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México D.F. Lunes 20 de septiembre de 2004

Hermann Bellinghausen

Un primer plano

ƑSalieron ya las lanchas? No. Parece que no. La niebla cubre el agua, apenas si hay luz, todavía. El viejo en la ventana se lleva a las sienes el quemante alivio de sus manos frías, duras como el metal de los barandales. Debería avisar a los muchachos, de la niebla. Las articulaciones duelen, son lo único que todavía le crece. Le da flojera caminar como antes.

No es profunda, la niebla, se dice para tranquilizarse. Otra interminable noche en vela frente a la ventana, de cara a la negrura sin luna de la costa pacífica. Su vida ha desfilado antes sus ojos, en conjunto y por detalle, noche tras noche, como dicen que sucede al momento de la muerte. Para él ya es costumbre. Y está bien. Está bien viejo. Rasguña los 80. Antes digan.

En noches así el mar es hipócrita. Se finge tranquilo, demasiado. Ya le conoce el viejo sus trampas. El mar se adormece cuando va a atacar. Sí, avisar a los navieros, a los lancheros. En cuanto amanezca. Muchachos, hay niebla. Es posible que levante, pero la verdad quién sabe. Ahí ustedes deciden.

Sabe que lo tomarán como advertencia seria y seguramente no zarparán. Es lo que espera el viejo. Habla esporádicamente con los muchachos; cuando acontece, ellos hacen caso.

Si nostalgia significa desear otro tiempo, uno que fue -lo conocemos, nos gustó aunque doliera, y lo perdimos-, entonces él no es nostálgico. Lo que fue, con ser tanto, ya fue. Santo y bueno.

Su increíblemente vieja esposa decidió morir antes que él. Años atrás. En su amor de viudo no guarda nostalgia sino aceptación. Agradecimiento y alivio. Santo y bueno.

Pero, a su edad, y dicho sin ofender, Ƒqué más espera? Por qué seguir tratando con el pasado en batallas inconclusas. Y sobre todo, para qué seguir esperando otro día, otro año, otro amor, otro cuadro.

Loco que ha de estar, como cualquiera que ha sido joven demasiado tiempo. Lo bueno para él, que es pintor. Se ''distrae'' y desahoga en sus aguafuertes y acuarelas. No trabaja ya lienzos grandes, pero todavía lo pinta todo.

Amanece, sin aclarar. Se resigna y cubre con el abrigo de vaca marina del perchero. Los pescadores se congregan en el malecón. Sale a ellos, que murmuran bromas soñolientas que tienen que ver con la mujer que no despertaron al levantarse, o la farra de ayer. Al viejo le parecen cándidos, y los aprecia. Comunica de la niebla en los términos que pensó y repasó cuidadosamente las dos horas anteriores. Oigan, parece inofensiva, podría disiparse con la brisa, si soplara. Transmite su presentimiento. Ajá, asienten ellos, entremirándose como niños a los que avisan que hoy no hay escuela. Apenas disimulan la alegría.

No salieron las barcas, podrá informar en voz alta a su interlocutora ausente y cruel al regresar a la recámara. Atraviesa el otoño de su locura con estoicismo declinante pero solar. ƑPintará la niebla? No, para qué la noche. El negro que tiene no alcanzaría. ƑEntonces el amanecer, su grisura, las chispas del oleaje invisible? Tampoco, gruñe como gato de monte.

Esperará la respuesta del océano a tanta calma. Al Pacífico le chocan las calmas. Las rebota. Las revienta. Se les tira encima. El viejo lo sabe. Conoce de toda la vida a ese otro viejo maniático y predecible: el mar.

Esperará. Lo pintará cuando ataque, levante las palmas, vuelque las naves o las aplaste contra el muelle. De haber salido a mar abierto, los pescadores y guardacostas tendrían el regreso cancelado y la tormenta toda para ellos, una soledad que no desea nadie.

-No te preocupes, vieja. Ya dije a los muchachos. No saldrán.

No le gusta descubrirse hablando en voz alta. Y no porque haya quien lo escuche, que no hay, sino porque le prueba que está loco. Apacible, si no lo provocan. Pero de remate.

No será a estas alturas que lo espante una furia más. Se aprieta al rostro sus manos frías. Queman. Lo despiertan del insomnio en un día que ni pintado para pintar. Para pelear...

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