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México D.F. Jueves 22 de julio de 2004

Jorge Alberto Manrique

Bernal Jiménez, músico atípico

Podría ser que se piense que soy perro en barrio ajeno. No soy músico. Me gusta mucho la música y he participado en empresas musicales -sobre todo como director del Instituto de Investigaciones Estéticas- aunque tenga las orejas de tepalcate.

Me justifico porque el libro de Lorena Díaz: Como un eco lejano... La vida de Miguel Bernal Jiménez (México, INBA-Cenidim/Conservatorio de las Rosas, 2003) que acaba de presentar en el Centro Nacional de las Artes, nació de una tesis de grado que dirigí en la Facultad de Filosofía y Letras.

Lorena Díaz es licenciada y estudió la maestría en historia, pero también es ejecutante de flautas de pico: fue fundadora del cuarteto Tempore y del grupo Euterpe; tiene gran interés por la música manierista y barroca de México, como lo atestigua su actividad de investigación en el Cenidim Carlos Chávez, y también en la música del siglo XX, como se ve en el catálogo de Bernal Jiménez, 2000.

El libro que comento es de historia de la música, pero es fundamentalmente una investigación de la historia del compositor, de su circunstancia del tiempo en que le tocó vivir y hacer su obra eximia.

La presentación de esta obra llega al dedillo para celebrar el aniversario del centro musicológico (Cenidim), que creó el prominente músico Manuel Enríquez en el INBA hace 30 años y que ha legado una admirable obra en el curso de tres décadas; del cual Lorena Díaz, curiosamente, ahora es directora (por méritos propios).

Miguel Bernal Jiménez, huérfano a los cuatro años, quedó a cargo de la abuela Praxedes: creció en un ambiente católico, mocho, tanto que don Porfirio, en principio liberal, no le resultaba suficientemente reaccionario.

Siguió en el Seminario de Morelia los designios de cura. Por fortuna, su vocación musical le valió una beca para estudiar en Roma. La reforma de la música sacra en el pontificado de Pío X tuvo sus efectos en Francia (en la abadía de Solesme) y repercutió hasta la mojigata Morelia, y el padre Villaseñor organizó un coro que cantaba gregoriano y ensayaba lo que podría ser música sacra moderna.

Llegó a Roma, a los 18 años de edad, en 1928; además de estudiar en la Pontificia Scuola Superiore de Música Sacra, donde recibió el premio pontificio que el papa otorga, Bernal se curó un tanto de los resabios michoacanos y de la gazmoñería moreliana. Estuvo en la residencia del seminario josefino y portó vestidura talar, pero pese a la presión familiar y del clero, colgó la sotana. El ambiente romano le resultó muy benéfico en la vida y en la música; los nombres de Paul Hindemith, Pierre Monteux, Otto Klemperer y Thomas Beecham ilustraron sus aficiones modernas en Roma.

Después de su periplo europeo, asumió la modernidad musical. Bernal siguió siendo un católico a ultranza, defendió su iglesia musicalmente, pero no sólo la modernidad pasa por sus manos y sus pentagramas, sino que trasciende, a su manera, el nacionalismo de la primera mitad del siglo XX, con los Ponce, los Revueltas, los Chávez.

El estudio de Lorena Díaz, con un cúmulo de información y de ideas, sigue una historia lineal, desde que Bernal Jiménez nace hasta que muere, en julio de 1956. A sus vueltas va haciendo el curso de las circunstancias: el tiempo del niño, los conflictos de chamaco, las revoluciones, la Cristiada y las relaciones en Roma; su obra religiosa y la de concierto, el círculo musical que creó en Michoacán, las relaciones con otros músicos y musicólogos, la creación de revistas musicales, como Schola Cantorum (en la que escribía también numerosos y sabios ensayos con diversos seudónimos), etcétera.

La redacción de Lorena Díaz -aunque en su escritura hay un dejo de cursilería- pondera a veces conflictos espinosos.

Miguel Bernal, 10 años menor que Carlos Chávez, siguió, a la postre, una figura musical y promotora del ambiente en Michoacán, en menor escala, de lo que hizo Chávez en la creación de la Orquesta Nacional y después en el Instituto Nacional de Bellas Artes (1947). Sus caminos son totalmente diferentes: Chávez era el músico laico con una tradición del siglo XIX (se formó en Ogazón y Ponce), saltó a París y Estados Unidos y se afincó creando su propio ámbito mexicano; Bernal siguió la vereda de la música sacra, hasta que se encontró con la revolución musical de Pío X en los primeros años del siglo XX, sus estudios en la Scuola Pontificia de Roma, y regresó a transformar su propio medio.

Cuando Bernal retornó a México conoció a Manuel M. Ponce, como padre del nacionalismo en la música, con quien tuvo una amistad hasta que murió en 1948.

Bernal y Chávez, curiosamente coincidían en su admiración por Igor Stravinsky: Chávez, devoto del ruso, lo invitó varias veces a dirigir la Orquesta Nacional; Bernal también era su leal seguidor, pero a distancia, y no se conocieron sino en 1940, después de un concierto y luego lo llevó a Teotihuacán. Bernal y Chávez no se trataban por razones ideológicas, pero tuvieron -en algunos aspectos- vidas paralelas.

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