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México D.F. Lunes 26 de enero de 2004

Descastado, débil y disparejo encierro de Xajay en la decimotercera corrida

Por su torerismo, supera Rafael Ortega la fama de El Zotoluco

Dos orejas, excesivas, a Eulalio y una al tlaxcalteca Menos de media entrada

LEONARDO PAEZ

Los buenos toreros sin sello sólo dan espectáculo frente al toro con celo, es decir, el que no sólo pasa sino que embiste con codicia, exhibiendo a quien carece de mando.

Para la decimotercera corrida de la temporada 2003-2004 se anunció a tres magníficos toreros, sobrados de celo pero carentes de sello, de estilo distintivo o de expresión estética más allá de la buena técnica: El Zotoluco, quien hizo el paseíllo por quinta ocasión en el serial, Rafael Ortega y el español Manuel Caballero, ambos en su segunda actuación.

Una dispareja corrida de Xajay -cuatro anovillados de presencia y dos con trapío de toros-, cuyo prestigio es inversamente proporcional a su bravura, pues hace tiempo sustituyó ésta con el vago concepto de toreabilidad, ideal para figuras tres eme: muleteros monótonos modernos, fue la elegida por el empresario.

¿El resultado de tan desafortunada combinación? Hartos derechazos y naturales en tres faenas convencionales, precisamente por la falta de transmisión en toros y toreros, cuyas sólidas tauromaquias mal pudieron lucir con reses carentes de bravura pero repetidoras, a excepción del infumable lote de Caballero.

El Zotoluco

Hacer el paseíllo por quinta vez en la temporada refleja, más que a un Zotoluco improvisado como figura taquillera, la tremenda crisis de toreros mexicanos interesantes provocada por el voluntarismo del promotor, que en los pasados 10 años ha hecho y deshecho a su antojo con una idea equivocada de lo que implica impulsar profesionalmente el espectáculo taurino.

Rey tuerto en país de ciegos, Eulalio López hace todo lo que puede, lo cual siendo meritorio no es suficiente, y menos en estos momentos, urgidos de competencia y de toros bravos, no de su caricatura.

Con su primero, Triunfador (de 470 kilogramos), pobre de cara y que mal tomó un puyazo, Lalo quitó por chicuelinas sobre pies para en el último tercio despatarrarse, quesque con el objeto de darle más dimensión a los muletazos, así sea a costa del gusto.

Entre tanta tanda, la docilidad del torito permitió una torera secuencia al ligar el derechazo con el cambio de mano y el forzado de pecho. Luego vendría una estocada entera, algo trasera y tendida, por lo que el de Xajay tardó en doblar. Más rápido que Facundo Arroyo en Texcoco, el amenazado juez Ricardo Balderas soltó las dos orejas y ordenó arrastre lento a los restos del astado. Lo dicho: docilidad mata bravura y amenazas empresariales, autoridad con criterio.

Con su segundo, Don Antonio (480 kilogramos), deslucido más que complicado, volvió Eulalio a los muletazos a tutiplén por ambos lados pero sin la emoción de la bravura. Si a ello se añade la prudente distancia que hubo entre toro y torero, la embestida a media altura, el pinchazo, la estocada contraria, el aviso y los dos descabellos, la anhelada apoteosis brilló por su ausencia.

Rafael Ortega

El completísimo y mal administrado diestro de Apizaco ejecutó con el tardo y soso Jerezano (de 510 kg) chicuelinas sin quietud, gaoneras quietas pero rápidas, cuatro pares de banderillas a toro pasado (aportación nefasta de El Juli a la tauromaquia posmoderna), un emocionante péndulo o pase cambiado de largo, una capetillina (misma suerte pero en corto), y algunos derechazos, para despachar al débil astado de media y descabello. Salió al tercio.

Lo más torero de la tarde vendría con Fundador (503 kg), el toro con más trapío, no con más kilos, del encierro. Tras otro tercio de rehiletes con más voluntad que lucimiento, Ortega supo sujetar la suelta cabeza del burel hasta ajustarse, él sí, en meritorias tandas con la diestra, antes de dejar un perfecto volapié en lo alto, de efectos inmediatos. La oreja solicitada por el público fue de las mejor cortadas. ¿Se atreverían empresario y apoderado a un mano a mano entre El Zotoluco y Rafael Ortega con una corrida de toros, no de la ilusión? Seguramente no.

Al albaceteño Manuel Caballero, que tan buenas faenas ha realizado en la México, le tocó primero un novillejo, Gran amigo, y cerró plaza Arizeño, bien presentado pero manso y con sentido. Lo bueno es que ya falta poco para la corrida del 5 de febrero y a lo mejor torea Enrique Ponce.

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