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México D.F. Martes 6 de abril de 2004

Teresa del Conde

Roberto Turnbull expone

Pintar hoy, dice John Berger en uno de sus textos recientes, es un acto de resistencia que satisface una necesidad generalizada y puede crear esperanzas. Yo creo que esta necesidad es de índole orgánica y los estudiosos de la llamada neuroestética se encuentran empeñados en encontrarle a esta necesidad, y a la recepción del espectador, orígenes biológicos.

Roberto Turnbull, en todo caso, parece encaminar su quehacer reciente a la idea de recuperar la pintura, pero sometiéndola a padecer un bloqueo o una irrupción violenta, más que una deconstrucción.

Varias de las obras que expone en la Galería Florencia Riestra (Colima 165) ofrecen una contradicción entre la superficie que funciona como soporte -cuidadosamente trabajada- y lo que obstruye o desdice esa delicadeza artesanal colocándose encima de ella en ocasiones con el desenfado de un incipiente pintor de brocha gorda.

Al visitar su exposición hice un primer recorrido rápido con la intención de detenerme en aquello que mayormente me atrapara la atención. Eso me sucedió con un cuadro que produce aquel efecto de Apolo entre las fieras al que un crítico parisino se refirió cuando vio un Apolo de Donatello en la primera exposición de los fauves. El cuadro en el que me detuve puede ser observado con verdadero deleite si uno invierte varios minutos, tratando de entender a qué responde, cómo está hecho y la razón por la cual se percibe como un "clásico contemporáneo".

Aparentemente es muy sencillo y habría quienes lo pasarían por alto si lo que se busca es el impacto. Mide 80 x 100 y está planteado como un dibujo sobre tela. Son tres formas oblongas (más alargadas que un óvalo) desmembradas en un extremo, superpuestas entre sí y trazadas con diferente intensidad. Pero ocurre que la superficie que les sirve de soporte, en tonos blancuzcos (no hay un solo blanco puro en ella) aparenta tener esa pátina que ofrecen los mármoles antiguos o los cuadros de museos hechos hacia 1915-1920, como el cuadrado de Malevich, sin que los tonos de éste que comento sean uniformes. De no existir las formas ovales, de por sí esa superficie fungiría como una lograda pintura abstracta y, sin embargo, son los trazos los que provocan intensidad, sin que haya allí otros elementos que distraigan de la manera como se imbrican entre sí.

En el extremo superior derecho hay un monograma que ocupa unos cuantos centímetros cuadrados: RT01 (Roberto Turnbull, 2001) integrado como un motivo formal más que luce su discreción suma. Después de ver esta pieza empecé de nuevo el recorrido, la que le está contigua presenta unas formas que pueden entenderse como globos oculares o rotaciones planetarias describiendo una órbita sin foco. Los colores son saturados, planos, pero nuevamente el soporte tiene función protagónica, a través de un contraste que desdice ese brío de pintura burda. La tela estirada sobre el bastidor está recubierta de una membrana como de ala de mosca, barnizada, dejando veladamente una composición geométrica. Esta obra se titula Constelación y mide 170 x 200. Algo similar ocurre en un "sin título" de 2003 hecho sobre tela recubierta de papel con trama, probablemente proveniente de San Agustín Etla. De arriba abajo la atraviesa una franja que corta a la mitad el espacio.

Condominio de 2004 presenta los trazos al óleo estrictamente geométricos sobre una superficie también recubierta de papel, toda en azul de prusia, es un cuadro nocturno, éste sí, de impacto. Geometría subversiva responde bien a su título: es como un teorema inacabado, y lo mismo sucede con Banco, representación de una construcción tipo instalación (como las que ha presentado en otras exposiciones), cuyos elementos están intersectados. Hay una tela recubierta de una cobija corriente que se titula Mariposas. Por lo menos hace sonreír. Estados de prueba 2004 es un tour de force, un museo en miniatura que recoge entre sus cuatro lados la propia trayectoria de Turnbull más la recolección de postales o fotografías que han formado parte de su acervo, junto con dibujos y grabados de su autoría.

Entre tramo y tramo hay fragmentos horizontales de tapete recortados, pero no como en el caso del cuadro de la cobija, sino como elementos pensados para establecer intervalos en volumen. También pueden verse algunas obras de pe-ríodos anteriores, pero pienso que hubiera sido mejor eliminarlas, dejando sólo una como muestra.

En suma sigo creyendo que hay buena pintura contemporánea en México, tan o más buena que en otras partes, pero no se le ve ahora en los sitios oficiales. A ver si el nuevo MUCA, ahora dirigido por Graciela de la Torre, nos ofrece oportunidad de calibrarla con amplitud.

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