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México D.F. Sábado 20 de marzo de 2004

Maratónica velada musical, la fiesta del Centro Histórico

El acto, invitación a visitar y explorar la magia del corazón de la ciudad capital

PABLO ESPINOSA

El Centro Histórico palpita.

Su tam-tam-tam cambia a diario. Ora nace de los parches concheros, ora de los claros clarines cuando izan la bandera, ora de la hora del ángelus con las campanas de catedral a todo vuelo. La noche de este sábado sonará como un ángel en primavera.

Esta noche se hará día en el Zócalo. A partir de las nueve PM del sábado y hasta las seis de la mañana del domingo multitudes celebrarán la llegada de la primavera, en una reiteración puntual del gesto humano de gozar, pues desde que éramos hordas hasta que horadamos la capa de ozono nos sigue gustando el dulce pecado de gozar.

Anoche el tam-tam del Zócalo capitalino se hizo de una aleación de oro y cobre. Como cuando dicen que Dios sopló sobre el costado de Adán y de allí emergieron mil prodigios. El aliento vital de una trompeta hecha de aleación de cobre y oro perteneció, anoche, a un dios laico de la música del mundo nuestro: el maestrísimo Wynton Marsalis, figura central del Festival de México en el Centro Histórico.

Marsalis culminó anoche en el Zócalo una serie de actividades artísticas que superan la gesta de los joyceanos Bloom y Dedalus, y refrenda su gesto de héroe máximo de la cultura jazz de hoy en día. Lo que vio Marsalis en el Zócalo ayer por la mañana, cuando convivió con escolares de secundaria y por la noche con un público fervoroso, le hizo un eco en las entendederas.

Palabras más, palabras menos, Marsalis reflexionó así una noche de hace algunos años, una noche de intensidad emocional intensa, luego de un concierto en una gira que lo llevaba del Carnegie Hall a las praderas y montes y pueblos recónditos de su patria: ves a la gente -reflexionaba Marsalis-, ves a parejas elegantes, jóvenes y viejas, los finos, los refinados y los toscos, ves a los solitarios. Ves a la gente -seguía su curso el pensamiento de Marsalis haciendo eco en nuestro Zócalo- y te das cuenta que tienes la oportunidad de dar una alegría a esa gente, de hacerlos reflexionar, de liberar su pena o de añadir una pincelada hermosa en sus vidas.

Eso le encanta a Marsalis y en eso consistió el encanto de su gira mexicana que concluyó anoche, y que forma parte de esta fiesta inmensa que constituye la celebración por los veinte años del Festival de México en el Centro Histórico y que congregó en esa misma noche, pero en escenarios diferentes, al héroe del rai, el argelino Rachid Taha, artífice de lo que los comerciantes se queman las pestañas debatiendo si llamarle world music, world beat, o third world music a todos esos prodigios que narran las gestas de la migración, himnos órficos de la transculturización, vasto movimiento musical de la diáspora. Sonaba apenas la música de Taha cuando aún retumbaba el eco encantado del trío Painkiller, al que también le gusta matar penas.

El trío Matapenas (Painkiller) está integrado por tres genios en una sola botella: John Zorn, Bill Laswell y Tasuda (no es albur) Yoshida, y su magia se unió a un embrujo mayor: la segunda parte de la Tetralogía de Wagner, que se montó hace unos días en Bellas Artes cómo sólo se había hecho en Salzburgo, Berlín y Bayreuth, gesta que se unió al empuje bestial de la música de Iannis Xenakis, que sonó por igual en Bellas Artes con una orquesta sinfónica que en un antro con un DJ.

Un festival multívoco, mural, vasto y variopinto, que ha contribuido a hacer del Centro Histórico una fiesta.

A este guateque anual de la cultura se hermanará la fiesta que se hará gesta desde las nueve de la noche de este sábado y culminará a las seis de la mañana, algo así como la misma hora en que Leopold Bloom emprendió con Stephen Dedalus la jornada emprendida por James Joyce como un monólogo interior y que culminó Cortázar con una duda cronopiana: ¿encontraría a la Maga?

Las multitudes que asistirán esta noche al Centro Histórico encontrarán la magia en cada recoveco que media del Zócalo a la Alameda. Habrá actividades artísticas en ocho foros ubicados en ese tramo, entre los cuales el estelar -el Zócalo- lo ocupará maese Juan Gabriel a la una de la mañana, pero en realidad habrá unos mil 600 artistas, incluidos zanqueros, tambores, acróbatas, bailarinas body painting, góticos, capoeiros, circo callejero, maromas semánticas y teatro vivo. El circo, maroma y teatro de la magia de recuperar la ciudad desde el mismísimo epicentro, hacerla palpitar toda una noche como si fuera de día y escuchar el corazón palpitante de la Maga.

Tam-tam-tam.

El Centro Histórico palpita.



