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México D.F. Domingo 14 de marzo de 2004

Nina Jrushcheva *

Putin: zar o dux

Sobre todos los sistemas políticos se pueden formular dos preguntas prácticas: primera, Ƒqué es lo que diferencia a unos partidos políticos de otros? Segunda, Ƒquién manda?

En la Rusia poscomunista las respuestas fueron durante un tiempo de una claridad meridiana: los partidos estaban divididos entre los que querían regresar a los tiempos soviéticos y los que querían una reforma. ƑQuién mandaba? El presidente.

Después de 12 años de transición, la respuesta a la primera pregunta ha quedado desdibujada. El Partido Comunista se encuentra en una decadencia terminal y las ideologías están desapareciendo. De hecho, cualquiera que esperara un enfrentamiento evidente entre la izquierda y la derecha durante la reciente campaña para la elecciones presidenciales había de quedar defraudado, porque la respuesta a la segunda pregunta es aún más enfática en la actualidad: en ningún momento se abrigaron dudas sobre la relección del presidente Vladimir Putin. Este presidente manda mucho.

La abrumadora popularidad de Putin, que es auténtica, y su desdibujamiento de todas las divisorias políticas le han brindado una posición inexpugnable. Muchos se lamentan de ese estado de cosas, pero su ascendiente podría ser menos maligno de lo que parece.

El tamaño de Rusia, la pobreza de sus infraestructuras y la desorganización de su burocracia limitan el poder de Putin. Dentro de esos límites, utiliza su poder implacablemente. Putin y sus funcionarios, que se bastan a sí mismos tras los muros del Kremlin, gobiernan con mayor arbitrariedad y opacidad de lo que se toleraría en una democracia auténtica. La impresión que da la presidencia de Putin es la de una autocracia salpicada de elecciones.

Autocracia, no dictadura. Después de cuatro años de una presidencia supuestamente dedicada a crear una "dictadura de la ley", el estado de derecho sigue siendo débil en Rusia y los derechos de propiedad no están bien definidos. Aún no ha surgido una clase media sólida, junto con una sociedad civil robusta.

La privatización de los activos estatales ha hecho mucho por la economía, pero también se la ha utilizado para ganar influencia y construir imperios. El ejército no parece estar sometido de forma fiable al control civil y la brutal guerra en Chechenia está más enconada que nunca.

De modo que el autoritarismo del presidente Putin sigue avanzando sigilosamente, pero, si lo juzgamos con criterios rusos, dista de ser repulsivo. De hecho, en algunos aspectos merece el agradecimiento de los rusos. Ha relegado a los comunistas al basurero de la historia, del que hablaba Trotski. Ahora que están escindidos, algunos están dispuestos a dejar de complacer a los fantasmas bolcheviques. Eso es bueno para Rusia. Bienvenidos a la República.

Además, Putin no ha dado marcha atrás en la reforma económica. De hecho, la economía ha conocido más que nada un auge con su administración: otra de las razones por las que gusta a los rusos comunes y corrientes.

En lo que Putin ha fracasado ha sido en el fomento de la gestión democrática de los asuntos públicos. La cuestión no es si él y sus compinches del antiguo KGB amordazan a los medios de comunicación y encarcelan a sus oponentes. No, el auténtico defecto del gobierno de Putin es el de que su poder es personal, no está basado en el apoyo de un partido político.

La cuestión fundamental en la política rusa no es la batalla por los votos. Mucho más importante es la competencia por el poder que se produce en las entrañas de la presidencia. La batalla resulta apenas discernible la mayor parte del tiempo y sólo unos breves destellos la iluminan, como cuando fue detenido Mijail Jodorkovsky, pero ni siquiera el propio Putin puede saber si es el amo de ese sistema o su prisionero: un zar o un dux.

Para que surjan partidos políticos viables, es necesario un parlamento fuerte, pero, como la presidencia de Rusia es tan poderosa, la Duma es en gran medida un simple reñidero y un paraíso para mañosos. En el mejor de los casos, es una válvula de seguridad -más que un motor- para la democracia.

Naturalmente, en la Duma existe una gran mayoría propresidencial, pero ese es su defecto: sólo representa al presidente. Vota en favor de lo que éste quiere, pero lo que Rusia necesita son partidos políticos que representen algo diferente de la voluntad de su jefe. Como Putin no puede tragar a la oposición, sofoca el desarrollo de los partidos.

A ese respecto cuenta con la ayuda de los políticos partidistas, porque los partidos reformistas inspiran poca confianza. Un pesimista que estudiara las elecciones a la Duma del pasado diciembre, con su fútil política partidista, dureza e invectivas, podría sentirse fácilmente inclinado a comparar a Rusia con la Alemania de Weimar.

La reformista Unión de Fuerzas de Derechas (UFD), encabezada por Boris Nemtsov y Anatoly Chubais, se destruyó a sí misma en diciembre anterior, al no conseguir un escaño en la Duma. Los dirigentes de la UFD hicieron una campaña electoral que parecía complacerse en su distancia de los rusos comunes y corrientes. En lugar de visitar a los rusos inmersos en la lucha por una vida difícil, Nemtsov y Chubais se promocionaron a sí mismos como hombres modernos que volaban en sus aviones privados y jugueteaban con sus computadoras portátiles. Quien hace oídos sordos se merece la derrota.

El problema de la formación de los partidos se agrava con la rivalidad personal. Grigory Yavlinsky parece creerse Charles de Gaulle, esperando en su versión -en forma de dacha- de la casa de De Gaulle en Colombey a que lo llamen para ocupar el poder. Sólo su egolatría impidió que su partido Yabloko cooperara con la Unión de Fuerzas de Derechas.

Putin entiende instintivamente que Rusia necesita elementos de la democracia, aunque sólo sea para diferenciar a la nueva Rusia de la antigua y permitir que entre una rara ráfaga de saludable aire fresco. Con la posición indiscutible de que goza en su segundo y último mandato, Ƒmantendrá siquiera ese ligero instinto democrático?

Hoy en Rusia se habla del "putinismo", que profesa la democracia sin obligar hasta ahora al Estado a aceptar las disciplinas de un sistema auténticamente democrático. Pero los franceses tienen una palabra más antigua para referirse al "putinismo": étatisme, según el cual el Estado manda en la sociedad, en lugar de estar al servicio de ella.

Eso no quiere decir que un gobierno deba imponerse mediante el miedo, como los antiguos gobiernos rusos: a ese respecto, el gobierno de Putin es tan bueno como cualquier otro que haya tenido Rusia jamás. Pero un gobierno "putinista" no dedicará demasiado tiempo a la transparencia, el debate o la rendición de cuentas.

* Nina Jrushcheva es profesora de Asuntos Internacionales en la New School University y autora de un libro, de próxima publicación, sobre Vladimir Nabokov.

Copyright: Project Syndicate, marzo de 2004. Traducido del inglés por Carlos Manzano.

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