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México D.F. Martes 18 de mayo de 2004

Julio Moguel

Amalia Solórzano viuda de Cárdenas

En la entrega de la presea Generalísimo Morelos a Doña Amalia, este 18 de mayo de 2004, en Morelia, Michoacán

Amalia Solórzano viuda de Cárdenas testifica y vive, como actora principalísima, cinco momentos fundamentales de la historia de México. La de su juventud, que se liga a su relación amorosa y a su matrimonio con el general Lázaro Cárdenas del Río; la del tiempo de la presidencia del general, de 1934 a 1940; la que se extiende de la década de los 40 al movimiento estudiantil del 68, y dos años después a la muerte del general, en octubre de 1970; la de los años 70 y 80, cuando doña Amalia viaja constantemente a la Mixteca oaxaqueña para desarrollar diversas tareas de asistencia y solidaridad con los indígenas de la región; la de la madre y abuela que, por amor y convicción, apoya, sin protagonismos, los esfuerzos de su hijo Cuauhtémoc y de sus nietos por defender la soberanía nacional y democratizar el país, y la de su vínculo político y personal con el movimiento indígena de la década de los 90. Conviene detenerse brevemente en cada uno de estos momentos.

En el curso de su juventud, su relación con el general Lázaro Cárdenas del Río la convierte en fuerza decisiva para el crecimiento sano y digno del árbol familiar, forjando, día con día, la construcción de ese sentido de unión y trascendencia que identificó siempre a la pareja.

Ya desde entonces, e incluso antes de conocer y de relacionarse personalmente con el general, Amalia Solórzano forja sus primeras ideas humanistas y de justicia social. Cuenta la historia que, viviendo aún en las fértiles tierras de Tacámbaro, después de haber estado con su madre en una iglesia del lugar, y de observar a una indígena que fregaba los pisos con mucha fuerza y dignidad, escribió más tarde en un cuaderno: "Nací, nacimos, para sentarnos en una larga banca y compartir lluvias y soles que no distinguen ni el color de la piel ni la manta de la seda..."

Años después, ya como esposa del general y siendo éste presidente, doña Amalia Solórzano vivió intensamente uno de los episodios más extraordinarios de la historia de México: fundando nuestro ser nacional, convocando a la unión y la solidaridad, reuniendo fondos para solventar de alguna forma la expropiación petrolera. ƑQuién no recuerda esas fotografías en las que, acompañados de su pequeño hijo, Cuauhtémoc, Lázaro Cárdenas del Río y Amalia Solórzano viven juntos los intensos momentos de la expropiación petrolera y de la movilización popular para sustentarla?

Fue en esos mismos años cuando, en Los Pinos o en espacios sociales y educativos diversos, doña Amalia cobijó a niños y niñas de escasos recursos que fueron dando sus flores con el tiempo, o a españoles republicanos que aquí reconstruyeron la vida, o a exiliados políticos de otras tierras y de otras lenguas. Políticos, poetas, literatos, científicos, amigos, almas de diversas partes del planeta que aquí, en nuestro país, sembraron sus deseos y ayudaron a la construcción de nuestro ser social, político, cultural.

Los años que siguieron a la Presidencia del general Lázaro Cárdenas también fueron de gran actividad para doña Amalia, en la construcción cotidiana de relaciones personales y políticas que ayudaron entonces a dar vitalidad y fuerza a los ideales y obras que había legado el cardenismo. Tejer ideas, crear redes, construir puentes: con los Méndez Arceo, con los presos políticos, con dirigentes agrarios. Ir y venir al terruño, apoyar las causas grandes y las causas chicas, aunque éstas, sea dicho, para el general y para doña Amalia siempre fueron causas vitales y mayores.

México en los años 70. Muere Lázaro Cárdenas del Río a los 75 años de edad. En octubre del alba de esa década, doña Amalia decide entonces ir año con año a la Mixteca. Por allí andaba el general en sus últimos tiempos, con los campesinos, desde la Comisión del Balsas. Ella no llega a la región con representación o cargo alguno, pero no se hace necesario: concita apoyos, lleva víveres, ropa, juguetes, gestiona asuntos, promueve obras. Y la distingue entonces, como antes, su actitud sencilla, sin politiquerías ni estridencias, con el único deseo de ayudar a la gente de menores recursos.

En los años del nuevo cardenismo, hacia finales de los 80, doña Amalia mantiene una actitud discreta, sin la búsqueda de luces protagónicas, pero, sabemos, es fuerza viva de una familia que, unida, mantiene en forma renovada su idea de llevar hacia delante la transformación democrática de México. Con la misma discreción, en los años que siguieron a aquel 1988 no escatimará esfuerzos para apoyar los renovados esfuerzos de su hijo y sus nietos por defender nuestra soberanía y democratizar al país.

En los años 90, Amalia Solórzano viuda de Cárdenas abre las rutas de un nuevo andar en los mundos rurales. En 1996 es invitada a formar parte de la Comisión de Seguimiento y Verificación de los Acuerdos de San Andrés, y para cumplir con sus tareas viaja a Chiapas. Sobre estas visitas conviene citar al historiador Andrés Aubry, quien dibuja con maestría singular el sentido de la presencia de Amalia Solórzano en aquellas tierras, en su vínculo profundo con las acciones que muchos años antes había desarrollado su esposo:

"Cabe recordar aquí que un día don Lázaro Cárdenas se sintió urgido de viajar a Chiapas para encontrarse con los indígenas. Era un marzo lluvioso de 1940, siendo entonces el primer presidente en ejercicio en visitar nuestro estado periférico. Salió de Los Pinos en carro hasta Acapulco, allí tomó un barco hasta Salina Cruz. Al desembarcar, subió al ferrocarril hasta Arriaga, desde donde emprendió la subida para Tuxtla por la escabrosa terracería de La Sepultura, que venció uno de los escasos carros que entonces circulaban en el estado de Chiapas. Siguió en el mismo vehículo por la brecha del Burrero, pero no llegó siquiera a Zinacantán, porque el auto se atascó sin remedio en el lodo del camino. Platicó largo con los indígenas hasta que trajeron caballos. Cubrió jineteando los 20 kilómetros restantes que todavía lo separaban de San Cristóbal (...) De manera menos deportiva, pero igual de meritoria, doña Amalia venció su edad, la distancia, el cansancio de su desvelada, de una desmañanada por el avión, de las curvas del viaje desde Tuxtla, el frío de Jovel, la paciencia de interminables esperas, para poner su granito de arena en el proceso de paz con justicia y dignidad que el zapatismo pretendía lograr para Chiapas y el país. En aquellos días de San Cristóbal, doña Amalia reactivó la presencia del general, autentificó una lucha y, con su frágil y emocionante persona, estampó en esta jornada el sello de la historia."

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