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México D.F. Miércoles 11 de febrero de 2004

Remedios Varo o el riesgo de invertir en la plástica mexicana

Javier Aranda Luna

México podría convertirse, en los próximos meses, en el principal país exportador de obras de arte. La razón es simple: todas las colecciones privadas están en riesgo por no poder comprobar su origen legal.

Si el aparato judicial mexicano insiste en considerar que las obras compradas por Walter Gruen forman parte de la ''masa hereditaria" de la sobrina de Remedios Varo, porque el coleccionista no pudo acreditar legalmente su posesión, se sentará un terrible precedente que obligará a los coleccionistas mexicanos a vender de inmediato al extranjero sus obras. Lo harán para evitarse un vía crucis similar al de Walter Gruen; para darle la vuelta a los juniors de la plástica cuya especialidad es convertir las obras de sus antecesores en dinero.

Uno puede pensar, erróneamente, que la labor de los coleccionistas es meramente mercantil: que sólo compran y venden obras para ganarse la vida. Pero no siempre es así. O no lo es al menos de manera exclusiva: el pintor Francisco Toledo es uno de los más grandes coleccionistas de grabado en nuestro país y hasta donde sé no revende las obras que ha adquirido. Muchas las ha prestado para animar museos y casas de cultura en todo el país.

Otro caso es el empresario Carlos Slim y otro más es el escritor Carlos Monsiváis, cuya colección plástica (grabados, litografías, carteles, fotografías) servirán para crear todo un museo en el Centro Histórico de la capital.

Walter Gruen es otro coleccionista que en un rapto de generosidad decidió regalar a México la colección de cuadros de Remedios Varo, que había adquirido con mucho tesón y dinero durante casi tres décadas. Si Gruen hubiera vendido esos cuadros que compró no estaría metido en los líos en los que se encuentra.

Qué curioso: en nombre de la legalidad se está violentando la propiedad privada y la propiedad del Estado mexicano, porque los 38 cuadros regalados por Gruen al país ya son propiedad de la nación.

Debemos este absurdo jurídico a la juez Rebeca Florentina Pujol Rosas. Pero le debemos algo más: el que haya propuesto a Walter Gruen un ''arreglo" para solucionar el litigio que sostiene contra Beatriz Varo Jiménez, sobrina de la pintora.

La juez propuso a Gruen un ''arreglo" que consistía, según las notas de Gruen publicadas ayer aquí, en ''dividir la colección y venderla". Como si la propiedad de la nación pudiera ponerse en venta por unos particulares. Lo terrible es que ese arreglo no lo propuso un loco ambicioso sino un juez. ¿Se vale? ¿Un juez puede disponer de los bienes de la nación para ponerlos en venta? ¿Puede despojar de la propiedad de un bien porque no se encuentra legalmente acreditado?

Si la tercera instancia judicial favorece a Beatriz Varo, el coleccionismo mexicano caminará rumbo a la extinción. Y con ello perderemos todos: los coleccionistas, los museos, los promotores de las artes plásticas mexicanas en el extranjero. A nadie le convendrá tener cuadros que algún día un heredero, un junior de la plástica, apoyado por el aparato judicial mexicano, peleará como propios, como parte de una ''masa hereditaria" que se cebará con todas las obras no acreditadas legalmente.

De nada servirán permisos de exhibición, catálogos en los que se da cuenta de cómo una obra pasó de tal a cual mano, recibos y registros privados que den cuenta de montos y dueños. Todo será falso si la ley, y sobre todo si la interpretación de la ley a cargo de un juez deciden que esas obras ''sin dueño" pertenecen a un junior heredero.

Hace tiempo critiqué a los libreros que vendían bibliotecas mexicanas en el extranjero. Las seccionaban en partes para venderlas al mejor postor. Hoy la plástica mexicana enfrenta una situación semejante. Pero no impulsada por particulares, sino por nuestro aparato judicial.

¿No será tiempo que además de acogerse al juicio de amparo, Walter Gruen y el Instituto Nacional de Bellas Artes cambien de estrategia judicial? Gruen no cree llegar a ver el fin de este litigio. Si cambia de estrategia, yo creo que sí. Le serviría a él, al país que escogió para vivir y a los coleccionistas que mucho mantienen viva la tradición de la plástica mexicana.

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