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México D.F. Lunes 14 de junio de 2004

Goyas de parroquianos de cantina, peatones y automovilistas

Jornada de histeria e idolatría en una ciudad que se volvió puma

La celebración, en el Angel, como en las victorias de Copa del Mundo

A bordo de un turibús, los jugadores fueron aclamados como gladiadores

JAIME AVILES

Aún flotaba la pelota sobre el arco de los Pumas consolidando el 5-4 final, cuando la Gold, super futbolera cantina de la colonia San Rafael, se cimbró en los cimientos. Decenas de fanáticos saltaron de sus sillas y se abrazaron brincando y gritando a todo pulmón, pero el encargado del negocio cortó la señal de cable y por el circuito cerrado que enlaza los 13 televisores del lugar metió un video de Prince y estalló el canto paroxístico de We are the champions, que al instante derramó las conmovidas lágrimas de más de cuatro.

aficion_puma1Habían transcurrido 115 minutos de juego soporífero, con dos equipos carentes de poesía, que dejaron de administrar sus mermadas fuerzas cuando faltaban 300 segundos para el último silbatazo de los tiempos extras y protagonizaron, entonces sí, un duelo emocionantísimo, con dos peligrosas llegadas a cada meta, que sirvieron para crear la atmósfera de ansiedad infinita en que fueron tirados los penales.

Convocadas por el rumor de que habría una megapantalla en la glorieta del Angel, menos de 500 personas se congregaron ahí desde temprano, pero como el telón panorámico brillaba por su ausencia, el equipo técnico de Tv Azteca sacó un monitor de 14 pulgadas y lo colocó sobre el techo de un automóvil. Un joven con copiosos aretes en labios, nariz y orejas, envuelto en la bandera de los felinos, posaba para los fotógrafos ocasionales, mientras los entusiastas coreaban desangeladas goyas deprimidos por el pobre espectáculo.

Después de siete días de angustiosa espera, la ciudad estaba totalmente vacía cuando se iniciaron las hostilidades en la cancha de Ciudad Universitaria. Muy otro era el panorama poco después del amanecer, cuando miles y miles de jóvenes enfundados en la casaca auriazul se volcaron hacia los rumbos del Pedregal para ser los primeros en ocupar las tribunas del ovalado edificio.

La policía capitalina, que se lució en cuanto a organización, protegió con maternal dulzura a los seguidores de los tapatíos y a bordo de media docena de autobuses del transporte urbano los escoltó hasta la boca del túnel por donde ocuparían ilesos sus localidades. Cuando todo había terminado repitió la operación en sentido inverso, pero esta vez, en cuanto la porra de los caprinos quedó embutida en los camiones, varias patrullas la acompañaron por todo Insurgentes hasta la terminal de la avenida de los Cien Metros.

Para esos momentos ya había comenzado la fiesta automovilística en las principales arterias de la ciudad, y los prochivas, con sus vistosos y derrotados uniformes, atravesaron la capital de la República entre un mar de banderas adversas, bocinazos triunfales y gritos de odio, de los cuales destacó el siguiente: "¡Mueran las chicas rayadas del Guadalajara!", que debió de haberle dolido, allá en China donde está, al ultrachovinista gobernador de Jalisco, Francisco Ramírez Acuña, el Milosevic de Occidente, que si algo detesta con toda su alma católica es a la gente de la UNAM.

La brigada anticaguama

Poco después de las cinco de la tarde comenzó en serio la fiesta en el Angel. Unas cinco mil personas, vestidas, maquilladas y abanderadas con los colores del equipo de ese otro megachovinista que es Hugo Sánchez, giraban en torno de la blanca columna canturreando incesantemente: "¿Y dónde están, y dónde están las pinches chivas que nos iban a ganar? ¿Y dónde están, y dónde están...?", imitando cada vez con más fidelidad los ritos lúdicos del futbol argentino.

Infiltrados en la pequeña multitud, que sin embargo crecía a cada instante, decenas de agentes de seguridad miraban de reojo los cuerpos de los fanáticos. Con este método de prevención decomisaron muchas botellas de cerveza tamaño caguama y sorprendieron a un sujeto de aspecto inquietante -no parecía joven y tampoco aficionado al deporte- que fumaba cannabis indica escondido en el gentío. Atraídos por el delicado aroma de la sustancia, los vigilantes lo rodearon y lo obligaron a vaciar sus bolsillos, para encontrarse con dos petardos rellenos de pólvora. Ante esto le exigieron que se quitara los zapatos y los calcetines, que sólo contenían sudor, y no se supo que lo hayan arrestado o dejado libre.

Apenas se alcanzó a ver que anotaban su nombre en una libreta y de repente el espacio entre las personas se volvió más y más angosto, porque acababa de llegar el grueso de la Rebel, la feroz e incivilizada barra -otro argentinismo- de los Pumas. Y momentos más tarde, procedentes del estadio olímpico a bordo de un turibús, aclamados como gladiadores romanos, arribaron los mismísimos titulares y reservas del nuevo campeón del futbol mexicano.

Otra vez nacieron la histeria, la idolatría y el paroxismo, pero se extinguieron en seguida cuando el aparatoso camión enfiló seguido por los vítores y los cantos rumbo a Chapultepec. De inmediato, girando como aspa en torno del Angel, los granaderos comenzaron a despejar el asfalto de Reforma y antes de las siete de la tarde reanudaron la circulación.

El festejo fue breve e incruento, porque la policía manejó el problema con suavidad, pero sobre todo porque la inmensa mayoría de los devotos de los Pumas de la UNAM estaba exhausta después de una semana de insomnio y una mañana de dramática insolación.

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