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México D.F. Domingo 5 de septiembre de 2004

Rolando Cordera Campos

La nueva filosofía de la miseria (empresarial)

Claudio X. González, ahora presidente del Centro de Estudios Económicos del Sector Privado, vuelve a la carga en defensa de los intereses del empresariado, tal y como él los entiende e interpreta. De acuerdo con El Economista, "el empresario calificó como una tragedia que Andrés Manuel López Obrador llegara a gobernar el país, ya que un personaje populista condenaría a México a caer en un desastre económico".

Según X. González, "en el proyecto de nación que planteó el jefe de Gobierno del Distrito Federal lo único que ofrece es una carta a Santa Claus, en donde ha maiceado a todo el mundo". La belicosidad de este conocido líder de la iniciativa privada no parece ser compartida por los actuales dirigentes de la llamada cúpula empresarial, quienes, según la misma fuente, más bien urgieron al Presidente y los partidos a pasar de los acuerdos virtuales a la "realidad política, pues no es posible que ambas partes aseguren estar dispuestas a la tregua, cuando en los hechos lo niegan". José Luis Barraza, presidente del Consejo Coordinador Empresarial, fue más lejos y "reiteró que la unidad es primordial para tomar las riendas del país, por lo que llamó a la calma y la cordura para dialogar" (El Economista, 03/09/04, pp. 1, 38).

La unidad y el acuerdo son productos de la política y difícilmente pueden emanar de amagos belicistas en contra de algunos de los posibles participantes en el hipotético convenio. De entrada, se necesitaría del concurso de todos los partidos y de sus principales personeros, si de lo que se trata es de pactar y no de simular o de someterse a las muletas del secretario de Gobernación. Descalificar drásticamente al jefe de Gobierno no le hace favor a esta nueva ronda de entendimientos a que convocara, un tanto equívocamente, el Presidente el pasado primero de septiembre.

Un problema no menor para esta nueva iniciativa es que los famosos cuanto vaporosos acuerdos que habrían de hacer los partidos y el gobierno, son vistos por los directivos de los organismos patronales, principalmente, como una condición para acometer lo que ellos consideran es la gran tarea inconclusa del sexenio: las reformas estructurales sin las cuales, en palabras de León Halkin, presidente de la Concamin, "no se podrán generar inversiones ni empleos y, sobre todo, brindar certeza jurídica a los inversionistas nacionales y extranjeros" (ibid).

La congruencia no ha sido nunca el fuerte del pensamiento empresarial, salvo cuando se examina sus discursos desde el mirador de sus intereses inmediatos. Entonces sí que hay claridad, solidez, rapidez para enmendar entuertos o disponerse a la fuga. Lo que queda claro hoy es que cuando pretenden hacer política democrática, con partidos, organizaciones sociales, gobiernos, los patrones no las tienen todas consigo y suelen imprimirle a la escena política más confusión que la que de por sí la aqueja.

La unidad política que unos buscan, por ejemplo, no se compadece con la guerra de clases y contra todo lo que les huela o les suene a populismo a que otros convocan. El hecho de que el objetivo reformista parezca unificar y dar sentido al verbo patronal, no resuelve, más bien complica, la dispersión discursiva y retórica de los voceros de la empresa. Nos dicen: sin las reformas de mercado en la electricidad, el fisco y el mundo laboral, y si se puede también en Petróleos Mexicanos, agregaría enjundioso X. González, el país no podrá marchar y la amenaza de la "fuga de inversiones", de que también habló este último, se volverá realidad implacable. Pero ni ellos, ni el secretario de Hacienda que propuso las reformas, se han tomado la molestia de mostrar, analítica o racionalmente, la relación de causalidad que exista entre dichas reformas y un mayor crecimiento o más solidez del país. Por el contrario, la insistencia en imponer las reformas, como ha ocurrido recientemente en el Instituto Mexicano del Seguro Social, pero también con Luz y Fuerza del Centro, sí abre la puerta a movilizaciones que no juegan en favor de la estabilidad social o política de México.

El ingeniero González nos anuncia una tragedia y es probable que sea eso lo que nos depare el destino, si López Obrador sortea el pantano jurídico y luego salta las enormes vallas de la política, logra organizar un partido que le dé los votos que necesita y con todo ello se aposenta en Los Pinos a partir del primero de diciembre de 2006. Todo puede ocurrir hasta esa fecha y después de ella, más aún si tomamos en serio las estridencias y advertencias histéricas de columnistas financieros y merolicos del estado de resultados.

Se trata, sin embargo, de conjeturas, juegos de probabilidades y encuestas a la orden, y no de certezas poderosas. Lo que no entra en el terreno de las hipótesis y forma parte ya de nuestras realidades más tristes es la pobreza estratégica del empresariado organizado, o de sus representantes. Esto sí que tiene ribetes trágicos para el país y para su propia clase, porque ambos, país y empresarios, apostaron todo a una iniciativa que se quedó corta y ahora sólo acierta a dar palos de ciego

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