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México D.F. Lunes 20 de septiembre de 2004

Pierde el campo a sus jóvenes y a su identidad

Emigran hacia las ciudades ante la falta de empleo; sus salarios, los más míseros

KARINA AVILES

El avance de la lógica capitalista en el campo provoca que los jóvenes del medio rural comiencen a perder la sabiduría heredada de sus antepasados y encadenen cada vez más su futuro a empleos urbanos, en los que abandonan la pobreza de sus pueblos para convertirse en miserables de las ciudades.

Los jóvenes que habitan las pequeñas comunidades han perdido la esperanza de mejorar su calidad de vida a partir del empleo en las parcelas. Hoy, las condiciones laborales que enfrentan son peores que nunca.

De entre los más de 30 millones de jóvenes en México, ellos son los que tienen las más bajas remuneraciones. Mientras la mayoría obtiene una paga que va de mil 500 a 4 mil pesos, 56.8 por ciento de los muchachos del medio rural ganan menos de mil 500 pesos al mes y 13.6 por ciento de ellos ni siquiera reciben salario por su labor, ya que son trabajadores sin pago, de acuerdo con la Encuesta Nacional de la Juventud (ENJ).

Carlos Galicia López, de 18 años de edad, vive en Vistahermosa, pequeña población perteneciente a Jilotepec, Veracruz, en la que los pocos trabajos que hay los dan los emigrantes o, más bien, el dinero que mandan de Chicago para que los jóvenes que todavía están acá les construyan su casa. Narra que este mes se irá hacia Estados Unidos, porque "en el campo te pagan 50 pesos al día y 'tá cabroncillo".

A pesar de que obtienen los más bajos salarios, son los que mayor tiempo dedican al esfuerzo laboral. Según la ENJ, emplean de 10 a 12 horas o más para hacer producir la tierra. Sin embargo, ese esfuerzo no se ve reflejado en ninguna prestación o derecho laboral, pues 82.7 por ciento no cuentan con un contrato que les garantice las prestaciones que por ley deberían tener.

En los casos en que laboran bajo contrato, son excluidos de las garantías obtenidas por otros trabajadores. No hay registro de que tengan créditos para vivienda, 0.1 por ciento tiene derecho a jubilación o fondos de retiro, 0.1 por ciento a becas para ellos o sus hijos, 0.4 por ciento a un seguro médico, 0.8 por ciento a vales y 1.4 por ciento accede a servicios de salud, establece la encuesta.

En zonas rurales de la ciudad de México, como San Andrés Mixquic y San Nicolás Tetelco, los derechos de los jóvenes que trabajan la tierra no son mejores, si bien es cierto que ganan más -120 pesos por jornada- en comparación con otras entidades.

De cualquier forma, los salarios no alcanzan más que para la sobrevivencia de ellos y de sus familias, pues muchos son ya padres. La carencia, la precariedad del empleo y la idea de ganar aunque sea algo más los aleja poco a poco de sus pueblos.

En los campos de San Andrés Mixquic, que se ubica en los límites del Distrito Federal y el estado de México, Samuel Jiménez, de 22 años, no deja de darle duro al azadón para el desbroce de espinacas.

"Aquí está difícil porque nomás va uno al día y el trabajo es muy pesado. A un primo hasta calentura le agarró en el corte de rábano", platica mientras las gotas de sudor se le resbalan por todo el rostro enrojecido.

Para completar y poderle llevar el sustento a su esposa y sus dos hijos, en la tarde se va al corte del broco, como él le dice. Esto le representa de 50 a 70 pesos más. Pero a veces, con todo y lo que hace ha tenido que buscar trabajo en la ciudad de México.

En la capital del país se empleó de guardia de seguridad por mil 500 pesos a la quincena, menos de lo que gana por sembrar brócoli o espinacas.

Los gastos de traslado, de la comida fuera de casa, entre otros, hicieron que sus percepciones se vieran aún más disminuidas y que la tranquilidad se acabara. "En la ciudad no hay la misma libertad que en el campo; en una empresa tienes que ir a fuerza, si no te descuentan mucho", reflexiona.

