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México D.F. Viernes 23 de abril de 2004

Jorge Camil

ƑGolpe de Estado en Washington?

Cuando finalmente leí The price of loyalty (El precio de la lealtad), de Ron Suskind, comprendí por qué ha causado sensación entre los analistas políticos de Estados Unidos. Basado en relatos de Paul O'Neill, primer secretario del Tesoro de George W. Bush, y en documentos que conservó tras renunciar al puesto, el libro constituye un testimonio devastador contra la actual administración. Al cabo de las primeras 100 páginas (consta de 331) el lector no tiene duda de que el Poder Ejecutivo lo ejerce un reducido grupo de neoconservadores dirigidos por Dick Cheney, a ciencia y paciencia de un presidente que no sabe ni entiende (y al que probablemente no le interesan) los temas de agenda nacional e internacional.

En el relato de O'Neill, Bush surge como un hombre sin sustancia, sin ideas, sin programa, ignorante de las realidades y antecedentes históricos de la sociedad estadunidense; un provinciano que no lee (ni siquiera los reportes de sus secretarios de Estado: los prefiere platicados) y que abdicó desde la primera semana a la presidencia del Consejo de Seguridad Nacional en favor de la ambiciosa Condoleezza Rice: "yo asistiré esporádicamente", anunció el presidente, "y Condi me reportará los resultados".

O'Neill, exitoso empresario acostumbrado a las empresas multinacionales, donde cualquier información es analizada y discutida como antecedente obligado para la toma de decisiones, encontró difícil aceptar esa actitud. Afirma que Bush conduce las reuniones de gabinete como ausente o desarticulado, evitando cualquier intercambio intelectual y la toma de decisiones con frases hechas que repite hasta el cansancio, aunque no tengan relación con el tema ("hay que reafirmar nuestros principios; actuar en consecuencia").

Después de las primeras reuniones, impactado por los efectos de lo que los españoles llamarían un "diálogo de besugos", concluyó que el presidente "era un ciego en una habitación llena de sordos". En las reuniones en corto las cosas iban peor. El ex secretario llegaba al acuerdo semanal con copias de los reportes enviados con anterioridad al presidente, para descubrir que éste desconocía los temas y se limitaba a mirarlo fijamente, en una actitud que O'Neill atribuyó primero a una sagaz estrategia para evaluar la capacidad profesional del secretario, y posteriormente a un deseo de evitar cualquier manifestación o indicio corporal que pudiese enviar mensajes equivocados a los mercados financieros.

šNada parecido!, dice O'Neill, quien proporciona un dato revelador sobre la invasión de Irak: en la segunda reunión del Consejo de Seguridad, a 10 días de la toma de posesión y siete meses antes del 11 de septiembre, la agenda incluía, para sorpresa de los asistentes, un reporte de la CIA sobre Irak ("Política para proceder") y un "Plan político-militar para controlar Irak después de Saddam". Resulta obvio que a un mes de la toma de posesión, Donald Rumsfeld y Cheney (a quien Rumsfeld llama Guantes de hule, porque jamás deja huella de sus actos) ya habían decidido invadir Irak y no se preguntaban "por qué", sino "cuándo" y "qué tan rápido".

Después del primer año, se dio cuenta de que había sido invitado a participar como comparsa de una administración en la que el presidente desconocía los temas de la agenda nacional y las consecuencias de su política internacional, mientras las decisiones y políticas oficiales eran adoptadas y formuladas por un grupo de funcionarios que actuaban por su cuenta. Para O'Neill, todos los temas son controlados directa o indirectamente por un grupo dirigido por Cheney, al que pertenecen Rumsfeld, Rice, Paul Wolfowitz e ideólogos neoconservadores como Karl Rove y Richard Perle. Ellos son quienes fijan las políticas de la administración y los que a la postre gobiernan. Es necesario recordar que todos los miembros del grupo, incluyendo a Andrew Card, jefe de la oficina de la Casa Blanca, son amigos cercanos o ex miembros del gabinete de Bush padre. Por eso las circunstancias obligan a preguntar si Cheney y su grupo secuestraron la voluntad de Bush desde el inicio de la administración (como sospechaban algunos medios antes del 11 de septiembre), o si éste y su equipo trabajan subrepticiamente para Bush padre en el que sería su segundo periodo de gobierno.

Frente al rompimiento de la sociedad estadunidense, no sería extraño que cualquiera de esas opciones fuese resultado de un golpe destinado a reforzar a la derecha fundamentalista. En la presentación de su alarmante libro contra la administración de Bush, Plan of attack (plan de ataque), el periodista Bob Woodward reveló el domingo pasado que al preguntar al presidente si le preocupaba la percepción histórica de su gobierno sobre el tema de Irak, éste extendió los brazos, se encogió de hombros y contestó: "Ƒla historia...? Para entonces todos habremos muerto..."

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