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México D.F. Miércoles 3 de marzo de 2004

Crece el riesgo de que los grupos armados cobren fuerza en el terreno político

La oposición política y civil en Haití, rebasada por la crisis de violencia

Desconfianza entre la población tras el aparente clima de júbilo por la salida de Aristide

FRANCOISE ESCARPIT ESPECIAL DE L'HUMANITÉ

Puerto Principe, 2 de marzo. Los grupos armados insurrectos, aclamados en la comisaría central de la policía. Los militares de Estados Unidos, en el palacio nacional. En el aeropuerto, tropas de la fuerza naval francesa con marines estadunidenses y soldados canadienses. El presidente "democráticamente" electo, ex cura, expulsado del país por un golpe de Estado que no se atreve a decir su nombre y que en Washington desmienten el presidente, el ministro de la Defensa y el secretario de Estado. Un viejo profesor de derecho, presidente de la Suprema Corte de Justicia, presta juramento como nuevo mandatario pero inexplicablemente permanece mudo ante los acontecimientos. Un primer ministro -Yvon Neptune- del régimen derrocado renuncia pero permanece en su puesto. Una oposición política y una sociedad civil que representan una franja muy importante de la población (184 grupos) miran impasibles cómo las potencias extranjeras les roban el derrocamiento de Aristide y enfrentan grandes dificultades para negociar su proyecto de cambio, pero que a la vez, incomprensiblemente, le piden a los rebeldes que garanticen la seguridad del país y de la capital...

ras28-141559-pihEn las calles, los tap-tap (camiones) multicolores vuelven a circular. Las aceras y los mercados se vuelven a llenar con una multitud que vende y compra carbón, legumbres y frutas. Los manifestantes gritan su júbilo: "Aristid prizon; chimer lecol" (Aristide prisión; chimeres -sus seguidores armados, reclutados entre los más pobres- a la escuela). Las pintas en los muros han sido transformadas. De "viv Aristid" ahora dicen "kaka Aristid". Frente al palacio nacional, una multitud que crece minuto a minuto celebra "su liberación". Sobre todo son hombres, jóvenes y estudiantes, quienes dan una bienvenida triunfal a los insurrectos armados que llegan de Gonaives y Cabo Haitiano. Con todo, los bancos, las tiendas, las gasolineras, las escuelas y las oficinas de administración pública permanecen cerrados. Pese a la actividad aparente, nada funciona y da la impresión de que debajo del entusiasmo prevalece la desconfianza de la gente. Cualquier cosa puede suceder, todavía.

Hoy, el aeropuerto parecía haber recobrado la normalidad, con la salida y llegada de los acostumbrados vuelos comerciales, pero también llegaron dos Transall y un Hércules C130 de la fuerza aérea de Francia. Transportaban al 33 regimiento de infantería de la marina de Martinica y una sección del 41 batallón de infantería de la marina de Guadalupe. Ahí estaba el embajador francés, Thierry Bukard, para recibirlos. Estaban por llegar, según explicó el coronel Daniel Le Platois, unidades entrenadas para rescatar a nacionales franceses en caso de urgencia y una compañía de legionarios procedentes de Guayana. Todo ello además de helicópteros, la fragata Ventosa y demás vehículos militares que deben llegar de Martinica vía República Dominicana. El oficial al frente de las fuerzas terrestres de Martinica y Guadalupe precisó que su única misión era "asegurar la embajada y su personal, la residencia del embajador, la escuela francesa y, si fuera necesario, los ciudadanos franceses radicados en el país; de ninguna manera formamos parte de las fuerzas que fueron aprobadas anoche por el Consejo de Seguridad". Esta afirmación categórica fue atenuada por el embajador Bukard, quien declaró que "las primeras fuerzas que llegaron a suelo haitiano fueron las francesas, después de la resolución del Consejo de Seguridad de la ONU que autorizó el despliegue de fuerzas internacionales de paz".

La llegada de estas fuerzas francesas ocurre en medio de la inquietante improvisación que parece caracterizar la conducta del gobierno de Chirac de cara a la crisis haitiana. A falta de vehículos adecuados la tropa fue conducida en autobuses escolares amarillos; los equipos de comunicación de los militares no llegaron con el resto del equipaje y, para terminar el panorama, los soldados fueron alojados en el Colegio Francés en condiciones de incomodidad, ya que el plantel no tiene servicio de agua.

A media mañana ocurrió la entrada triunfal del llamado Frente del Norte. A bordo de una treintena de vehículos, blandiendo armas muy diversas, aclamados por millares de personas, desfilaron alrededor del Campo Marte frente al palacio nacional coreando consignas en creole: ¡Viv lamee! (Viva la armada), Libeté y Vle pa vle, faut qu'Aristid juge (Aristide al tribunal), se dirigieron al cuartel general de la policía y sitiaron el lugar ante la mirada desamparada de un policía. Había sido desarmado por estudiantes, entre quienes predomina no un sentimiento de venganza, pero sí de justicia.

Hay casos de policías con suerte, como Francois, que cuenta: "Soy militar con 23 años de carrera, sargento en retiro; me alegra que el comandante Guy Philippe haya venido a liberarnos del papel de policías de Aristide. Con él vamos a reconstruir el ejército".

Al final de esta segunda jornada de Haití sin Aristide el pillaje continuó y se volvieron a escuchar disparos. Desde las ciudades del sur llegan noticias de actos violentos. Se sabe que las tropas extranjeras recién llegadas no van a intervenir en esos sucesos, salvo en caso de legítima defensa. Es decir, los haitianos bien pueden matarse entre sí en espera de las fuerzas internacionales de paz.

No queda claro por qué, si Estados Unidos y Francia se involucraron desde hace tiempo en los hechos que desembocaron en la crisis actual, han dejado que la situación se deteriore a este grado de violencia y tensión sin haber tomado medidas preventivas.

Frente a este panorama, la oposición política y civil parece totalmente rebasada mientras crece el riesgo de que los insurrectos armados tomen posiciones de fuerza en el tablero político. Y que este empoderamiento sea a largo plazo.

Traducción: Blanche Petrich

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