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P O L I T I C A
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México D.F. Domingo 27 de junio de 2004

Rolando Cordera Campos

Contra el crimen y la antipolítica: para después de la marcha

No debería haber discusión en México sobre el carácter subversivo adquirido por la violencia criminal en los años recientes. Atajarla y regresarla al subsuelo es una consigna central de toda democracia que se respete y quiera sobrevivir en paz. Y éste es nuestro caso.

Reconocer sin ambages las fragilidades institucionales y jurídicas del estado posautoritario para enfrentar el crimen organizado es una condición primigenia para abordar temas mayores, como el de la equidad social, la conquista comercial del mundo o la propia reproducción y vigencia del estado de derecho. Sin asumir esas debilidades originarias, el resto de la agenda del Estado democrático de derecho se disuelve en promesas vanas, groseros oportunismos y en fútiles intentos por "tripular" la ansiedad de los mexicanos frente a un presente hostil y un futuro incierto.

Por lo anterior, la necesidad ingente de dar a la inseguridad pública el máximo nivel político y calificarla sin miedo de asunto de Estado. Pobres políticos los que claman contra la "politización" del asunto (y de la marcha de este domingo), como pobres son los animadores de la sociedad civil que dirigen su discurso y energías contra la política, hasta llegar a "prohibir" a los políticos que asomen su nariz esta mañana en Reforma.

La inseguridad pública nos remite a la angustia personal y el miedo cotidiano, la materia prima infaltable de todo tipo de providencialismos, recaídas autoritarias y saltos para atrás en cultura cívica. Y es de estos peligros que también hay que hablar si se quiere abordar en serio el tema de la criminalidad desbordada que hoy vivimos.

La marcha del domingo y la absurda pretensión de (des)calificarla a priori con los adjetivos políticos clásicos, es ejemplo claro de lo mucho que nos falta por crecer en la deliberación pública. Sin ella, no sobra reiterarlo, la democracia se seca, la justicia se vuelve rutina y los ciudadanos simples consumidores pasivos. Panorama indeseable, pero siempre cercano a las democracias que emergen en momentos de crisis y convulsión globales. Como la nuestra.

Algunos de los que convocan a pasear este domingo por la Alameda han abusado de su furia antipolítica hasta el grado de reducir la categoría de político a dirigentes de partidos, funcionarios o legisladores, precisamente los hipotéticos receptores del enojo y el reclamo de los marchistas. Se trata de una incongruencia retórica que, sin embargo, ha acompañado a las movilizaciones extremistas, de la izquierda y la derecha, en otros tiempos de convulsión y crisis, como los de los años de entre guerras del siglo xx.

Por cierto, creer que la movilización de masas es atributo de la izquierda es contribuir a esa confusión antipolítica. Hitler movilizó a las masas y en ellas fincó su golpe de Estado, y los diferentes populismos acudieron a esa movilización cuánto pudieron para dar la vuelta a la legitimación democrática elemental . Así ocurrió por muchos años aquí, de López Mateos a Echeverría, pasando por Díaz Ordaz hasta terminar su ciclo de manera triste e ineficaz con López Portillo. De lo que se trata ahora es de que la movilización no sustituya el proceso democrático y la obligada legislación que con urgencia se requiere, a pesar de la parsimonia que recomienda el procurador Bátiz. Ni la izquierda ni la derecha democráticas pueden proponer, mucho menos aceptar, que las masas en movimiento pongan contra la pared al sistema político plural y al orden constitucional que a pesar de todo tenemos.

Desde esta perspectiva, la marcha debería entenderse como momento inicial, de apertura, para un diálogo con fines de legislación inminente que tiene que pasar por el tamiz de la política formal organizada, la que a mal querer da sentido y perfil así como potencial fortaleza a nuestra democracia. No hay democracia sin partidos ni políticos, pero no hay democracia que pueda pretender el monopolio de la política para los profesionales sin negarse a ella misma de principio a fin.

De lo que se trata es de que la movilización de los ciudadanos no se base en el miedo o la angustia, mucho menos en el odio a la política y a los políticos. Hacer esto sí que es abrir el paso a la peor y más extrema de las derechas, la que no puede convivir sino con sus delirios y con el orden que le ofrezcan los mercenarios. Feliz tarde dominguera.

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