos, el más recalcitrante de los mitos frente a la tristeza de la carne de alquiler. Y para la dueña de casa, amenazada desde afuera en su estabilidad conyugal, cualquiera que ponga los ojos en el marido se vuelve una puta, aunque esté lejos de ejercer ese oficio pecaminoso, y nunca haya pisado el dintel de un lupanar. ƑLupanar? Es un nombre arcaico para los burdeles de cualquier categoría, que no significa ''casa de lobos", como podría creerse, y que uno puede hallar aún en las novelas latinoamericanas del siglo XX.

El mito de la eterna felicidad en el oficio queda deshecho, sin embargo, en la voz pecaminosa de Agustín Lara, que puso a las putas, Santa, santa mía..., en el doliente altar de la adoración, con aquel inmortal ''te vendes, quién pudiera comprarte..." Entronizadas en las casas de lenocinio palabra ésta otra sacada de los secos códigos de policía el inquieto anacobero Daniel Santos les reza con fervor en esa plegaria desesperada que es Virgen de Medianoche. Musas del amanecer, reinas todas de la tragedia, madres que se sacan de las entrañas los fetos que aparecen en los basureros, madres de los hijos expósitos que solían aparecer en las puertas de los conventos, madres, por tanto, de folletín, y de las películas de cabaret de Juan Orol.

Pero una mentada de madre, o mentar a la madre, va en ofensa de la santidad natural atribuida a toda madre, porque se la mienta como puta. Igual que los niños boca sucia, Sancho, mientras cabalga en su jumento a la par de don Quijote, no afloja en la expresión šhideputa!, ya desde entonces šhijo de puta! la peor de las injurias, capaz de despertar en el alma del ofendido la cólera más feroz; y como si no bastara, el superlativo agrega fuerza a la ofensa: šhijo de la gran puta!, que llega a tener aún una carga mayor en Nicaragua, sobre todo si es a grito partido: šhijo de las setenta mil putas! Setenta mil. Toda una abigarrada colectividad, muy superior en número a la de las once mil vírgenes; ya se sabe que las vírgenes están en minoría.

Prostituta, mientras tanto, suele utilizarse como un término más técnico, y puta a secas queda relegado a la oscuridad de lo entendido por vulgar y deleznable; la palabra ''diputado" parecería provenir de esta familia verbal. Pero cuando se quiere denostar a algún político o funcionario del sexo masculino, presidente o ministro, por haber caído en el vicio obsceno de la corrupción, se dice: ''se prostituyó", y no ''se emputeció". Un corrupto es entonces un prostituto, y no un puto.

''Humani nihil a me alienum puto", repite a través de los siglos el gran filósofo de la antigüedad, Terencio. No hay porqué lavarle la boca a Terencio. Pese a la palabra final, la frase traducida del latín quiere decir: ''Nada de lo que es humano me es ajeno".

Ciudad de México, noviembre 2004.

www.sergioramirez.com

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