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México D.F. Jueves 22 de julio de 2004

Olga Harmony

Eco y Narciso

Elegir a Calderón de la Barca para presentar a la primera generación de egresados de CasAzul, la escuela de artes escénicas de Argos, resulta un riesgo calculado tanto por su director, Ignacio Flores de la Lama como por José Caballero, el responsable de la puesta en escena, con lo que parecen querer decirnos que su opción es el teatro artístico. Ojalá así sea y los egresados elijan este tipo de teatro aunque también logren hacer cine y televisión. Por otra parte, decir el verso barroco, dar muestras de expresión corporal y danza y cantar muestran la gama de posibilidades de estos jóvenes y de la enseñanza recibida por el excelente cuerpo de maestros con que cuenta la escuela. La salida a escena profesional de los alumnos no pudo ser más airosa.

Aunque José Caballero reniega del simplismo que reduce la belleza de las grandes obras literarias a meras fichas mnemotécnicas, es bueno detenerse en algunos puntos que ubican a Eros y Narciso como una zarzuela, ya que la elección del texto permitió un montaje con las características ya descritas. Se sabe que el término de zarzuela -el género español que mezcla parlamentos hablados y canto- se originó en el palacio del mismo nombre, erigido por Felipe IV para que habitara su hermano, el infante don Fernando, príncipe que gustaba mucho del teatro y de la música y que las primeras zarzuelas se deben, precisamente, a don Pedro Calderón de la Barca. Esta fue escrita en 1661 con motivo del décimo cumpleaños de la infanta Margarita -tomando el mito de Las metamorfosis de Ovidio- y el autor enlaza cortesanamente ese cumpleaños con el de la ninfa Eco al principio de su obra. La música de Juan Hidalgo se remplaza ahora con la de Luis Rivero que apoya los versos calderonianos de muy buena manera.

Caballero no hace una adaptación muy libre sino que sigue en todo el texto original, sustituye a los músicos por ninfas y faunos -que ayudarán también a sostener las mantas que sirven como escenografía- altera las escenas del final y hace cortes con lo que reduce las tres estancias a un único acto. Lo más interesante de todo ello estriba en la escenificación misma que apela a la imaginación del espectador con recursos en apariencia mínimos aunque que están muy elaborados, sin ser originales por completo pero que se adecuan absolutamente a los propósitos del director, al que he de contradecir en su dicho de que es una versión naïf del mito de Eros y Narciso, antes bien, como también dice, un regreso a la Edad de Oro, a la Arcadia que se supone la infancia -la suya, la del espectador, la de la infanta- con toda la gracia delicada de los tiempos en que el mayor afán de los medios de diversión no era el de ''cotizarse en la bolsa".

La escenografía de Itzel Alba y Patricia Gutiérrez, a quienes se debe también la iluminación asesorada por Alejandro Luna, consiste primordialmente en un amplio ropero que será cueva y también risco en su cima y por los grandes lienzos que formarán barcas -con los graciosos mascarones formados por dos actores-, rebaño de corderos, paño para sombras chinescas, muros o fuente, movidos por ninfas, fauno y sátiro entre las danzas coreografiadas por Marcela Aguilar. De los cajones del ropero saldrán ramas con las que estos personajes formarán un árbol, un duende traducirá por momentos en lenguaje de sordos lo que se habla y canta, anticipando con esa repetición la desdicha de Eco. El vestuario, que al principio parecerá como improvisado sobre las ropas de calle de los actores, para seguir con la idea de juego infantil, es de Estela Fagoaga y la escenofonía de Rodolfo Sánchez Alvarado apoya también este montaje en que el fresco ludismo disfraza la reflexión rigurosa con que se le encaró.

Es muy difícil referirse a los actores, ya que algunos papeles están doblados por diferentes actrices, todas desconocidas para mí porque apenas hacen su debut profesional (y también porque es muy pronto para destacar a unos sobre otros), pero sí se puede afirmar que todos cumplen sus diferentes partes con gracia, intención, buena disposición corporal y ya, desde ahora, con singular profesionalismo. Hay que destacar la excelente proyección de voz en el habla y en el canto y en la buena dicción de estos jóvenes, lo que no siempre se da en las nuevas generaciones.

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