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México D.F. Domingo 30 de mayo de 2004

Guillermo Almeyra /I

Italia, al borde de la crisis

El jueves pasado, el presidente de la Confindustria (organización de los industriales italianos) pronunció un duro discurso que disgustó al gobierno y, por el contrario, satisfizo a los sindicatos y a los partidos de oposición. En resumen, el líder de los industriales tomó distancia de Silvio Berlusconi y su camarilla de aprendices de brujo y dijo que la economía italiana está en el nivel en que la encontraron los actuales gobernantes hace cuatro años (o sea, que se perdió casi un lustro), y pidió una intervención estatal para desarrollar el sur (il mezzogiorno) y para sostener a la pequeña y media industrias. Esta ruptura con el dogma neoliberal de "menos Estado, más mercado" por parte de los empresarios italianos coincide con lo que piden los sindicatos, en defensa del nivel de vida y, naturalmente, del mercado interno y de las fuentes de trabajo en la península. Berlusconi se encuentra así agarrado en la pinza: por un lado la presión empresarial, antineoliberal, y por el otro, la sindical. Los patrones, por supuesto, están contentos con las medidas de flexibilización sindical y de reducción de los salarios reales, pero no lo están con las consecuencias de las mismas (reducción del poder adquisitivo y de los consumos).

Además, las empresas italianas han perdido en un año casi un cuarto de sus exportaciones y los cierres de industrias (la Fiat misma, orgullo de la industria nacional, pasará a manos de la General Motors) amenazan no solamente al sector empresarial sino también al conjunto de la economía. En efecto, las industrias son las principales contribuyentes en un país donde las finanzas no pagan sus impuestos y sólo lo hacen los empresarios industriales y sus dependientes, además de los empleados estatales. De modo que si no hay impuestos en cantidad suficiente, no habrá tampoco servicios (educación, sanidad, vivienda, salud), y el nivel de vida y de civilización de los italianos retrocederá casi 100 años. En realidad, Berlusconi, con su política, está llevando nuevamente a Italia a finales del 1900: no solamente desaparecen las ocho horas y las conquistas sociales del siglo XX sino que también se vuelve atrás en la industrialización, sin por ello retornar a una agricultura próspera (como lo demuestran los escándalos de Parmalat o de Cirio, grandes complejos agroindustriales hundidos de modo desastroso y fraudulento).

En estas condiciones se realizarán el 12 junio las elecciones europeas, y en ellas casi seguramente las listas opositoras tendrán una cómoda mayoría mientras los aliados de Berlusconi, que están además divididos, perderán nuevamente buena cantidad de votos. Esas elecciones son para escoger diputados europeos, no para cambiar el gobierno italiano, pero tendrán peso político y moral y, junto con las movilizaciones, como la del 4 de junio -que se prevé será muy grande- contra la visita a Italia del presidente estadunidense George W. Bush, cambiarán la relación de fuerzas entre las clases y los diferentes sectores políticos italianos. Berlusconi acumula así una crisis tipo Aznar (por su defensa del mantenimiento de las tropas italianas en Irak, donde además los soldados temen permanecer), con una crisis que lo enfrenta al sector capitalista. Mientras Francia, por ejemplo, defiende el mercado interno y su industria con planes estatales de promoción -que se oponen abiertamente a las teorías neoliberales-, Berlusconi, que es un aventurero y un especulador, mantiene en cambio una ortodoxia que tiene duros efectos sociales y que no es apoyada por todos los integrantes de su alianza. Por ejemplo, si debe efectuar cortes importantes en el aporte del Estado central a las regiones, casi seguramente la Liga Norte, regionalista-separatista, se opondrá y probablemente lo hagan también los neofascistas de Alianza Nacional, partidarios de un Estado fuerte y con una base clientelar en el sur que no pueden abandonar sin suicidarse.

En estas condiciones, si la oposición ganase votos no será por su política alternativa (no tiene un proyecto de país propio) sino simplemente por la ceguera y la torpeza de un gobierno de incapaces y reaccionarios. Aunque esto merece ser parte de otro artículo, es evidente que el triunfo de Berlusconi fue posible gracias a la desmoralización causada por una supuesta izquierda que hacía la política de la derecha y por la falta de una aternativa. Este problema subsiste, ya que las listas de oposición sólo marcan los desastres causados por el gobierno, pero no tienen ideas ni propuestas. Incluso los movimientos que son muy grandes e importantes se producen puntualmente (contra la guerra, o contra la política destructora de la enseñanza pública, por ejemplo) pero no forman parte de un programa opuesto al del gobierno ni arrastran a los partidos (salvo la participación de Rifondazione Comunista). La discusión política sobre el qué hacer, por su parte, es incipiente y tiene un alto nivel de confusión, aunque queda el hecho positivo de que empieza realizarse y llega a toda la oposición, con diversos niveles de profundidad. De todos modos, los aires comienzan a cambiar y la protesta contra la guerra, tan masiva como en España o más, probablemente consiga el mismo resultado que en Madrid: entre la crisis política y la social y la crisis económica que amenaza, Berlusconi se mueve sin plan ni estrategia y sólo confía en el control total de los medios de comunicación. Pero el mismo, por importante que sea, no es suficiente, porque los hechos son elocuentes y hablan por sí mismos a los italianos.

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