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México D.F. Domingo 25 de abril de 2004

Carlos Bonfil

Venganza sexual

Durante el Primer Festival Internacional Contemporáneo de la Ciudad de México se presentaron varias cintas de factura excelente y temática novedosa, cuya distribución comercial parecía improbable: una de ellas fue la rusa El regreso, de Andrey Zvyagintsev, ganadora del León de Oro en el Festival de Venecia; otra, la tailandesa La última vida en el universo, de Pen-Ek Ratanaruang, y una más, Retratando a la Familia Friedman, el polémico documental de Andrew Jarecki. Por fortuna, estas obras, y la australiana Venganza sexual (Alexandra's project), captaron el interés de una distribuidora independiente, Film House, asegurando así su corrida comercial.

El caso es sintomático del cambio paulatino en las opciones que ofrece hoy la cartelera. Las cintas mencionadas han despertado interés y discusiones en sus países de origen, y son claro ejemplo de esas producciones que antes desechaban las distribuidoras por considerarlas o muy fuertes o muy aburridas, o, según consignas de hace 30 años, muy "ajenas a nuestra idiosincrasia". El estreno escalonado de estas cintas inicia esta semana con Venganza sexual, largometraje del holandés radicado en Australia Rolf de Heer, de quien el festival Cinema Global presentó hace poco su realización precedente, El rastreador (The tracker).

En Venganza sexual la trama es mínima: Alexandra (Helen Buday) es una joven esposa australiana al borde de un ataque de hastío, madre de dos hijos, compañera de Steve (Gary Sweet), oficinista indolente y parco, quien la menosprecia sexualmente y la limita en la gerencia de su propio hogar. El domicilio conyugal es, además, un verdadero bunker, una fortaleza equipada con un sistema de seguridad sofisticado. En anotaciones muy breves se describe en los primeros minutos la tirantez doméstica, marcada no por algún signo exterior de violencia, sino por la mediocridad del esposo y el hartazgo de su mujer. El proyecto de Alejandra -trabajo audiovisual, videohome sorpresivo- consiste en hacer pagar a Steve en pocos minutos, acaso una hora, una existencia conyugal desperdiciada. Y el día elegido es el cumpleaños del padre amoroso, empleado recién ascendido, marido banal, quien con una nueva oportunidad laboral tal vez habría deseado empezar todo de nuevo.

La sorpresa que se le reserva a este hombre debe permanecer tal para los espectadores, por lo que se omite una sinopsis más detallada. Lo que sí es posible adelantar es el manejo magistral del suspenso, el ingenio de sus vueltas de tuerca, y un clima general de ansiedad extrema que hace de la cinta una experiencia paradójica, a la vez fascinante y detestable, susceptible de cargar con la acusación de misógina, de no ser por la innegable complejidad del personaje femenino, la proteica Alexandra, quien jamás es del todo una víctima, y a quien jamás le asiste del todo la razón.

Si algún paralelismo quiere establecerse con otra cinta, habrá que pensar en las atmósferas de violencia mental del austriaco Michael Haneke en Juegos divertidos (Funny games), aun cuando la brutalidad en Venganza sexual sea todavía más hermética, esté claramente ligada a la sexualidad, y difumine por momentos la frontera entre sometido y victimario.

En una época de tiranías mediáticas y videoescándalos, Rolf de Heer ha colocado al alcance de su protagonista una cámara, una casetera, un circuito cerrado, las posibilidades del montaje casero y todo un dispositivo audiovisual como instrumento de tortura sicológica. Cámara oscura, escenario de revelaciones hirientes. De golpe, marido y espectador comparten una aprensión parecida, el primero con el control remoto frente a un video implacable, el segundo, atrapado en un ritmo de espera continuamente burlado y reactivado. La estupenda partitura musical de Graham Tardiff completa este largo escarceo sádico. Hay en la trama momentos de crueldad elaboradísimos, ligados a una enfermedad terminal; otros, de lenta humillación programada, y la insidiosa proximidad de algún vecino odiado.

Rolf de Heer maneja con astucia los espacios, reales y virtuales, el juego ambiguo de presencias y ausencias (dentro/fuera de la cámara o de la casa), la amenaza real y el cultivo de la paranoia. No hay de parte suya juicio moral alguno, ni del comportamiento de cada protagonista, ni de sus implicaciones o consecuencias. Sólo excelentes actuaciones, un guión lleno de sorpresas, y un dominio del suspenso tan perturbador como el mismo proyecto de Alexandra.

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