Cientos de escolares fueron cautivados por su vena docente en el Zócalo

Marsalis dictó, de bulto, una cátedra de su majestad el blues

El trompetista recibió el trato que sólo se dispensa a los ídolos del ámbito comercial

De la mano de cuatro músicos más, se armó tremendo bailongo en la plancha de concreto

ANGEL VARGAS

No'mbre, pos la mera verdad es que sí estuvo bien chingón. Nunca había escuchado algo así; toca reboniiito el negrito ése; ¿cómo se llama?, ¿Winston, no? Me gustó también mucho el de la batería; está cañón, ¿verdad?

El alboroto es infernalmente divertido en el Zócalo: gritos, silbidos, aplausos, y apenas si puede escucharse la voz puberta de Javier Sánchez, quien de improviso interrumpe la breve charla.

Pide ser esperado ''tantito" y corre hacia la bola de chavos que se forma en torno de Wynton Marsalis para saludarlo, tocarlo, pedirle un autógrafo o que se tome una foto con alguno de ellos.

La blancura de los dientes del trompetista estadunidense irrumpe a cada momento en forma de sonrisas, al tiempo que estampa su firma lo mismo en un libro de Carl Sagan, que en un boleto de concierto o en una modesta hoja de cuaderno escolar.

Policrómico mosaico vivo

Quién habría de imaginarlo: un músico de jazz, que seguramente hasta ayer era desconocido para la mayoría de adolescentes y jóvenes que ahora lo aclaman, siendo tratado como un ídolo de la música comercial, acaso Luis Miguel o Ricky Martin.

Provocar tal reacción no fue el objetivo de Marsalis al aceptar ofrecer este viernes un concierto didáctico en el mismísimo ombligo de la megaurbe, como parte de la versión 20 del Festival de México en el Centro Histórico.

La docencia es su máxima pasión, ¡claro!, sólo después de hacer jazz. Está convencido de la importancia social del arte para el desarrollo integral de la persona, según ha manifestado en varias ocasiones,

Hastío e indiferencia imperan, antes de comenzar la sesión, en los rostros todavía aniñados de la mayoría de adolescentes que ocupan las centenas de sillas dispuestas por los organizadores para hacer más cómodo el momento.

Son privilegiados, una gigantesca lona los protege del sol del mediodía, que pega con tubo y que debió ser soportado por aquellos, sobre todo adultos, que no pudieron franquear las vallas metálicas que dividían la zona cercana al escenario del resto de la plancha de concreto.

En espera de la música, varios de esos chavos y chavas platicaban, otros echaban desmadre con sus cuates y por allí se veía a unos osados que desafiaron la autoridad de sus profesores y se pusieron a jugar una cascarita.

Varias fueron las escuelas secundarias invitadas al concierto, cuando menos cinco, todas ellas públicas, a excepción de la Greenhills, las cuales hicieron del sillerío un policrómico mosaico vivo, por la variedad de colores de los uniformes.

Quizá primero fue por guasa o para liberar la energía contenida, pero recibieron con gran jolgorio, aplausos y aullidos a Marsalis y al cuarteto de músicos que lo acompañaron, integrantes de la Lincoln Center Jazz Orchestra.

Esa atmósfera tan festiva, sin embargo, sería la tónica en adelante durante los poco más de 60 minutos que el reconocido y carismático trompetista, uno de los mejores jazzistas del mundo, explicó el abecé del blues de bulto, es decir, tocando su música.

El blues, un automóvil

¿Qué es el blues?, de hecho, fue el nombre de esta sesión en la que el también compositor diseccionó ese género involucrando, seduciendo e inclusive hipnotizando a su juvenil audiencia.

Como palabra, explicó Marsalis, su majestad el blues ''tiene dos significados en inglés: azul y triste. Aunque como música no puede ser tristeza, porque el ritmo siempre nos hace más ligero inclusive lo más triste. El blues es, entonces, como subirse en la bicicleta de la tristeza para ir hacia la alegría".

Paso por paso y haciendo participar a los chavos, explicó en qué consiste el swing, qué es el ritmo del shuffle, qué emociones se pueden hacer con cada instrumento, cuáles son las funciones de las secciones rítmica y melódica, y cuál es la forma del blues y sus 12 compases.

Los jovencitos ya estaban dentro del saco; gritaron, aplaudieron, silbaron y rieron a rabiar. El clímax llegó cuando el quinteto tocó The second line. Todos aullaron y algunos, tímidamente, comenzaron a bailar; poco a poco se fueron uniendo más, hasta convertirse en mayoría.

Inclusive el embajador de Estados Unidos, Tony Garza, que andaba por allí, así como los diplomáticos que lo acompañaban le entraron al bailongo. Eso era ya un carnaval, un pachangón de antología que hacía vibrar, sudar, hervir a todos.

Acabó la pieza y estalló la emoción con frenesí.

La banda se despidió y los chavos no la dejaban ir; exigieron otra hasta que lo consiguieron. Y así, la escena anterior se repitió.

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