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México D.F. Domingo 29 de febrero de 2004

Juan Saldaña

Lenguajes

En el centro de este vértigo que hace girar furiosamente informaciones sobre los alcances actuales del canallesco Fobaproa; que extrema nuestro horror ante la muerte y desesperación en Haití y la párvula y cómplice presencia de Jean Bertrand Aristide; que justifica nuestra repugnancia por los procedimientos del pasado cuyas precisiones ofrece la apariencia doméstica de Miguel Nazar Haro. Ante la aparente preocupación de un Presidente que visita discapacitados y concluye dialogando con pericos. Ante todo ello, y ante un poco más, comenzamos los mexicanos a interrogarnos sobre el futuro inmediato del país.

Resulta, pues, que quizá lo que nos está ocurriendo (o seamos un poco más prudentes, o un poco más realistas) sea que estas torpes líneas están resultando incapaces para capturar en toda su dimensión el verdadero alcance de las cosas.

Porque, hace pocos días, el ciudadano promedio de este hermoso México nuestro ha tenido ante sí la posibilidad singularísima de asombrarse ante el surgimiento de una muy moderna forma de insultar el ciudadano parecer que aún se interesa en el curso de la política mexicana.

Largo e inmerecido premio, es verdad. Pero apenas corresponde al sentido de sucesos de la realidad nacional que están ahí; sin duda para nuestros pareceres. Son acontecimientos reales. Se dieron en tiempos y espacios concretos e innegables.

Del primer suceso contamos con la información (siempre contundente) con que nos regala don Julio Hernández desde su Astillero. El hecho, avanzado ya, revalora, no sin asombro, la firme actitud ciudadana del consignante. Los nombres y los lugares son decisivos: la denuncia ciudadana consigna la erección ilegal de una plancha de bronce para inmortalizar la inauguración de un jardín de niños en la colonia Guerrero del Distrito Federal. El segundo se ilustra con la atención prestada, en condiciones preferentes, a una paciente de familia ilustre en un hospital del Estado. Los hechos carecen de importancia, son cotidianos. Las protagonistas son las importantes: Marta Sahagún de Fox, en el primer caso, y doña Paulina Rodríguez (nuera del Presidente), en el segundo.

Aparentemente, la intervención ciudadana reblandece el desafuero. Pero éste existe, existe previamente. Torpe y feroz. Existe sin remedio.

Existe para los mexicanos que hemos conservado, al paso de los años, la capacidad de vergüenza. Para nosotros existe aún esa triste opción de la moralidad vencida y ultrajada. Y en este grupo, para quienes podemos ser señalados como testigos del desafuero sin temor a la imprecisión o al olvido de datos, lugares, fechas, cantidades. Para estos mexicanos, pues, que han decidido mantener las manos limpias, aun después de haber transcurrido por los escenarios de la desvergüenza y la impunidad, existe el desafuero.

Hasta estos mexicanos, sin duda sorprendidos, ha debido llegar la información, recientemente trascendida por medios electrónicos e impresos, que nos ha entregado la figura de un joven senador de la República y jerarca mayor de su partido, sujeto de denuncias y querellas en torno al apoderamiento de quién sabe qué suerte de terrenos preturísticos, próximos al paraíso de Cancún, allá por el sureste.

En concreto, el lugar no es importante. Tampoco lo resultan los voraces alcances del arreglo, vistos (but of course) en dólares, vecinos y seguros.

Importa desde luego que conozcamos los hechos, gracias a su publicación realizada como torvo desquite de grupúsculos en que participan irónicamente un triste puñado de jóvenes mexicanos que se presentan en los foros del quehacer político como firmes luchadores por la purificación y preservación de nuestro ambiente.

ƑCuáles serán en lo futuro los lenguajes a usar? ƑVamos a recrear en México un nuevo lenguaje político? ƑCuál será? El de la poderosa consorte o el del Niño Verde.

Sólo nos queda decidir los lenguajes y actuar en consecuencia.

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