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México D.F. Martes 20 de enero de 2004

En el País de las Nubes, como lo llamó Fernando Benítez, 80% de los habitantes son analfabetos

En Coicoyán, el índice más alto de niños muertos por males prevenibles

En ese municipio de Oaxaca el desarrollo humano está más deteriorado que hace un siglo

CLAUDIA HERRERA BELTRAN ENVIADA

Coicoyan de Las Flores, Oax. Por un estrecho camino que bordea los cerros de la región mixteca se asciende al municipio de Coicoyán de las Flores, tierra que parece tocar el cielo, pero donde pocos se atreven a hablar del futuro.

Aquí, como en ningún otro lugar del país, los niños mueren de enfermedades previsibles o abandonan a temprana edad la escuela. Familias completas no logran subsistir con sus magras cosechas y huyen para probar suerte en los campos agrícolas de Sinaloa, Baja California y Estados Unidos, en una travesía que pocas veces tiene retorno.

En el "País de las Nubes", como bautizó Fernando Benítez a esta región, la situación de la gente está peor que hace un siglo. Los registros de la presidencia municipal indican que en 1913, 70 por ciento de la población no sabía leer y escribir y hoy este índice es de casi 80 por ciento.

La belleza de sus cadenas montañosas contrasta con las condiciones de marginación en las que vive la mayoría de sus 5 mil habitantes.

Herederos de la cultura mixteca, que conservan por medio de su lengua y algunas festividades, los pobladores de Coicoyán conocieron hace medio siglo una época de esplendor, cuando estas serranías eran el paso obligado de las caravanas de comerciantes que viajaban de Oaxaca a Guerrero.

Hoy de aquellos años de bonanza quedan escasas evidencias: un mercado vacío, que sólo revive los viernes y sábados, las fachadas de estilo colonial de tres o cuatro casas antiguas que siguen en pie y los abundantes recuerdos de las personas mayores.

Algunos pobladores, los más atrevidos, dicen que recientemente también se vivió un espejismo de bienestar, cuando los campesinos comenzaron a sembrar amapola, pero eso trajo a principios de los 90 mayor violencia y presencia militar.

***

El camino al municipio parece interminable. Coicoyán se encuentra en la frontera con el estado de Guerrero, a ocho horas de distancia de la capital oaxaqueña.

La ciudad más cercana es Huxtlahuaca, desde donde los automóviles pueden llegar por una estrecha vereda.

Antes de que se abriera el camino los viajes se hacían a caballo o en avioneta. "Atravesar la sierra nos llevaba 12 horas", explica Ofelia Pichardo, quien prestó aquí su servicio social en 1964 y fue de las primeras doctoras en llegar a una de estas comunidades olvidadas.

Cuando se avanza hacia Coicoyán se escuchan crujir los guijarros del piso y por momentos la vista se nubla a causa de la polvareda que levantan los pocos vehículos que se aventuran a cruzar la cordillera.

En el trayecto es imposible apartar la mirada de una cadena de cerros repletos de bosques y pastizales. Nada parece romper con la serenidad de un territorio despoblado, casi desierto.

Después del lento recorrido se vislumbran en el horizonte dos coloridos edificios, la iglesia del patrono Santiago Apóstol y los arcos de la presidencia municipal, las únicas construcciones del pueblo que mantienen su dignidad tras el paso del tiempo.

Internarse en la cabecera municipal significa caminar por calles sin nombre, mal trazadas y polvorientas. A la entrada, en una casa de adobe se aprecia una imagen grande de Jesucristo y en otro muro la frase: "la miseria del pueblo no se resuelve con votos".

En el pueblo flota el aroma de la leña. Las mujeres despiertan de madrugada a preparar las tortillas para el desayuno. "Aquí no se conoce el gas", platica Herlinda Padilla.

A las ocho de la mañana las campanas de la iglesia repican sin cesar. Al llamado sólo acuden diez ancianas y unas cuantas mujeres solas. No importa, una bocina amplifica la voz del sacerdote Roberto Martínez Cedillo para que todos los habitantes lo puedan escuchar.

Tierra donde se canta y se baila

Nadie sabe con certeza cuándo se fundó este municipio, el dato más antiguo proviene de testimonios orales. Se dice que en la guerra de Independencia el general Vicente Guerrero ganó una batalla a los españoles en el Cerro del Gachupín, el más elevado de la región, y que después hizo prisioneros y los llevó a Xonacatlán, Morelos.

De Coicoyán, la tierra "donde se canta y se baila" -así se nombraba al edificio donde los mancebos mixtecas aprendían canto y baile-, se cuentan muchas historias.

Zacarías Ramírez, de 80 años de edad, recuerda que hasta hace 40 años en el pueblo vivían "muchachas güeras de ojos azules que parecían gringas". Pertenecían a familias descendientes de españoles que en los años 60 se mudaron de Coicoyán a las ciudades de Huajuapan y Puebla por temor a las "venganzas" y a las reyertas políticas.

El episodio más conocido es el de David Maldonado Leyva, quien fue presidente municipal de 1969 a 1971 y fue asesinado en una emboscada antes de concluir su mandato. Su sobrina, dueña de una de las tres misceláneas grandes de Coicoyán, cuenta que a partir de la muerte de su tío varias familias abandonaron el pueblo, entre ellos los Leyva Figueroa, los Leyva Maldonado y los Solano Salazar.

Todo porque aquí las "afrentas" no se dejan pasar, como dice don Zacarías.

La gente de Coicoyán tiene fama de bronca. El doctor José García, que está al frente de un pequeño centro de salud IMSS Solidaridad, dice que continuamente atiende a personas malheridas.

"Aquí un problema no se resuelve platicando" y menos -afirma- cuando el consumo de alcohol es tan elevado.

