Son el motor comunitario
Las mujeres maravilla de las organizaciones populares

* Poco reconocimiento social para ellas
* Difícil su acceso a cargos públicos

Aleyda Aguirre

Son un ejército de mujeres haciendo trabajo-hormiga. Se encargan de realizar desde el pago del predio y el agua hasta dar consejos. No por hacer estas labores desatienden el trabajo del hogar: cuidan hijas/os, hacen comida, trabajo doméstico y, si es necesario, cuidan enfermos/as. Todo sin recibir ningún pago de por medio.

Podrían llamarse "mujeres maravilla", sin que ello implique un busto prominente, una cintura de 60 centímetros o unas caderas de 90 舑aunque la bulimia y la anorexia les exige una figura más delgada-. Un mundo invisible pesa sobre sus espaldas y no esperan reconocimiento ni cargos públicos. Realizan su trabajo para ayudarse a sí mismas, por gratitud o para auxiliar al prójimo/a, y si reciben "apoyos económicos" éstos nunca corresponden con las funciones desempeñadas.

Acuden a asambleas, recorren calles, tramitan apoyos, buscan viviendas, ponen en marcha campañas de salud, consiguen votos para diputados, alcaldes, gobernadores o presidentes de la República, aunque su acceso a los puestos de decisión esté limitado. La tradición cultural y su escasa educación lo impiden. Pareciera que realizan una tarea que comienza a formar parte de la tradición femenina.

Desacostumbradas a los reflectores, a aparecer en los periódicos, a ser visibles, se desconciertan cuando se las busca para indagar sobre sus faenas de gestoría social y sus vidas. Las que han reflexionado un poco sobre su ser mujer y la aportación a su comunidad, agradecen la atención. "A las mujeres nos tienen muy abandonadas, como que los hombres son el centro de atracción de las entrevistas y no saben que al lado, y no atrás, hay muchas mujeres trabajando".

A algunas las alcanzó el inicio de la campaña de Planificación Familiar de 1971, aunque sus maridos se molestaban por querer "controlar" la natalidad; otras ni siquiera sabían que existían los anticonceptivos.

Leonor Esparza dice que cuando tuvo a su séptimo hijo supo que los embarazos se podían evitar: "Antes no había métodos, ahora las muchachas tienen hijos porque lo quiere y cuando los quieren".

Soledad Rodríguez, por su parte, quería evitar quedar encinta tan seguido. No sabía de los métodos de control. Cuando acudió a una farmacia a solicitarlos la mujer que la atendió casi la corrió. Acabó tomando a escondidas las pastillas que le recomendó una vecina, las mismas que su esposo le tiraba cuando las encontraba.

Las más jóvenes saben de todo esto, aseguran, pero no lo aplican en sus vidas. Tan es así que en las múltiples organizaciones de gestión abundan las madres solteras de entre 17 y 30 años (en México hay 4.1 millones).

Muchos machos

El bombardeo de la publicidad que las invita a ser "bellas y perfectas" ha pasado de largo para muchas, no porque las ofertas y los productos milagrosos sean poco atractivos, sino porque no tienen recursos para comprarlos. La mayor preocupación estética en muchos casos es evitar el sobrepeso para que los maridos "no anden buscando por ahí".

Otras insisten en que el esposo debe quererlas como las conoció y se resisten a "arriesgar su vida" sometiéndose a tratamientos reductivos y dietas rigurosas. Si tuviera dinero 舑dice Soledad Rodríguez舑 me quitaría la cicatriz de la cesárea, que apena y me ha impedido tener una nueva pareja.
Al tocar el tema de la violencia contra mujeres, guardan silencio. Si acaso, refieren algunos incidentes ocurridos a terceras personas.

Martín García Becerra, presidente del Movimiento Paz y Vida, manifiesta que muchas mujeres se acercan a solicitarle apoyo, pero prefiere no meterse en ese tipo de problemas porque 舑asegura舑 son asuntos "familiares" y ésos deben quedarse en casa: "No me gustaría aconsejar a las señoras que están conmigo porque sus esposos son mis amigos; yo prefiero tenerlos a los dos de mi lado que aconsejar".

