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México D.F. Domingo 30 de mayo de 2004

Bárbara Jacobs

Diario portugués

Uno puede ser ignorante por más que al mismo tiempo respalde esa ignorancia con inteligencia. Es mejor ser inteligente que sabio. Lo cierto es que el título del libro fue tan sugerente que, sin pensarlo dos veces, lo adquirí, por más que, al ser importado y primera traducción al español, resultara costoso.

Me refiero a Diario portugués, de Mircea Eliade. Debido a mi ignorancia, pensé que se trataba de un poeta griego moderno, y me atrajo la idea de conocerlo a través de un diario encapsulado en una experiencia: su paso diplomático y transitorio, durante los años de la Segunda Guerra Mundial, en Portugal.

Qué interesante prometía ser lo que un poeta griego moderno, según yo (ya afirmé que puedo ser ignorante, pero no tonta), percibiera de un país triste atávicamente; qué contrastante por lo menos al de la Grecia antigua, desbordante de vida y de gloria.

Pero Mircea Eliade, rumano, nada tenía que ver con Grecia que no fuera la herencia cultural. El hecho es que Eliade no deja de lamentarse de que su país no esté en el mapa de la memoria de nadie. Cada dos párrafos se acongoja de haber nacido rumano. De no haber sido así, insiste, su literatura se conocería en el mundo entero. Eliade, a pesar de todo, es un diarista que, aunque esporádico, padece muchos de los innumerables síntomas del diarista hecho y derecho.

El Diario de Portugal ayudó a Mircea a poner de manifiesto los síntomas de los que hablo. Para empezar, arranca durante una ausencia de su esposa; es decir, parte su esposa/madre y, Ƒcon quién se va a comunicar el escritor si no es con su diario? Diálogo, no obstante, entrecortado, no fluido; diario que quiere ser no nada más una pieza de literatura, sino un registro del interior de su amanuense tanto como del exterior del mundo que lo rodea. Diario íntimo y crónica a la vez.

Obsesivo, inquietante, Eliade tiene en su poder cuadernos y libretas para cada cosa; muestra ineludible de una desintegración asfixiante que busca, en el diario, integración, paz y continuidad. Si anota una descripción de una vivencia en el cuaderno al que no le correspondía, el autor se propone pasarla al contenedor adecuado en cuanto pueda, en limpio y en su desarrollo total. Si hace un viaje a España, digamos, en el diario íntimo sólo enuncia que sus observaciones y reflexiones de viajero, serán ampliadas y precisadas expansivamente después, en un cuaderno destinado a ellas en exclusiva.

Tiene treintaiséis años de edad y una sensación de ser viejo tan aguda que el hecho de contar con una cincuentena de títulos, entre libros y "opúsculos", no significa nada para él. A esa edad ya extraña la juventud. Y creo que su momento de verdadera plenitud, la cápsula de su vida que puede salvarlo del aburrimiento que produce su prosa densa o, diría yo, descuartizada; lo que lo salvaría de la ambigüedad que producen sus confusas posiciones políticas, es su amor por Maitreyi, como narra en Una noche bengalí. Maitreyi es la hija del maestro hindú en cuyas manos se puso el joven Eliade, en aquella época que ahora añora con nostalgia, a pesar de que, hélas, hélas, fue precisamente cuando traicionó la confianza del padre/maestro. Al enamorarse de su hija y mantener con ella, una niña apenas púber, una pasión en toda la amplitud del término, Eliade perdió para siempre la juventud. ƑUno se enamora sólo una vez en la vida? ƑFue Maitreyi el amor eterno de la vida de Eliade? Quizás por este amor, recogido en una novela poco camuflada, yo tenía la impresión de que Mircea era, no sólo griego, sino poeta, pues es una narración poética. Cuando su padre/maestro descubre la traición, echa del país al escritor rumano, que se refugia en las montañas del Himalaya, experiencia que, años más tarde, evocará con nostalgia. ƑQué habrá sentido cuando, cuarentaitantos años después, Maitreyi cuenta su propia versión de los hechos? (Ver al respecto el libro de José Gordon.)

En su periodo en Portugal, y los viajes que hizo durante aquellos años, conoció a celebridades, ilustrativamente nombraré a Ortega y Gasset. Y él se reconoce como mejor que todos. šSi se compara con Goethe, Ƒcómo no va a tener al resto de la humanidad como inferior?! Apunta frases como, "Con todo lo que tengo en la cabeza, sólo necesito escribirlo para brillar, para que Rumania exista y brille por mí y conmigo." Me molesta que ponga su ambición al servicio de supuestos falsos como el de "justificar mi puesto ante mi país", y escriba la biografía de Salazar, mientras que sus novelas, dramas y cuentos, quedan pendientes; interrumpidos con el fin de escribir sobre el dictador. šNo! Y esa ambición desmedida, que lo atormenta, lo hace, no compararse con Papini para reconocerse en él, sino para despreciarlo por ambicioso sin límites. (En su momento, cuando leí a Papini, lo creí un bromista, tan ilimitada es su ambición.)

Eliade es lector, y recoge citas tan acertadas que, de haberse compenetrado con ellas, Ƒquién dudaría que, aunque prosista, se trata de un poeta? Es un atormentado, sin duda. Recurre a la melancolía, se entrega a ella, la goza; se siente culpable sin tener culpa, "como el remordimiento que uno experimenta del crimen que no cometió". No obstante, la sensación que la lectura va dejando es la de una profunda ambigüedad: política, civil. El se ganó el reconocimiento como el historiador de las religiones, pero no le bastó. No es claro; no es simpático; no es conmovedor.

Perdí mi batalla de no dejar un libro sin terminar. Me venció Eliade fascistoide; amante hipócrita que no va más allá de registrar sus amoríos como "aventuras" sin nombres, sin reflexiones. Cada vez que su esposa/mamá parte de viaje, Mircea hace travesuras que le cuenta a su diario. Pero, por más que las confíe en el diario íntimo, no las expía.

Ignorante, me pregunto, Ƒqué habría sido de él si permanece en las montañas del Himalaya? ƑSe habría convertido en poeta griego?

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