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México D.F. Miércoles 2 de junio de 2004

Nestor Bravo Pérez

Imágenes

No logramos ver toda la ciudad pero eso no impide que nos afecte, en ella existe una multiplicidad de intercambios que pasan por nuestros ojos, trueque de símbolos, mercancía que a ojos de las personas adquiere un carácter artístico: deseos, destinos que se cruzan, palabras, miradas que apenas nos atrevemos a registrar.

En la vasta conglomeración de la ciudad siempre tratamos de encontrar un clima común. Las imágenes publicitarias, entre espectaculares y vallas, han hecho del DF una urbe bidimensional en la que ubicamos puntos de encuentro: sublimación de un pensamiento, de una mirada acostumbrada al tráfico que capta todo tipo de información mientras deambula por las grandes vías.

Nuestro tránsito, por la amplitud desmesurada del territorio chilango (en toda su extensión, incluido Cuautitlán), nos obliga a crear cierta capacidad inmunizante, que nos tranquiliza al saber que pronto tendremos que renunciar a conocerla en su totalidad. En esa perspectiva sabemos que habitamos una urbe llena de signos que detona nuestro ingenio; sobredimensionamos la ciudad para convertirla en un espacio infinito, la ciudad más grande del mundo, una y mil ciudades que se empalman con perversión ubicua. Multiplicamos nuestras visiones.

Como Funes el memorioso, los chilangos vemos en cada instante la emergencia de una ciudad diferente, cada vez que la decimos, o que la observamos generamos nuevos significados en las mismas cosas: prohibiciones, vueltas a la izquierda o a la derecha, venta de todo tipo de mercancía; ropa interior, casas, mausoleos, medicinas con valor nacionalero, automóviles, comida, hombría, feminidad, satisfacción sexual, quiebre del hastío, lentes que sólo enfocan la belleza, bebidas que nos orientan en la noche, crítica feminista, voluntad de hierro, granizo y agua. Nuestra memoria está cargada de imágenes publicitarias provenientes de una experiencia paralela, poco personal pero que nos ha invadido, una memoria ficticia generada, paradójicamente, en la exacerbación del presente, un tiempo abismal que apenas se insinúa. Las mercancías en los mostradores son la extensión de este vasto catálogo de signos, todo significa otra cosa: la ropa es elegancia y los autos lujo. Nuestra ciudad se ha convertido en gran escaparate.

Y en este vasto poder de la mirada se ha posibilitado en una época como esta que por medio de procesos mentales seamos capaces de construir arte con sólo verlo. Las imágenes ayudan, la alquimia del mercado y la mercadotecnia ha transfigurado la historia del arte en la historia de las mercancías, este Midas posmoderno ha promovido la transformación de la publicidad en espacios de veneración estética.

Las artes plásticas y los artistas llevaron sus objetos al espacio del fetiche, estableciendo un nexo entre los valores uso y valores estéticos y de intercambio simbólico, el espejo negativo que permite adquirir en una aspiradora, una pala o un mingitorio una obra de arte, aceptando y promoviendo que una propuesta plástica se apropie de la cultura de masas; serigrafías de iconos cinematográficos o la reconstrucción de productos cotidianos ha hecho que se genere un sincretismo entre arte y mercancía.

Esta ambivalencia afecta nuestra apreciación de las cosas. En muchas ocasiones nos sorprende la similitud que encontramos entre los objetos de una galería o un museo y lo que vemos en las calles, ya sea que lo encontremos en las imágenes que promueven el consumo o en una simple caja de zapatos vacía. La publicidad de una cerveza se incluye en una magna exposición en el Museo Tamayo. Qué pensar, usamos la palabra arte como si fuera unívoca, ignorando todas las acepciones que pudiera tener, toda las cargas que habitan en el imaginario de los espectadores no iniciados, de los simples mortales. ƑSerá arte para un transeúnte la imagen publicitaria de El Palacio de Hierro, simple y sencillamente porque existe una empatía simbólica o porque le gustó la foto?

Si los artistas se han apropiado de las estrategias formales y temáticas de la publicidad para desarrollar sus propuestas, Ƒno será posible que los espectadores asimilen la publicidad en los espectaculares como una gran obra artística?

Así la ciudad adquiere otra dimensión, otro atractivo. Se multiplican sus posibilidades, las lecturas que las personas hacen de la publicidad llevan a comprenderla como una inmensa sala de exposición, la mutación del arte en mercancía llena los ojos de los ciudadanos deseosos de experiencias estéticas, y traslada a la calle la función que deberían cubrir los museos.

La posibilidad de que se realicen, mediante la imagen, los deseos de los habitantes del DF, por más absurdo que sea, se efectúa más por el objeto encontrado en la calle o las vallas publicitarias que por un ready made de los neo pops que se muestran en Art and Idea o en la Sala de Arte Público Siqueiros.

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