Lucila Avila Vargas, de la Unión y Movimiento Heberto Castillo, lo dice claro: "Sigue habiendo muchos machos; el hombre utiliza la fuerza y se sigue imponiendo. No ha cambiado la situación para las mujeres porque nosotras todo lo pensamos con el corazón y cedemos si te piden o te dan un abrazo, un beso. Piensas que va a cambiar y a los 10 minutos ya te está mentando la madre. Hay mujeres que han cambiado o que la vida las ha enseñado a no dejarse, pero hay muchas que son débiles y las convencen nomás hablándoles bonito, y eso te hace que estés aguantando a un macho que ni te mantiene, te golpea y a lo mejor ni te lo hace rico".

Mucha lengua, mucha lengua

Las del Movimiento Paz y Vida, de la colonia Maravillas, de Nezahualcóyotl, del PRD, están sorprendidas. No saben bien a bien por qué se las busca. Son 10 mujeres. Tímidas, apenas se atreven a hablar. Miran con recelo. Una de ellas amamanta a su hija. Se les pregunta qué es lo que hacen y más que enumerar sus actividades, hablan de los apoyos recibidos.

Son las receptoras de demandas de su comunidad. A ellas se acude cuando no funciona el alumbrado público o hay problemas de desazolve o pavimentación, entre otras cosas.

Leonor Esparza Rodríguez, de 55 años, lleva cuatro en el movimiento. Es la tesorera; sin embargo, le es difícil describir su aportación, se le atoran las palabras y es Juan Martín García Becerra, presidente de la organización, quien llena el silencio:

"Nos formamos en 1996 para presionar al gobierno a resolver los problemas de la basura, el desazolve y el alumbrado público. La mayor parte del trabajo lo hacen las mujeres. Las organizaciones sociales se deben y se mantienen gracias a ellas. Cerca de 800 mujeres de las colonias Estado de México, Maravillas y Agua Azul apoyan a esta organización. Lo hacen por solidaridad, por 'labor social', porque no se les paga un solo peso."

Leonor, Elsa López, Maricela Flores, Cristina Sánchez, Angélica Morales, Roberta Hernández, Jovita Esquivel, Josefina Sánchez, cuyas edades van de los 30 a los 70 años, siempre están atentas al llamado de Martín García.

De sábado a lunes le ayudan a vender mercancías a bajo precio y lo acompañan a la Central de Abastos para conseguir buenos precios. La mayoría tiene de dos a seis hijos/as. Se alegran de no tener tantos como sus madres que tenían hasta 18 hijos/as. "¡Para qué tener tanta familia si el dinero no alcanza!", afirman.

En ocho años de movimiento ninguna ha tenido un cargo público 舑como ocurre en el caso de los hombres舑, sólo han sido integrantes de los Consejos de Participación Ciudadana, un puesto honorífico y muchas veces sin reconocimiento social. En algunos casos las vecinas las ven como argüenderas.
Como si fuera un destino manifiesto, aceptan: "Para tener un cargo público necesitamos estudios y mucha lengua porque lo importante en la política es el verbo. Yo no sé hablar tan bonito como los políticos. Hay que ser mentirosos en algunas cosas", señalan Leonor y Rosa María López. La primera estudió hasta el cuarto grado de primaria y la segunda concluyó una carrera técnica que no ejerce por cuidar a su hijos.

Todo por ayudar al próximo/a

Lucila Avila Vargas, de 52 años, y Lorena Salvador, de 30, pertenecen a la Unión y Movimiento Heberto Castillo, fundada en 1985.

Entre el ajetreo que las mantiene ocupadas nueve horas al día, de lunes a sábado, vendiendo frutas y verduras, repartiendo bastones, sillas de ruedas e informando de los apoyos que proporciona a comunidades de escasos recursos esta organización priísta, se detienen unos momentos a platicar.

La primera llegó a la unión hace 10 años, apoyada por su esposo, mientras que Lorena, que es la secretaria general, ingresó hace casi dos. En la coordinación, informa, hay pocas mujeres. Sólo tres para 10 cargos; no obstante, los 10 equipos de base que recorren Nezahualcóyotl están conformados mayoritariamente por mujeres, muchas de ellas madres solteras o jovencitas que no han terminado sus estudios.

