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México D.F. Martes 20 de julio de 2004

Teresa del Conde

La película sobre Lutero

Tenía escrita mi visión crítica sobre el 50 aniversario luctuoso de Frida Kahlo, pero pensé que mis posibles lectores habrían caído en una situación de hartazgo, desencadenante de fuertes reacciones alérgicas.

En México (descontando a personas como Jorge Alberto Manrique y Carlos Monsiváis) no hay muchos fans de Martín Lutero, porque "somos un país católico y nos oponemos a la invasión protestante" como solía decirse décadas atrás. Lutero es héroe del mundo occidental e inclusive escritores ardientemente católicos lo estudian como tal: una de las mejores monografías que existen sobre él es la del francés Lucien Fevre, pero así y todo, los archiconocidos temas básicos que explican su relevancia están ausentes de esta superproducción de Eric Till, que contó con el soporte económico de la organización luterana Theivent.

Lástima de la elección de protagonista: Joseph Fiennes, buen actor teatral especializado en Shakespeare, resulta ser un travesti de Lutero, pese a su empeño. Quienes conocen algo del asunto saben que Lutero fue retratado en más de una ocasión por Lucas Cranach y por otros pintores del momento. Era pícnico (complexión achaparrada y fuerte), ojos y pelo oscuro, cráneo redondeado, era pasional, políglota y consumado teólogo. Si uno desconoce el decurso de la Reforma, queda en babia respecto al verdadero logro del monje agustino: enfrentar la conciencia individual con la palabra y no sólo con la palabra divina (interpretada por la eclesia), sino con toda letra escrita.

Su traducción del Nuevo Testamento al alemán, efectuada a partir del griego y del latín, parece realizarse en un suspiro, cuando que tomó varios años. De las 95 tesis expuestas en Wittenberg nada se dice: la trama se centra en la venta de indulgencias y en la cuestión de las reliquias sacras, que hoy como antes, eran falsificaciones en la inmensa mayoría de los casos. La revuelta campesina que a final de cuentas echa una mancha sobre su imagen, debido a la inevitable liasson que concreta con los príncipes, queda sumida en un mar de confusiones y sus dudas respecto de la transubstanciación eucarística sólo encuentran un esbozo mínimo cuando canta su primera misa.

La dieta de Worms resulta inexplicable, como también su pavor ante la posibilidad de la condena. Entre los actores, cuyo trabajo sí se evidencia en ciertos casos, destaca Alfred Molina (el intérprete de Diego Rivera en Frida) como el irascible fraile dominico John Tetzel. Durante el lapso en que Lutero luchó por lo que consideraba su verdad (una verdad humana, pero siempre apegada a la Escritura) Miguel Angel pintó la Capilla Sixtina y Rafael Sanzio encaró la defensa de la Disputa sobre el sacramento en la Camera della Signatura del Vaticano. Lutero queda personificado como iconoclasta, que no lo era, eso pertenece fundamentalmente al ámbito de Calvino.

La película tiene un acierto actoral en sir Peter Ustinov, en el papel de Federico el Sabio, pero los guionistas no supieron o no pudieron dar perfil al primer pontífice Médici: León X (retratado por Sanzio en una inolvidable pintura), al confiar su representación a un actor nórdico ajeno al personaje histórico. Pero fuerza es conceder que el preceptor de Lutero, John von Saupitz, encontró buen eco en el actor Bruno Ganz, quien quizá sí estudió a fondo el temperamento de su fílmico hijo espiritual mediante sus escritos.

La Reforma no fue una cuestión de causa-efecto desatada por la venta de indulgencias, pero el público se queda en babia respecto a la constelación de factores que dividió la cristiandad, involucrando no sólo cuestiones de autoridad, sino todo un ethos que Max Weber trató en su imprescindible libro.

El colmo de los colmos (de la banalidad) ocurre cuando guionistas y director, que acaso hubiera acertado en una serie televisiva sobre Lutero, toca su vínculo con Catalina Bora, la ex monja con quien Lutero contrajo nupcias. Ella fue mujer enterada, de alcances intelectuales ''protestante", en la medida en que protestó y encontró seguidoras entre sus hermanas de hábito. Misma esta palabra queda diluida en el guión, que empieza con una ''conversión", tipo San Pablo camino de Damasco incrustada en ámbito de leyenda. Como los personajes ''contrarios" quedan sumidos en el fasto y la neblina conceptual, pocos espectadores advierten que ''Charles" (ése sí fisonómicamente bien calcado por medio de Torben Liebrecht) es nada más y nada menos que el emperador Carlos V de España y I de Alemania.

Lutero, que no envejece ni un solo día durante lustros, sólo cambia de look al convertirse en galán. Su afición por el vino, por la música (fue gran renovador al respecto) y su contundente establecimiento de la lengua alemana (parangonable, por ejemplo, a Chaucer) quedan ausentes.

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