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México D.F. Martes 17 de agosto de 2004

Luis Hernández Navarro

Venezuela: cuadrangular con casa llena

Hugo Chávez se voló la barda. Por octava vez consecutiva desde 1998 triunfó en una consulta popular o en un comicio presidencial. "La pelota cayó en el centro de la Casa Blanca, le metimos un jonrón", dijo ante la multitud reunida frente al Palacio de Miraflores para celebrar su triunfo, y añadió: "Es un regalo para Bush".

En esta ocasión, con 94 por ciento de las actas contadas, el presidente de Venezuela obtuvo 58.25 por ciento de los votos. Porcentaje mayor al conseguido cuando fue electo en 1998 con 56.2 por ciento de los sufragios, y al 57 por ciento alcanzado cuando se religió en 2000. Triunfo aún más destacado si se considera que varios de sus antiguos aliados hace seis y cuatro años participan hoy en la opositora Coordinadora Democrática, y que en esta ocasión la abstención fue de tan sólo 27 por ciento, contra 36.5 en 1998 y 43.8 por ciento en 2000.

El batazo de Chávez no debió sentar bien en Washington. El gobierno venezolano ha desafiado regularmente los propósitos unipolares de la política exterior de la Casa Blanca y todo indica que lo seguirá haciendo. Ha mantenido excelentes relaciones con Cuba, a la que proporciona petróleo a cambio de ayuda médica y deportiva. Se ha rehusado a involucrarse en la guerra estadunidense contra la drogas en Colombia y ha tendido vías de entendimiento con las guerrillas de ese país.

Por si fuera poco, en la Cumbre de las Américas, realizada en Quebec en 2001, se negó a aceptar una resolución a favor de una zona hemisférica de libre comercio. Para promover el reordenamiento del mercado petrolero a favor de los países productores, promovió estrechas relaciones con Libia e Irak, parte del eje del mal de la administración Bush. Criticó a Estados Unidos por causar bajas civiles durante los bombardeos en Afganistán. Organizó la exitosa segunda Cumbre de Jefes de Estados y Gobiernos Miembros de la OPEP, que tuvo lugar en Caracas en septiembre de 2000, punto de inflexión en el actual repunte de los precios del petróleo.

Hugo Chávez ha puesto en práctica una política petrolera nacionalista que molesta a las grandes empresas trasnacionales del sector y a los organismos financieros multilaterales. Una política que muestra que es factible resistir exitosamente algunas de las líneas de funcionamiento de la globalización neoliberal. Retomó el control de la industria nacionalizada en 1976 y ha dado prioridad a los recortes a la producción y a la diversificación en las actividades del sector, en contra de la llamada "generación Shell", esto es, de los ejecutivos que presionaron a favor de la salida de Venezuela de la OPEP e impulsaron la privatización de la petrolera estatal Pdvsa. Su quehacer independiente le ha ganado a esa nación un liderazgo mundial indiscutible en este campo.

El asunto del petróleo es clave. Desde 1925 el oro negro se convirtió en el primer producto de exportación de ese país. Esta base moldeó, durante muchos años, el sistema de democracia restringida y minimizó la lucha de clases. De hecho, la democracia venezolana fundada por el Pacto de Punto Fijo (1958) descansaba en la distribución de las rentas petroleras a través de un sistema de clientelismo político.

Una de las claves del triunfo presidencial en el referendo revocatorio de su mandato está, precisamente, en la forma en que ha redistribuido esas rentas petroleras, desplazando a los antiguos beneficiarios y destinando parte de ellas a los sectores más pobres del país. Lo que no es poca cosa, si se considera que cerca de 70 por ciento de la población de 25 millones de habitantes se encuentra en situación de pobreza. El gobierno bolivariano canalizó este año 3 mil 200 millones de dólares de los ingresos petroleros para acometer un audaz programa de obras sociales, producción agrícola e infraestructura. El gasto alcanzará 32 por ciento del PIB.

Significativa ha sido también la reforma agraria puesta en práctica durante su mandato. Con 70 por ciento de los predios cultivables en manos de sólo 3 por ciento de los propietarios, promovió una Ley de Tierras que estableció un límite máximo a la propiedad rural y ha repartido más de 2 millones de hectáreas. Esta reforma, junto con el reconocimiento jurídico de los derechos de los pueblos indígenas y la aceptación de la existencia de una profunda discriminación racial, han dado poder a quienes no lo tenían y provocado el malestar de los pudientes. Tanto que las cámaras de comerciantes e industriales protestaron por primera vez en contra del Ejecutivo, el 10 de diciembre de 2001, llamando a un paro para oponerse a la Ley de Tierras, porque supuestamente desafiaba los derechos de propiedad.

Así las cosas, no puede extrañar que los más humildes estén convencidos de que su presidente es la única fuerza que rechaza aceptar una globalización a expensas de ellos.

Muchas cosas se pueden debatir sobre el gobierno de Hugo Chávez, pero lo cierto es que su más reciente triunfo confirma que está muy lejos de ser el gobernante autoritario que la oposición venezolana, Washington y sectores de la socialdemocracia internacional se empeñan en divulgar. Chávez evitó la represión a los medios de comunicación hostiles a su gobierno y el uso de la fuerza para reprimir las manifestaciones que exigían su renuncia. Por el contrario, respondió al desafío opositor movilizando a sus seguidores, que han resultado ser muchos más que sus detractores.

Entre los grandes derrotados de la jornada se encuentran los medios de comunicación que asumieron el papel de intelectuales colectivos de la oposición.

Fracasadas las intentonas de golpes de Estado, huelgas generales y referendos revocatorios, con el marcador en contra por el jonrón con la casa llena que les conectó Chávez, la Coordinadora Democrática no cuenta hoy más que con dos opciones: o busca reinsertarse al juego democrático o apuesta por el magnicidio.

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