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México D.F. Martes 6 de abril de 2004
Nora Patricia Jara
PRD: dignidad sepultada
Un partido alejado de la gente podría ser el nuevo lema del Partido de la Revolución Democrática, el cual, en medio del reacomodo de fuerzas y liderazgos internos, como saldo de la corrupción videotelevisada que prevalece entre las corrientes que integran ese instituto político en la capital y en el país, opta por el pragmatismo de los mismos grupos que lo han llevado a la debacle. Bajo la conducción de una dirigencia burocrática y gris, distante de las bases impulsoras del cambio democrático surgidas de la amplia convocatoria que hiciera en 1988 el hasta ahora líder moral de la izquierda, Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano, y sin una oferta moderna o renovada generacionalmente que responda a las demandas de las actuales circunstancias que vive México, este partido se manifiesta por rechazar la autocrítica, corregir lo que considera nada más errores y desconoce como actos de vil corrupción, replegándose con ello al interés único de ocupar la presidencia con Andrés Manuel López Obrador a la cabeza.
La división de opiniones enmedio de una muy adelantada carrera por el 2006 en las filas del sol azteca se tenía prevista para el momento en que el ingeniero advirtiera de su interés por tomar el control de los órganos del partido para encaminarlos a una posible candidatura por encima del resultado de las encuestas que favorecen como opción electoral al jefe de Gobierno del Distrito Federal. Se deseaba una transición de terciopelo, imposible en un partido que se sostiene de las cuotas de los grupos de poder que lo integran y sin intereses comunes, grupúsculos que actúan en la oscuridad eclipsando la actividad política que debería ejercer un auténtico movimiento con carácter social.
Sin embargo, la actual dirigencia perredista ignora que en una elección los hechos que perciben los ciudadanos en su favor, en especial en materia de confianza y seguridad, son los que inclinan la balanza hacia una u otra opciones políticas institucionalizadas, y que los electores indecisos, aquellos que no pertenecen o simpatizan con ninguna tendencia, junto con los votantes comprometidos, son también tan importantes como el llamado voto duro, con el que operan electoralmente las facciones. Las elecciones se ganan con votos, no con burocracias, con presencia en todo el país, no nada más en dos o tres estados y en la capital de la República, donde los liderazgos controlados por la Corriente de Izquierda Democrática, los amachuchos, el grupo de Rosario Robles y las políticas de cooptación y de compra y venta del voto jugaron un factor fundamental en los últimos triunfos del PRD en la ciudad.
Por eso se pidió en su momento la limpieza de la elección, para lo cual se creó una Comisión de Fiscalización, que elaboró un informe que nunca se discutió o conoció públicamente; incluso, con la amenaza en su momento de la posible renuncia de alguno de sus miembros por dejar de lado consideraciones que revelaban conductas contrarias a la ética partidista. Dos años después su análisis es uno de los supuestos logros del resolutivo del octavo Congreso Nacional, en el que sepultaron la dignidad y con autocomplacencia se unieron, además, en torno a denuncias espurias en contra de esta casa editorial y dos de sus prestigiados reporteros. Sin razón, y con ganas de sepultar el caso Ahumada y los dólares con que se llenó los bolsillos el ex presidente de la Asamblea Legislativa de esta ciudad, se trata de remontar equivocadamente los constantes descalabros que los han vuelto a los ojos de los electores como partido poco confiable, de rijosos, dividido, con intereses poco claros. Y con una institución así ningún caudillo moral o del futuro podrá gobernar en la accidentada y al parecer eterna transición política nuestra.
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