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México D.F. Lunes 20 de septiembre de 2004

Concluyó la Bienal de Sevilla, que celebró 25 años

Literatura y poesía están ligados íntimamente al arte flamenco

ARMANDO G. TEJEDA CORRESPONSAL

Madrid, 19 de septiembre. La poesía y el flamenco viven desde hace siglos en incesto permanente. Son dos manifestaciones artísticas que se han conjugado con singularidad en la tierra del cante jondo, hasta el punto de que nombres como Federico García Lorca o Lope de Vega se identifican inmediatamente con las diversas expresiones de este arte popular.

Los espectáculos presentados en el marco de la Bienal de Flamenco de Sevilla, que este año cumple su 25 aniversario, confirman la premisa de que la literatura y la poesía españolas de los últimos siglos está ligada al arte flamenco. Y viceversa.

Un breve repaso al programa del festival, el mayor escaparate internacional para los artistas flamencos, permite constatar que los bailaores y cantaores se inspiran lo mismo en obras de autores clásicos del siglo de oro, como Calderón de la Barca o Quevedo, que en las de escritores más recientes, como Rafael Alberti, Antonio Machado o el mismo García Lorca, quizá el ejemplo más claro de esta relación incestuosa; algunos de sus libros más emblemáticos -Bodas de sangre, entre otros- están inspirados en el mundo gitano y el flamenco, que, a su vez, los han representado numerosos artistas desde los géneros más diversos.

El cantaor José Menese explicó a La Jornada: "Siempre he dicho que el cante con letras hermosas se enriquece, y va siendo hora de que la juventud se preocupe de lo que hay detrás del texto y no se cante siempre lo mismo, lo manido, lo que está súper oído. El siglo de oro de la literatura española, los poemas de Lope de Vega, Quevedo o Calderón de la Barca, sin duda alguna enriquecen al flamenco". El mismo se inspiró en un poema para el espectáculo que presentó en la Bienal, titulado A mis soledades voy, de mis soledades vengo, en el que también rescató para el flamenco textos de Santa Teresa de Jesús.

La Bienal de Sevilla nació con un objetivo prioritario: impulsar el entonces disperso e infravalorado arte flamenco, que a lo largo del siglo pasado se consolidó en el escenario internacional, pese a sufrir durante décadas de prejuicios extendidos en su país de origen, España, donde fue condenado a una involuntaria marginalidad. La misma que todavía sufre el pueblo gitano, una minoría étnica que hasta la fecha no ha sido integrada plenamente al resto de la sociedad y que ha sido víctima de una larga y silenciosa segregación.

Los genios del arte flamenco del siglo pasado, como Camarón de la Isla o Enrique Morente, uno de los cantaores más valorados de la actualidad, evocaron con asiduidad a poetas de la Generación del 27 que fueron testigos y víctimas -al igual que el pueblo gitano- de la hecatombe histórica de la Guerra Civil española (1936-1939). Un enfrentamiento bélico de terribles consecuencias para centenares de miles de personas del llamado bando perdedor que sufrieron del exilio masivo, el exterminio por motivos ideológicos y la persecución y represión permanente durante los casi 40 años de la dictadura fascista de Francisco Franco.

Un ejemplo de esto es, otra vez, el poeta granadino García Lorca: tras ser denunciado a las huestes franquistas por un amigo de la familia, fue detenido y fusilado en un barranco solitario de su tierra natal, donde sus restos todavía permanecen sepultados en una fosa común.

Pero el flamenco también se ha inspirado en poemas de autores que lograron salvar la vida y repatriarse a otro país, como Rafael Alberti, cuyo largo exilio en Argentina y Cuba está muy presente a lo largo de su prolífica obra, como se demuestra en los libros Entre el clavel y la espada o Baladas y canciones del Paraná, entre otros.

Luis Caballero, un cantaor que a sus 85 años es la memoria viva del flamenco, narró su singular historia durante esos años de aniquilación y guerra, en la que fue encerrado en un siniestro campo de concentración, donde sólo "esperaba la muerte". Pero, contó: "El flamenco me salvó la vida porque, estando en el campo de concentración, un muchacho y yo empezamos a cantar. Sin intención, por aburrimiento. El muchacho era de Málaga. Cantó y nadie le dijo olé. A continuación canté yo, también por mi cuenta y riesgo. Pasabamos un hambre descomunal y entraba agua por todas partes. Se produjo una epidemia de figus exantemático y muchos murieron. Yo me salvé y nunca supe por qué, a veces creo que fue por mi necesidad del cante flamenco." Al tiempo que recuerda que "en aquellos tiempos un cantaor, peor o mejor, estaba expuesto a luchar contra los prejuicios. Te pagaban lo que querían o no te pagaban, te trataban como a alguien a quien se le puede mandar por tabaco".

Sobre el futuro del flamenco, Caballero es contundente: "El cante no se acaba. Es como los jaramagos, que salen solos". O como dice el también cantaor Pies Plomo, con la voz activa a sus 80 años: "El cante lo tiene cada persona en el alma. Yo vengo de una casa cantaora y mis hijos se han criado así, por eso todos cantan. La pureza del flamenco seguirá siempre, tendrá sus altas y sus bajas, pero permanecerá porque es una música sensible que transmite y llega al corazón. Por eso hay personas que lloran al escuchar flamenco. Lo que es imperdonable es que los cantaores que tienen sus raíces, sus vivencias, las traicionen por dinero".

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