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Obituario   - NUEVO -

P O L I T I C A
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México D.F. Jueves 22 de julio de 2004

Sergio Zermeño

Sí, ''el país se nos va''

A los imperativos históricos que colocaron al autoritarismo estatal mexicano como la columna vertebral del orden y la unidad nacionales (imperativos como la heterogeneidad geopolítica del país, la debilidad de las oligarquías tan dispersas, el espíritu plebeyo y levantisco de una masa popular mal encuadrada en los órdenes regionales, las invasiones del colonialismo europeo y la vecindad de un país anexionista, las guerras constantes interiores y exteriores, la destrucción de los andamiajes intermedios y el acarreo de inmensos contingentes que acompañaron a dichas guerras...), a esos imperativos históricos, repetimos, se han venido a agregar los males acarreados por nuestra abrupta entrada a la mundialización neoliberal.

En efecto, por más que el discurso oficial nos diga que los pobres dejaron de ser más pobres y que ya pronto la economía volverá a crecer, el hecho es que los empleos son cada vez más precarios, las actividades son mayoritaria y crecientemente informales, sólo un trabajador de cada 12 paga impuestos, ocultar el ingreso es de vida o muerte, un coche fino puede convertirse en el féretro de nuestras primeras horas, ser mujer sin recursos y tener que trasladarse es arriesgar la integridad... Y en lugar de que todo esto trajera aparejado al menos el reforzamiento de algún tipo de autoridad y de vigilancia, lo más dramático del asunto es que nuestros privilegiados becarios en el extranjero compraron el paquete neoliberal completo en las universidades estadunidenses y lo trasladaron sin alteración alguna a nuestro sistema político y social.

Al achicamiento de la esfera gubernamental y a los recortes presupuestales recomendados en esas fórmulas, nuestros flamantes politólogos agregaron la idea de que al aflojarse las amarras del Estado la sociedad encontraría mejores espacios para su fortalecimiento y, de esa manera, la democratización del país vendría a nosotros por sí sola. El paquete no consideraba ni por un instante que el renglón más exitoso del modelo propuesto sería la generación de enormes oleadas de desposeídos, informales y rotos, y que eso no sería transitorio sino estructural. Ya el zedillismo estuvo a punto de convertirse en la primera víctima de las recetas de estos economistas ahistóricos, aunque logró disfrazar su debilidad con el cuento del tránsito a la democracia, al fungir como facilitador de un nuevo régimen; pero no cabe duda que el foxismo, con su tremenda ignorancia y su cultura empresarial tributaria del consumismo americano, ha hecho añicos el principio de orden nacional, agregando a las recetas neoliberales del achicamiento del Estado su odio norteño hacia la pirámide de Aztlán, cuyo vértice ha tenido que ocupar con gestos de asco inocultables.

Rota de esta manera, desde todos los ángulos, la línea de autoridad, el convoy entero se jalonea vertiginosamente: el federalismo es empleado para sabotear las políticas públicas a lo largo del país; el Legislativo no coopera en eso de entregar la nación a los empresarios; el Judicial no utiliza su repentina independencia para elevar su autoridad moral, sino que se lanza a los más corruptos menjurjes en los que se asocian despachos de abogados venales; encandilados ejidatarios y comuneros a quienes se les prometen millonadas revirtiendo expropiaciones del pasado; juececillos de bajísimo plafón ético y sin supervisión alguna ofreciendo amparos sin importar que barrios enteros se queden durante años sin servicios urbanos; juececillos capaces de escoger, de entre 30 mil casos de controversia sobre la propiedad, al predio El Encino y considerar que el metro y medio de una vereda es una prueba suficiente para desaforar al jefe de Gobierno de la ciudad más grande del mundo, o que dan permisos para construir "cabañas" sin importarles enfrentar a pueblos en disputa por el mismo predio...

Es obvio que el futuro de nuestro orden está perdido por el lado de una alianza entre el gobierno y el alto empresariado en su articulación con los intereses trasnacionales, y que ello no ha conducido más que al debilitamiento de la figura presidencial. Todos estos años nos han enseñado que tenemos que comenzar a desconfiar de los economistas, que moderar el intervencionismo estatal no quiere decir para nada debilitar el principio de autoridad del Estado, que el ascenso de la democracia no debe significar para nada el debilitamiento del principio ordenador del espacio público, que el espacio público no se ordena por una mano invisible, y menos aquí donde todo comienza a ser informalidad, sino que requiere de un eje de autoridad bien articulado con las necesidades de los amplios sectores desposeídos. Hoy nos causa angustia a los integrados el ascenso de López Obrador, nos parece que se sirve de instrumentos ilegítimos para promover a su propia persona. Pero que no nos quepa ninguna duda: la reconstrucción del principio de autoridad con base en algún tipo de articulación con lo popular constituye la fórmula que puede reconstruir nuestro dislocado orden social. Los otros desenlaces no nos causarán angustia sino pavor.

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