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México D.F. Sábado 31 de julio de 2004

Margo Glantz

Réquiem para un imperio

Iztván Szabo, autor de numerosas películas extraordinarias y, como muchos de sus contemporáneos, sobreviviente de dos regímenes totalitarios, el nazismo y el comunismo, produjo, ya en inglés, el lenguaje de otro imperio, una cinta que habla del proceso de Wilhelm Furtwängler, director de la Orquesta Filarmónica de Berlín durante el nazismo, interrogatorios conducidos por un oficial del ejército estadunidense de ocupación.

Uno de esos procesos que en tiempos de transición se instrumentan para juzgar a quienes participaron, directa o indirectamente, en un genocidio, y aquí, a quienes dentro del campo del arte tratan de expurgarlo de todo contenido político. Furtwängler fue exculpado, y hasta 1954, continuó dirigiendo su famosa orquesta; lo sustituyó al morir su odiado rival, el también nazi Herbert von Karajan a quien F. él llamaba el pequeño K. (Ƒreminiscencia kafkiana?).

El investigador (interpretado por Harvey Keitel), contempla siempre un documental de Bergen Belsen, uno de los campos de exterminio. Una escena reiterada: una excavadora deposita en un agujero cualquiera millares de cuerpos humanos desnudos, simple material de desecho.

Acaba de publicarse un libro, en 2003, del filósofo Georges Didi-Hubermann sobre el uso de ciertas imágenes que han sobrevivido del Holocausto, Imágenes, a pesar de todo y quien, durante mi estancia en París, en junio, dio una charla muy concurrida sobre el tema. Se origina su texto en fragmentos filmados por algunos miembros de los Sonderkommando -comando especial de prisioneros-. Z. Gradowski, encargado como lo demás, de arrastrar los cadáveres de los que habían muerto en las cámaras de gas, dejó un testimonio fragmentario en un manuscrito, los Rollos de Auschwitz, I (a los que se refiere Giorgio Agamben en su libro Lo que resta de Auschwitz), que comienza así y se inscribe, a manera de epígrafe, en el libro de Didi-Hubermann:

''Hazles saber a tus amigos y conocidos que si no regresas, será porque tu sangre se ha detenido y coagulado al contemplar esas escenas terribles y bárbaras, las que muestran cómo han perecido los niños inocentes y sin protección de mi pueblo abandonado.

''Hazles saber que si tu corazón se transforma en piedra, y si tu cerebro se convierte en un frío mecanismo de pensar y tu ojo en simple aparato fotográfico, jamás volverás a ellos (...) Estrecha fuertemente mi mano, no tiembles, tendrás que contemplar cosas aún más terribles."

En junio fui también a Auschwitz, ya lo había escrito en este espacio. De ese horror fui incapaz de dar noticia, apenas un texto anodino, mal pergeñado. Un viaje en una camioneta donde cabían unos cuantos pasajeros, la mayoría como yo, turistas, otros -pocos- vecinos de Oswieczym, el nombre polaco de esa localidad, donde en tiempos del nazismo los alemanes vivían, paseaban y oían sinfonías de Beethoven en bellas interpretaciones de Furtwängler, varios polacos colaboraban y otros más se unían a las filas de la Resistencia. La carretera transcurre por un paisaje verde, apacible, casitas simétricas, aseadas, con techos de teja roja, a veces bosques de abedules que yo conocía por los filmes de Andrej Wajda. Luego, el campo, y el letrero: Auschwitz, nombre que de sólo pronunciarlo eriza. Dentro, en los innumerables galerones, las fotografías de esos rostros desorbitados, nos miran, implacables e indefensos, objetos innumerables, idénticos en su disposición y uso a los cuerpos desnudos del documental que contempla Keitel en la película.

''Para saber hay que imaginar -repite Didi-Hubermann-. Debemos tratar de imaginar lo que fue el infierno de Auschwitz durante el verano de 1944. No invoquemos lo no imaginable. No nos protejamos diciendo que de toda forma -porque además es cierto- jamás podremos lograrlo enteramente. Tenemos que hacerlo, sin embargo, debemos imaginar ese imaginable aunque sea demasiado duro. Como una respuesta posible, como una deuda contraída hacia las palabras y las imágenes que, como jirones, algunos de esos deportados lograron arrancar, para ofrecérnoslos, de ese momento real, espantoso, de su experiencia (...) Esos jirones -o harapos- nos son más preciosos y menos tranquilizadores que cualquier obra de arte, arrancados como fueron a un mundo que los convertía en imposibles. Imágenes, a pesar de todo, entonces: a pesar de nuestra incapacidad para aprender a contemplarlas cómo lo merecerían, a pesar de nuestro mundo repleto, casi angustioso, de mercancías imaginarias."

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