Las labores de la unión comienzan de madrugada. Las mujeres se trasladan a la Central de Abastos para aprovechar los buenos precios de frutas, verduras y abarrotes, regresan al municipio, recorren unas siete calles al día, protestan por el agua sucia, por la masiva apertura de los giros negros, por la drogadicción, el alcoholismo y la violencia contra las mujeres...

Trabajan tanto, que olvidan de pronto de que son mujeres abandonadas o golpeadas. Ahí mismo en la unión han aprendido a defenderse de agresiones y a dar consejos a otras mujeres en las mismas condiciones, dice Lucila, encargada de uno de los grupos de gestión.

Lorena apunta que el presidente de la organización, Antonio Cabello, le da prioridad a las mujeres "porque para él valen mucho, trabajan más que los hombres y son más responsables". Sin embargo, cambia su tono de voz cuando piensa que tiene menor acceso a los cargos de decisión.

A diferencia de sus compañeras tiene estudios de licenciatura, pero dice no tener aspiraciones políticas: "Si llegara a haber algo, adelante. Yo entré a colaborar, pero me gustó el ambiente y el trato. Si te gusta ayudar a la gente quédate aquí", invita.

A Lucila tampoco le hace mucha ilusión la idea. Cuando se le expone la idea de ser regidora, presidenta municipal o de la República, se detiene un poco y suelta: "Con un cargo sería más fácil ayudar a la gente".

"La organización me abrió los ojos"

Soledad Rodríguez (54 años) es jefa de familia, madre de dos hijos y dos hijas e integrante de la Coordinación General la Unión de Vecinos y Damnificados 19 de Septiembre (UVyD), a la que llegó luego de que la azotea donde vivía quedó dañada por el sismo de 1985.

Dos años después obtuvo un departamento de interés social. Realizó sus trámites como madre soltera, así que llegó a su nuevo domicilio con hijos e hijas, pero sin pareja. Antes tuvo que superar varios traumas, entre ellos "cuatro violaciones", como califica a sus embarazos.

Soledad describe la iniquidad que vivió en sus años de unión libre. "Todo estaba bajo control del papá de mis hijos", nada era mío, a pesar de que trabajaba en el taller de costura de mi pareja; "hasta la licuadora" estaba a nombre de él, dice. "Conmigo tenía todo: empleada, criada, pareja, mamá de sus hijos. Me tocó un hombre machista, de esos que piensan que la mujer (debe estar) cargada como escopeta y detrás de la puerta".

Asegura que no había golpes físicos, aunque el trato era moralmente "cruel". Sus cuatro alumbramientos ocurrieron en el Hospital General porque carecía de seguridad social y en ninguno de ellos fue asistida por su pareja. "Para él era mal visto acompañar a su mujer al hospital, 'ni que fuera a ayudar a parir', decía".

Reconoce que su pareja salió ganando porque ni siquiera brinda una pensión alimenticia a sus hijos, aunque la tranquiliza el hecho de haberlos sacado adelante y la felicidad que le produce entregar viviendas desde la UVYD. "Se siente bonito", confía.

Llegar a la UVYD "me abrió los ojos" a muchas cosas, dice. Entre ellas, a reconocer la violencia doméstica y a darme cuenta de que las mujeres tienen derechos. Por eso le guardo "cariño", porque aquí aprendí a valorarme.

Su trabajo en la UVYD consiste en informar a la gente sobre los programas de vivienda en la capital del país. Ahí trabaja de lunes a viernes de 11:30 a 15 horas y de 18:30 a 21 horas, y su pago es una "ayuda solidaria" de mil 250 pesos quincenales, que antes completaba con el trabajo de costura en su casa.

Cuando empezó a trabajar en la UVYD, su pareja exigió que la corrieran porque descuidaba a sus hijos, pero esa petición no fue escuchada. "Ahora soy integrante de la coordinación general y me consultan para tomar decisiones."

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