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México D.F. Domingo 30 de mayo de 2004

Rolando Cordera Campos

Buenos días, México

Como ocurrió la semana pasada con las cifras del crecimiento perdido, este miércoles pasó con las referentes a la inversión extranjera directa. Para decirlo en lingua franca presidencial: "We are the top, we are the Coliseum". Nadie nos gana como espacio de atracción de la inversión foránea, y para prueba un quemón: en apenas tres meses del año en curso, México recibió 7 mil 424 millones de dólares, lo que llevó al secretario de Economía a estimar que en todo el año este monto llegará a 15 mil 592 millones de dólares (La Jornada, 26/05/04, p. 26).

Como también ocurrió la semana anterior, los detalles se probaron diabólicos. Una parte sustancial de la inversión anunciada corresponde a la compra de 38 por ciento de las acciones de Bancomer por parte del BBVA (más de 4 mil millones de dólares) y, como nos recuerda Roberto González Amador en su alcance sobre el tema (La Jornada, Ibid.), "el banco central sostuvo hace apenas un mes que la nación dejó de ser atractiva para los inversionistas nacionales y extranjeros (...) El rendimiento de inversión en México, nos informa Banxico, viene reduciéndose en comparación con el de otras naciones (...) En consecuencia, México ha perdido atractivo para la inversión nacional y extranjera, como lo sugiere la evolución tanto de la formación bruta de capital fijo como de la inversión extranjera directa".

El "país más atractivo de la Tierra", según el dicho presidencial, deja fuera del planeta a China, Estados Unidos, incluso Brasil, que aparecen con necedad todos los meses en el hit parade de la inversión directa en el mundo. Tampoco parece compadecerse el festejo en Los Pinos con la aritmética de los flujos consignados. Si dejamos fuera la compra final de Bancomer y tomamos en cuenta lo que se dice fuera de Los Pinos o del penthouse del licenciado Canales Clariond, todo apunta en el sentido de que si bien nos va, 2004 quedará tablas con 2003 en lo tocante a la inversión extranjera directa (IED).

Nada despreciable el monto, pero poco alentador si para evaluarlo usamos los criterios derivados de la meta amnésica de 7 por ciento de crecimiento del PIB hoy, hoy, hoy. La información y el bote-pronto siguen dueños impasibles de los humores presidenciales en materia de economía política, y eso no puede llevar sino a seguir por la ruta ingrata de confundir los buenos deseos con la realidad y a la propaganda con la estadística y su obligado análisis.

Las noticias de la mañana del miércoles 26 de mayo nos remiten a las del jueves anterior y nos proyectan a las que vendrán el martes entrante. Se trata de un imparable frenesí económico que puede tener saldos enojosos y frustrantes para sus protagonistas, si no es que los informantes sustantivos del Presidente, que son los propios inversionistas foráneos y sus operadores, ya descontaron para sus cálculos estratégicos la prisa del gobierno mexicano por sentirse en la otra orilla del estancado río en que el país está metido.

En El Universal, David Ibarra llamó la atención hace meses sobre lo que parecía abrirse paso como una reversión de la tendencia alcista de la IED hacia México y otros países en desarrollo. Ahora, en un importante trabajo de investigación para la Comisión Económica para América Latina y el Caribe, de Naciones Unidas (Cepal), Ibarra, con la colaboración de Juan Carlos Moreno, profundiza su análisis y proyecciones y nos ofrece conclusiones poco halagüeñas. (La inversión extranjera, Cepal, México, 25/02/04).

Los autores confirman un cambio de rumbo en el total de la IED que llega a América Latina. En 1999, de acuerdo con la UNCTAD, este total ascendió a 109.3 miles de millones de dólares (24.1 para Argentina, 28.6 para Brasil, 12.5 para México). En 2002, el total era de 48 mil millones de dólares, mil para Argentina, 16.6 para Brasil y 13.0 para México. El triunfo se canta en otras latitudes, y no sólo en captación de capitales sino en ocupación de mercados.

Lo más importante no está sólo en las oscilaciones del monto sino en la calidad de la inversión y su impacto sobre nuestras capacidades productivas y de desarrollo tecnológico, por un lado, y nuestra posterior capacidad de pago en dólares de las utilidades de la IED por otro. La ausencia de una política industrial selectiva, nos advierten Ibarra y Moreno, le ha impedido a México aprovechar a fondo las ventajas tecnológicas y de mercados de que supuesta o realmente es portadora la IED. Los empresarios nacionales en vez de montarse en la ola que trajo la apertura y el propio Tratado de Libre Comercio de América del Norte más bien fueron desplazados o se arrinconaron en un mercado doméstico jibarizado por la propia política macroeconómica y la falta de una estrategia de promoción y creación de nuevas figuras tecnológicas y productivas. Y aquí estamos.

Mientras esto y más se documenta y discute como es debido, tal vez en el Senado, sin triunfalismos ni parcialidad en las cifras y el análisis, lo que se abre paso en el panorama mexicano es el agotamiento de una estrategia económica ingenuamente basada en una globalización y un mercado en buena medida imaginarios, pero eso sí, nada generosos y siempre veleidosos. De poco de esto se tomó nota en el pasado. Habrá que ver si con el fin de las ilusiones en la alternancia y el comercio libre alguien lo hace, y pronto. Las señales, sin embargo, no parecen pasar por Los Pinos.

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