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E S P E C T A C U L O S
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México D.F. Domingo 27 de junio de 2004

Carlos Bonfil

Te doy mis ojos

En la edición 11 del Festival Cinematográfico de Verano de la Filmoteca UNAM se proyecta esta semana Te doy mis ojos, de la realizadora española Icíar Bollaín, fuerte alegato contra la inseguridad doméstica. La guionista Alicia Luna y la directora elaboran, en colaboración con una organización de lucha contra la violencia familiar y un grupo de apoyo a mujeres golpeadas, un melodrama perturbador en torno del caso de la joven Pilar (formidable Laia Marull), quien súbitamente huye de su hogar, en compañía de su hijo Juan de ocho años, y se refugia en casa de su hermana (Candela Peña), para evitar el maltrato obsesivo, tiránico, de su marido Antonio (Luis Tosar).

La película refleja de modo contundente el clima de inseguridad intramuros que en sólo un año cobra en la península ibérica un saldo de 50 muertes femeninas. La directora sitúa la acción de su filme en Toledo, apacible ciudad de Castilla la Mancha con bajos índices de delincuencia urbana. La violencia que padece Pilar no la descubre en la calle, sino en el seno de su propio hogar, y pasa desapercibida para todo mundo hasta que ella decide exponerla en una comisaría policiaca, con palabras torpes, sin poder mostrar las huellas de los golpes recibidos, porque los mayores agravios, los que más cuentan, los lleva dentro, ahí donde "todo ha sido roto", la confianza, el respeto, y el amor por la familia más cercana.

Te doy mis ojos no recurre al tremendismo para señalar la atmósfera opresiva de este tipo muy ignorado de inseguridad social, sino a un análisis muy sobrio de los dilemas morales y afectivos que sacuden a la protagonista, vacilante siempre entre la resignación y la rebeldía, entre la lealtad conyugal y la afirmación de su propia estima. Describe con minucia el temor de Pilar ante los humores cambiantes de su marido, su perplejidad ante sus celos enfermizos, su frustración laboral, su experiencia del fracaso y su rencor social. La provincia asfixiante, la soledad de la protagonista que busca alivio en la apreciación del arte y en una soñada evasión a Madrid, el asedio de un entorno que apenas comprende la extensión del drama (la madre, Rosa María Sardá, prefiere el conformismo conyugal a la tristeza de envejecer sola), todo conduce a la cinta a un clima a lo Chabrol (El infierno) y a situaciones límite, como esa revancha desesperada de Antonio humillando a su esposa, mostrándola desnuda y golpeada en el balcón de su casa, a plena luz del día.

De modo interesante, y contrariando las convenciones del melodrama, Bollaín elude todo maniqueísmo y muestra un retrato complejo del protagonista agresor, a la vez un ser muy vulnerable, de quien Pilar no puede separarse sin dolor, y un animal irascible, incapaz de controlar sus instintos, al borde siempre de la tentación homicida y de la auto laceración. Hay en la cinta la intervención, un tanto impotente, de un terapeuta a quien recurre Antonio por voluntad propia, y un círculo de autoayuda en cuyas sesiones casi humorísticas los hombres golpeadores semejan burdos e inofensivos aprendices del misterio de la tolerancia. En un cortometraje anterior, Amores que matan (2000), la realizadora había evocado el infierno de la dependencia amorosa, la espiral de autoengaño y sumisión que suele conducir a un desenlace trágico. En su nueva cinta, la resonancia social es mayor. El tratamiento del tema de la violencia de género en una cinta comercial, premiada y muy difundida en España, expone vistosamente una inseguridad doméstica apenas denunciada y a menudo solapada por autoridades civiles y religiosas. Lo notable es el modo en que la película evita cualquier tono panfletario para transmitir su propósito. En lugar de ello, se aprecia una narración absorbente, contenida, que incursiona incluso en el terreno del suspenso. Una lección de cine comprometido, expresión poco común en nuestra cartelera.

Te doy mis ojos se exhibe en la Cineteca Nacional.

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