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México D.F. Miércoles 2 de junio de 2004

Luis Linares Zapata

Ambiciones y deberes

La oportunidad fue irresistible para el entonces secretario de Energía, a pesar de que la invitación al acto proselitista llevaba como sello indeleble y expreso la intención de lanzar su candidatura a la Presidencia de la República. Un nutrido conjunto de militantes panistas en un medio ambiente propicio, preparado y bajo control del mismo gobernador del estado, quedó grabado en el horizonte de las ambiciones del michoacano. No era cualquier estado, sino el que tiene la más amplia y fiel concurrencia de simpatizantes del blanquiazul: Jalisco.

A ello habría que agregar la urgencia, expoliada por la urgencia interna y personal, de situarse en la línea y en el escalón ideal para ser el elegido de su partido con vistas a la contienda ya en franco desarrollo. Saberse retrasado entre las inclinaciones de voto de los electores potenciales, sin duda le preocupaba al extremo de buscar medios y oportunidades para acortar diferencias con los punteros.

Felipe Calderón había sido mencionado, con regularidad innegable, como prospecto avanzado de su partido con miras a 2006. Gozaba, hasta ayer, de una posición de privilegio como miembro del exclusivo club de los secretarios de Estado. Y, por si fuera poca ventaja el anterior panorama descrito, hereda un pedigrí reconocido: es miembro de una familia fundadora del PAN, hecho de gran relevancia y peso al momento de las decisiones estratégicas de ese partido, que siempre han olido a capilla. Su experiencia cubre todos los ángulos requeridos para delinear a un político.

Felipe hizo un veloz, pero amplio recorrido por encargos, momentos y lugares con los que puede, con seguridad, presentarse ante cualquier auditorio para decir: šaquí estoy, puedo ganar y les ofrezco esto y lo otro! Por eso afirmó en Jalisco que había llegado el momento de concebir y lanzar el proyecto que, en sus deseos, le daría al PAN el triunfo en la contienda venidera.

Sólo que se le olvidaron varios detalles. El primero y sustantivo era su encargo, de tiempo completo, como secretario del presidente Fox para el despacho de los asuntos de energía. Esta característica burocrática le permitía accesos especiales a estudios, roces, micrófonos y escenarios a los que no podría acceder aun siendo, como fue, líder de la fracción panista en la Cámara de Diputados y presidente del PAN. Su papel fue juzgado, al momento de su designación como secretario, crucial para desatorar y llevar a buen puerto tanto la reforma eléctrica como la energética, tal como las sostiene y visualiza el que hasta anteayer fue su jefe.

El michoacano no podía soslayar su representatividad y las obligaciones escalafonarias que su puesto conllevaba: entre otras, consultar y recibir la aprobación para aquellas acciones y pronunciamientos que afecten la conducción de los asuntos bajo su cuidado. Y aceptar, aunque sólo fuera por el tono del mensaje difundido, la ambigüedad de algunos conceptos o el lenguaje corporal de acto masivo de campaña, la candidatura ofrecida por su anfitrión, era faltar de manera flagrante a esa disciplina que, en ocasiones especiales, debe ser respetada a carta cabal.

El segundo y crucial olvido y alegato en contra del desfogue de Calderón, aun reconociendo sus capacidades y derechos para postularse, era la contaminación que experimentarían, de ahí en adelante y de continuar en su función, todos los asuntos a su cuidado y tratamiento. Ninguno de los partidos opositores al gobierno, de los afectados por sus decisiones, de los concesionarios eléctricos, de los empresarios del sector, de los usuarios de los servicios, de los funcionarios bajo su mando, de sus compañeros de gabinete, el mismo Presidente y los rivales dentro de su partido, lo volvería a tratar de la misma forma. Felipe Calderón Hinojosa puso en entredicho su capacidad para funcionar con la eficiencia requerida como secretario de Energía, pues sería visto, oído y juzgado como un precandidato en plena campaña.

El regaño público de Fox fue, simplemente, una rudeza innecesaria sustituible por un cese fulminante en privado en vista del prestigio de Calderón, las repercusiones en el PAN y la inevitable andanada de críticas que se enderezarían al propio Fox. Las comparaciones con la permisiva actitud que el Presidente ha mostrado ante Creel o a su esposa engrosarán la cuenta de sus repetidas inconsistencias y titubeos en la conducción de la cosa pública. Pero Calderón, de todas formas, ya no podía continuar en el puesto.

El postrer punto que soslayó el renunciante apunta a la complicada situación que se calentaba a borbotones en los entretelones y la escenografía externa de su despacho. El cúmulo de trámites en proceso, programas inconclusos, juicios pendientes ante varios tribunales y hasta en la Suprema Corte de Justicia imponía al aspirante a candidato por su partido una redoblada mesura y precaución extremas.

Las declaradas oposiciones que en materia de energía manifiestan senadores y diputados de influencia, que por su número e implicaciones y ante cualquier espasmo, equivocación o mal cálculo se pudieran salir de control, son lo suficientemente importantes para contener ambiciones de corte personal.

Actuar abiertamente, a la manera de un candidato declarado, ocasionó, se acepte o no, un problema que podría causar serios daños y hasta verdadera crisis a la economía o al modelo bajo el cual hoy se conducen las acciones gubernamentales.

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