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México D.F. Sábado 20 de marzo de 2004

Robin Cook

La más grande torpeza británica desde Suez

Los británicos somos afectos a conmemorar nuestras acciones militares. Sesenta años después aún nos estamos preparando para recordar la invasión en el Día D y honrar el valor incomparable de los hombres que desembarcaron ese día.

Habla mucho del nerviosismo del gobierno hacia Irak que no haya planes para marcar el aniversario de la invasión.

Se trata de un tema muy delicado. Cualquier examen retrospectivo inevitablemente llamará la atención sobre preguntas cada vez más difíciles de responder, por ejemplo: Ƒpor qué creímos que Saddam Hussein era una amenaza si resulta que no tenía un programa nuclear, ni agentes químicos ni biológicos, ni un sistema para lanzarlos?

La manera idónea para marcar el aniversario sería clavarle una estaca a la doctrina del ataque preventivo y sepultarla donde nadie pudiera desenterrarla para justificar otra aventura militar unilateral. La nueva doctrina de Bush reclamó el derecho de hacer la guerra a cualquier país que pudiera ser una amenaza potencial... dentro de unos años.

Irak ha comprobado que, más allá de toda duda razonable, la inteligencia no puede proveer de evidencia suficientemente confiable que justifique una guerra sobre la base de especulaciones.

A un año de la invasión, los ministros no justifican nuestra presencia en Irak con la búsqueda de esas escurridizas armas de destrucción masiva, sino con la necesidad de -como dijo el jueves el primer ministro, Tony Blair- mantenernos como una constante contra el terrorismo. Sin embargo, convertir Irak en un extenso campo de batalla entre Occidente y Al Qaeda únicamente nos da la medida de nuestro fracaso político, no la justificación para invadir.

Los fundamentalistas islámicos trataban a Hussein con la misma hostilidad que el resto del mundo, y él respondía manteniéndolos fuera de Irak. Fue nuestra ocupación lo que motivó a Al Qaeda a dirigirse a Irak, y la incompetencia de nuestros planes post Hussein lo que les abrió las puertas por las que entraron.

Blair tiene razón cuando insiste en que ningún país puede, individualmente, dar la espalda al terrorismo. La energía letal de Al Qaeda no tiene la amabilidad de distinguir entre los que se opusieron a la invasión a Irak y los que la apoyaron. Dado el sentimiento popular en España, es casi seguro que nueve de cada 10 de los asesinados en Madrid se opusiera a la guerra en Irak. Al Qaeda no otorga certificados de inmunidad.

El enfoque racional es preguntarnos si nuestras acciones han puesto al mundo más a salvo de sus malignas intenciones. La sombría y deprimente respuesta a esta pregunta es que la invasión a Irak ha vuelto al mundo más vulnerable a una mayor amenaza de Al Qaeda, lo cual es precisamente lo que nuestras agencias de inteligencia advirtieron al gobierno, en vísperas de la guerra.

Las bombas en Madrid fueron la peor atrocidad terrorista en Europa de los pasados 15 años, y la más reciente en una letanía de ataques asesinos que van de Turquía a Marruecos.

Nuestra experiencia en Irlanda del Norte ha demostrado que la única forma de disminuir una amenaza del terrorismo es aislando a los terroristas y negándoles cualquier simpatía de su propio público. La invasión a Irak ha entregado a los terroristas un arma totalmente nueva, que pueden desplegar en todas las calles árabes.

La enorme paradoja es que invadir Irak es precisamente lo que Al Qaeda quería que hiciéramos, porque eso servía a su agenda de polarizar a Occidente del mundo islámico. Como observó George Soros, "caímos en la trampa".

Parte del problema del actual enfoque occidental del terrorismo es lo que nuestros líderes en Washington y Londres insisten en considerar una guerra. Como metáfora, la guerra bien puede enfatizar el hecho de que debe ser prioritario para nuestras fuerzas de seguridad derrotar al terrorismo.

Desafortunadamente, parece que demasiados dentro de la administración Bush se han dejado engañar por su propio lenguaje y creen que el terrorismo puede ser vencido con una guerra verdadera, como si pudiéramos detener las bombas de los terroristas soltando nuestras bombas, que son aún más grandes.

Lo cierto es que hubiéramos hecho mucho más para doblegar el apoyo al terrorismo llevando paz a Palestina, en vez de guerra a Irak. Pero la promesa del presidente Bush de dar prioridad a la paz en Medio Oriente se ha convertido en uno de esos compromisos hechos antes de la invasión y rotos un año después.

El pueblo español ha sido acusado de tratar de apaciguar a los terroristas y
de haber tenido la impertinencia de rechazar a un gobierno que apoyó a George W. Bush. Acusarlos de ser blandos con el terrorismo sólo es más injusto, después de lo que han sufrido. Su negativa a seguir siendo conscriptos dentro de la coalición de Bush simplemente refleja el hecho de que ellos, mejor que nadie, saben que su estrategia contra el terrorismo no está funcionando.

Hay otro mensaje en la suerte que corrió el gobierno de Aznar y que Washington debe meditar. El partido conservador fue castigado, más que nada, por su exagerado y forzado intento de exprimirle ganancias políticas al costo humano del terrorismo.

Esta es una conclusión incómoda para el Partido Republicano, que ha basado su estrategia para la relección de Bush en la grosera premisa de que un voto por éste es un voto contra Bin Laden. Se exponen a que sus contrincantes señalen que el sugerir que Irak tuvo alguna responsabilidad en el 11 de septiembre es un engaño tan grande como decir que ETA colocó las bombas de Madrid.

Blair bien puede argumentar que el gobierno británico nunca pronunció deliberadamente algo que no fuera verdad. Pero tampoco fueron sinceros. Apenas el mes pasado nos enteramos por primera vez de que el Comité Conjunto de Inteligencia advirtió a Downing Street, justo antes de la guerra, que la información sobre las armas de Hussein era "pobre" y que había "inconsistencias" en los estimados sobre el tiempo que requerían para ser activadas. Esto destruye las afirmaciones de que Irak podía atacar en un lapso de 45 minutos, pero nunca se le presentaron al Parlamento, o al público, antes de votar por la guerra.

Una verdad a medias puede corroer la confianza tanto como una mentira descarada. Ni siquiera era necesaria la evidencia que dio la encuesta publicada esta semana, que demuestra el apoyo que ha perdido la acción en Irak para confirmar que la guerra ha sido un desastre para el Partido Laborista.

La tragedia es, como lo demostró la lúcida intervención de Gordon Brown el miércoles, que un gobierno con un poderoso récord de logros en hospitales, escuelas y empleo ha sido opacado por la larga sombra que proyecta una guerra innecesaria y controversial. Es un tanto cínico, por parte de la jerarquía partidaria que inició la guerra, culpar ahora a quienes se opusieron a ella de haber causado divisiones en la agenda doméstica.

Irak se ha convertido en el tema que define a este Parlamento, y Blair ha admitido con toda honestidad que la guerra será recordada como la decisión que más divisiones provocó en su segundo mandato.

En efecto, nos ha alejado de nuestros aliados clave en Europa, ha socavado el principio de seguridad colectiva por medio de Naciones Unidas que anteriores gobiernos laboristas contribuyeron a diseñar para lograr un foro mundial multilateral. Ha hecho retroceder el diálogo con el mundo musulmán y dado impulso a los fundamentalistas.

En el primer aniversario parece muy probable que en el juicio de la historia se dictamine que la invasión a Irak ha sido el error más grande en la política exterior y de seguridad británicas en medio siglo y desde Suez.

© The Independent

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