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México D.F. Lunes 20 de septiembre de 2004

Se cumple el séptimo aniversario luctuoso del gran escritor, cronista e investigador

Federico Garibay esparció semillas de afición y de amistad, señala crítico

Declamador, coleccionista y aficionado paráctico, exigía sus erales en puntas

LEONARDO PAEZ

Algunos individuos no mueren del todo. Su rica personalidad, su testimonio apasionado, su trayectoria congruente y su obra magnífica se los impide. Trascienden a un plano de influencia post mortem para continuar ganando batallas y exhibir a los infieles a la esencia del toreo, por ejemplo.

"Es la semilla que esparció Federico entre tantos y tantos aficionados, no sólo a las corridas de toros, sino también a la poesía, a la historia, al coleccionismo -libros, revistas, fotos, boletos, carteles y litografías del siglo XIX, ah, y de infinidad de hermosos poemas en su privilegiada cabeza-, a la investigación y a las lecturas taurinas", a decir de Alfredo Cruz Ornelas, discípulo, amigo y cronista taurino del periódico Público, de Guadalajara y, como Garibay Anaya, ex presidente de la peña taurina Mal de Montera de aquella ciudad, que el próximo 21 de septiembre rendirá otro homenaje a su memoria.

"Su dedicación apasionada y rigurosa a la fiesta de los toros, cautivaba -prosigue Alfredo-; con generosidad compartía sus secretos como escritor y cronista único. Anhelaba que todos se comprometieran con el arte del toreo no con entusiasmo sino con fervor. Poseía e irradiaba un hambre de ser del auténtico torero de la legua que llevaba dentro. Por cierto, en todos los festivales de la peña, Federico invariablemente exigía que sus erales fueran en puntas. En la ganadería de Santacilia le vimos un faenón por naturales a una vaca vieja, cornalona y pesada. Cuando al concluir lo felicitamos por su valor, comentó: 'no se equivoquen, no hay que fijarse en los pitones sino en sus intenciones'. Cuanto hacía, lo hacía con verdad y con liturgia de oficiante iluminado."

-¿Mezclaba su afición con su religiosidad?

-Déjame referirte algo que sólo los aficionados de Guadalajara saben -abunda emocionado Cruz Ornelas-: el jueves 28 de agosto de 1997 la peña taurina Mal de Montera organizó en el Museo de la Ciudad, en Guadalajara, un acto músico-literario y una exposición con motivo del cincuentenario luctuoso de Manolete. Federico, de traje y corbata negros, más delgado que nunca, desplegó un repertorio de poemas relacionados todos con la muerte. "Mientras más cerca de mi tumba voy, el paso de la vida me convierte en más amigo de mi propia suerte...", empezó diciendo con su voz de lujo y su entonación sin artificio, pero como si declamara para él más que para el público, en una especie de serena despedida simbólica, ante una sala repleta y centenares de personas escuchando en los corredores. Al día siguiente ingresó al hospital, donde fallecería 25 días después, no sin haber enviado, horas antes, su postrer texto al periódico Reforma, del que era cronista taurino desde su fundación.

"Cuando pasó a inaugurar la muestra pictórica, escultórica y fotográfica manoletista, Garibay, en vez de cortar el listón desató un nudo diciendo: 'mejor abrimos el cerrojo de la puerta de toriles del arte'. Luego casi se arma la bronca pues varios aficionados querían adquirir el extraordinario retrato a lápiz que el gran artista Ignacio Garibay, hermano de Federico, había hecho del Monstruo de Córdoba, enmonterado, sugerida apenas la casaquilla e increíble la profunda mirada con esa melancolía antigua. A veces la sensibilidad artística comparte consanguinidades.

"En 44 años de vida, Federico Garibay -continúa el también autor del estudio Rentabilidad del arte taurino y de la obra Toro de barro, sobre la plaza de Tlaquepaque-, desarrolló una actividad ejemplar como creador, investigador y comunicador, amén de espléndido amigo y agudo aficionado, que lo mismo aprendía de un monosabio que hacía observaciones a un empresario.

"Autor de la novela Pío Granda, dulzuras, escrita a los veintitantos años, en la que plasma su autorretrato torero y presagia su propia muerte, Garibay escribió también México se viste de luces, en coautoría con Miguel Luna Parra; Drama y tragedia en Guadalajara, con Guillermo Parra; La gloria y el infortunio; hizo la Baraja taurina jalisciense, con el pintor Rubén Espinosa, y varios folletos publicados por el grupo Bibliófilos Taurinos de México, del que fue entusiasta miembro. Cronista del periódico Ocho columnas, editor de las revistas México mío y El Castoreño, la primera con el gran fotógrafo Oskar Ruizesparza, y la segunda con el maestro varilarguero Israel Vázquez, así como colaborador del programa de radio Contrabarrera, de la revista Espontáneo y del Anuario taurino de México. Un emperador de su propia, privilegiada existencia."

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