La investigadora Lourdes Pacheco, de la Universidad Autónoma de Nayarit (UAN), advierte que con una educación concebida en contra del saber campesino y una enseñanza que en lugar de darles ventajas produce mayores desigualdades, los jóvenes huyen del mundo rural. "Con lo mal que les enseñan en las primarias, en las urbes se convierten en los peones de la ciudad, ya que apenas saben leer y escribir; son mano de obra barata.

"El campo se está despoblando de jóvenes" y hay una tendencia que apunta hacia la falta de herederos de una ruralidad que tiene que ver con sus ritos, sus símbolos y sus costumbres.

Hoy, alerta la especialista, "los jóvenes se están quedando con una nueva ruralidad que se relaciona más con las empresas agroindustriales. Ya no es tanto sembrar como campesinos, sino como jornaleros y peones de otros". Lo anterior, explica, se debe a la penetración de las lógicas de organización capitalista que provocan el tránsito del campesino que "hace surgir la tierra con sus ritos y ceremonias al campesino mercantilizado".

En la entrada de su vivienda, Yarisa Carreto Ramírez ve pasar la tarde; a eso de las siete, los hombres de El Coyolillo, en Veracruz, empiezan a llegar del corte del café, de la caña, de la siembra de maíz. La joven, de 19 años, está ansiosa por sumarse a los muchachos de El Coyolillo que se van a trabajar a Indiana o Chicago. "Yo me quiero ir allá para conocer y ganar dinero. No me gusta trabajar en el campo", comenta.

En este pueblo gran parte de los jóvenes emigraron a Estados Unidos y otros, los que aún quedan o ya regresaron, como Gabriel Carranza Carreto, dicen que la vida en la metrópoli es bien distinta: "Allá, en Chicago, un departamento era para seis personas y tenía dos recámaras. Trabajé en cocina, en computadoras tomando órdenes, en fábricas de mantenimiento; allá va uno al trabajo que sea".

Frente a la casa del hijo de Lencho, en la calle más importante del pueblo -porque ahí está la única farmacia y la iglesia-, Amalio López Acosta, quien saca de su mente calaveras, brujas y toda clase de animales para convertirlos en máscaras, platica que sus dos hermanos andan "en el otro lado", pero también sus primos Leobardo, José Miguel, Rafael, Ramón, el tío Copertino y el tío Otilio.

"A mí me quieren llevar, pero yo les digo que para el año que viene. Cuando mi papá fue asesinado no tenía donde sembrar, pero me casé y mi suegro me dio chance; él estaba solo y necesitaba fuerza. Mi esposa no quiere que me vaya, yo estoy donde ella, así no ando pensando mal", confiesa el joven, de 27 años.

Lourdes Pacheco destaca que las consecuencias de la introducción de la idea de la economía de mercado en el campo son muy graves, porque por un lado los jóvenes pierden la sapiencia de sus antepasados, ya que la empresa les dice cómo y qué sembrar; pero también se hacen dependientes del dinero y pierden la posibilidad de vivir sin éste, pues en las ciudades no pueden ir a capturar una iguana para comer.

En la comunidad huichosla de Potrero de la Palmita, en Nayarit, Vicenta López Minjares recuerda que una vez fue para Tepic: "No me gustó nada. Sólo puedes salir con dinero porque ahí no regalan nada. Compran agua, compran todo; aquí se puede sembrar lo que uno quiere".

Como ella, hay otros jóvenes, aunque cada vez son menos, que se sienten atados a la tierra y a lo que ella significa. Tranquilino Torres Silverio expresa que la tierra es el único derecho "que dice que existo y me hace valer como indígena. Yo desconocía lo que era vivir hasta que el pueblo me dio un papel que significa mucho: dice que tengo un pedazo y por eso soy demasiado afortunado.

"El papel nomás dice que tenemos derecho al pedazo, pero no dice qué extensión ni dónde está. Me lo dio el pueblo porque desde chico hice trabajo comunitario. Para mí, la tierra es casi la última esperanza que tenemos. Sin ella, ¿qué sería de nosotros?"

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