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México D.F. Viernes 23 de abril de 2004

Horacio Labastida

Dignidad española

Son absolutamente contrarios al espíritu del sin duda valiente pueblo español, cualesquiera doctrina y actitud que intenten oprimir su conciencia de dignidad por la vía de privarlo de sus derechos a la autodeterminación.

En los viejos tiempos virreinales de la América Latina, prolongados con violencia inaudita por más o menos tres siglos, muchos españoles recogieron las banderas de dignidad y se opusieron virtuosamente y con persistencia al absolutismo arbitrario de las coronas de Castilla y Aragón, en los tiempos de los adjetivados reyes católicos Fernando e Isabel, y también a las aristocracias de los austrias y los borbones hispanos, que pretendieron amparar sus creencias católicas en un Derecho Indiano jamás acatado si dañaba intereses del trono o los que la elite colonial heredó de la conquista sangrienta simbolizada en Hernán Cortés y Francisco Pizarro, asesino el primero del emperador Cuauhtémoc, y del inca Atahualpa el segundo.

La rigurosa obediencia que trató de imponerse a los nativos, masacrándolos si resistían, fue denunciada en ocasiones que redimen la grandeza de los hombres y mujeres que desde entonces pueblan la península ibérica. En las abruptas regiones amazónicas surgieron a cargo de monjes cristianos comunidades respetuosas de los aborígenes y estimuladoras de sus valores espirituales, por la organización de una producción económica colectiva y de su correspondiente aprovechamiento común. Naturalmente estas prestigiosas actividades fueron perseguidas, combatidas y al fin aniquiladas por mandos reales portugueses. Y en México sería imposible olvidar al maravilloso fray Bartolomé de las Casas y su radical denuncia y oposición a la esclavitud en los pueblos de la naciente Nueva España, y del mismo modo vale recordar a Vasco de Quiroga y a Julián Garcés, quienes soñaron en el añoso siglo XVI con fundar en Pátzcuaro y Puebla ciudades sin repartimientos de indios ni conquistadores de los nativos. Francisco Javier Mina representó la dignidad española cuando al desembarcar en Soto la Marina (abril de 1817) unió sus fuerzas a la batalla de la insurgencia.

Claro que no son los únicos casos. En todos los tiempos y en todos los lugares España supo reclamar las libertades individuales y soberanas que pretendieron arrebatarle clases acaudaladas locales o poderes imperiales de otros países; pero entre tantos hechos heroicos destacan dos movimientos apuntalados en los más puros sentimientos de las familias ibéricas. El primer hecho se registra en la historia cuando la España invadida por Napoleón I y traicionada por Carlos IV y su hijo Fernando VII tomó sobre sí la defensa y organización de una nación que jamás soportó el cetro galo de José I, hermano del emperador francés y consentido y halagado por la bellaquería de los afrancesados. En el salón que el Museo del Prado, Madrid, dedica a Francisco Goya constan los terribles y heroicos grabados que forman la serie Desastres de la guerra, y también los estremecedores frescos El 2 de mayo y Los fusilados, en los cuales el genio zaragozano pintó momentos estelares de la dignidad española contra toda forma de opresión. El levantamiento del pueblo español (1808-1814) junto con otros dos, el ruso de 1812 y el alemán de 1813, connotan la reacción de lo específico y peculiar de la sociedad y su cultura frente a la uniformidad impositiva que pretenda moldearla conforme a necesidades imperiales extrañas.

El segundo gran escenario de la dignidad española fue representado durante la Segunda República (1931-1939) y su lucha por crear en España una civilización libre y justa. Fue necesario que se confabularan Hitler, Mussolini, Franco y los gobiernos simuladores de Francia y Estados Unidos para detener a un pueblo decidido a adueñarse de su destino y entenderse con los demás mediante acuerdos celebrados inter pares. Franco en su papel de iscariote y ladrón, según el verso inmortal de León Felipe, encadenó a una España que difícilmente ha venido rompiendo sus cadenas.

La abyección que guió las manos de Aznar y sus allegados en el manejo de su gobierno neofranquista, al entregar a España a las huestes atilanescas de George W. Bush y su fantasioso gobierno global, fue expulsada en los recientes comicios que elevaron al socialista José Luis Rodríguez Zapatero. Su decisión de regresar a la tropa que Aznar envió al genocidio que se perpetra en Medio Oriente ha sido aplaudida por los pueblos del mundo. šNada por la muerte; todo por la vida!, es el grito que se escucha por todas partes, sin excepción alguna.

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