Regalo de Dios

Por las calles de la cabecera municipal circula un desvencijado camión de redilas con un gran letrero en el cofre: Regalo de Dios. Atrás viajan amontonados 12 vecinos que se dirigen a Huxtlahuaca, donde pretenden abordar el autobús que los llevará a la frontera.

Juana Solano sabe el significado de las travesías sin regreso. Su marido Florencio Melo se fue el 24 de junio de 2000 -lo recuerda con precisión- y desde entonces no ha recibido ni una carta.

Sin dejar de observar cómo juega en la tierra su pequeño hijo, Juana dice: "me siento como divorciada. Orita ya no lo extraño, ya se me está olvidando".

Pero esta mujer, que atiende un puesto de verduras en el centro de Coicoyán, tiene pocos motivos para olvidar a su esposo. Se quedó a cargo de sus siete hijos y del pago de una deuda de 10 mil pesos que sirvió para que Florencio emprendiera el viaje a Estados Unidos.

También hay quienes regresan y se convierten en los ricos del pueblo.

Desde la iglesia del padre Martínez se distinguen cinco antenas parabólicas. Las colocaron los "radicados afuera", como les dicen a aquellos que lograron hacer el viaje de ida y vuelta, y abrieron un pequeño negocio, de esos donde se puede comprar desde una vela hasta un juego electrónico.

"El padre a veces aprovecha su sermón para echar pedradas". Quien habla es Olivia Salazar, secretaria de la presidencia municipal y enviada por el gobierno estatal para poner orden en la administración local, que por años se ha visto envuelta en problemas, ya sea por malos manejos financieros o por pugnas políticas.

El más reciente escándalo ocurrió el año pasado cuando el anterior presidente municipal, Paulino Melo, dejó su cargo sin comprobar 2 millones 600 mil pesos. Antes de huir -su casa lleva varios meses abandonada- pidió licencia al Congreso estatal y éste se la concedió.

"Nuestro municipio se quedó muy atrasado, porque hay unos presidentes que gustan trabajar, pero hay otros que apenas llega el recurso se lo quedan para ellos", lamenta el presidente municipal interino, Adelaido Tenorio.

Olivia Suárez afirma que estas diferencias se han agudizado en los años anteriores, a partir de que entraron "los de partido" a este municipio, que elige a sus autoridades por el sistema de usos y costumbres. En lugar de eso, los políticos hacen campañas proselitistas que han consistido en enseñar a la población, la mayoría analfabeta, a que "tachen por tal color".

Por décadas, los habitantes han querido allanar sus pedregosas calles y conectar el drenaje a sus casas, pero siempre ocurre algo que no se los permite. "Pavimentar cada metro cuadrado cuesta 295 pesos y con el dinero que tenemos no alcanzaría ni para media cuadra", señala el presidente municipal.

El sueño más reciente fue el de la telefonía. Hace tres meses los pobladores se entusiasmaron cuando la presidencia municipal anunció que se iba a tender el cableado si lograban reunir 100 solicitudes.

Se hicieron largas filas, pero al final aquel esfuerzo no condujo a nada. Cuando los habitantes se enteraron que cada uno debía pagar mil pesos desistieron y ocuparon sus escasos ahorros en lo único que da alegría y une a los recelosos pobladores, la fiesta en honor al señor Santiago, el patrono de la iglesia.

A don Zacarías Ramírez, que lleva medio siglo participando en el baile de "Los moros y los cristianos", se le pregunta en qué los ha ayudado el santo: "Nos deja vivir, eso ya es ganancia".

Los niños siguen muriendo

Los muros de algunas casas y tiendas del pueblo amanecieron con vistosos letreros que forman parte de una campaña de salud, pero Margarito Ramírez ni siquiera se detiene a mirarlos.

"Hierve o clora el agua", "Vacuna a tus hijos para que crezcan fuertes y sanos", son mensajes ilegibles para Margarito y para 80 por ciento de los pobladores de Coicoyán de las Flores que no saben leer ni escribir.

En un municipio en el que la mayor parte de sus 5 mil habitantes son analfabetas y tampoco tienen acceso a servicios básicos ni a empleo, las sugerencias del centro de salud parecen utópicas, imposibles de seguir.

José García, el único médico del municipio, explica que emprendió la campaña informativa "un poco desesperado", porque en cinco años de trabajar en el municipio ha visto pocos resultados en mejoría de salud de los habitantes.

Los niños se siguen muriendo de infecciones respiratorias y estomacales y de desnutrición las mujeres presentan cuadros severos de infecciones sexuales y los hombres padecen problemas articulares, a causa de las riñas provocadas por el alto consumo de alcohol o por los trabajos pesados.

"Si se da una vuelta va a encontrar que muchos niños traen su tortilla en la mano y su bolsita de sal, esa es toda su comida", explica el doctor.

En su intento por difundir medidas sanitarias básicas, inclusive provocó una polémica. Sin pedir autorización al sacerdote Roberto Martínez Cedillo pintó en un costado de la iglesia el mensaje: "Usa el condón y evitarás infecciones y embarazos no deseados".

Pero de qué sirven esos letreros si la gente no los puede leer, se le pregunta al doctor. "Los mensajes son para los niños. A lo mejor ellos se lo leen a la señora".

Melitón y el desabasto de medicamentos

La ventaja, si así se le puede llamar, de atender a los habitantes de Coicoyán es que las enfermedades más costosas, las crónico degenerativas afectan a una minoría. En una población de más de 2 mil adultos sólo se han detectado cuatro casos de hipertensión y tres de diabetes.

Lo malo, dice el doctor, es que las condiciones no son idóneas para atender ni las enfermedades caras ni las baratas.

Melitón Robles caminó cuatro horas de la ranchería de Tierra Colorada a Coicoyán para encontrarse con que no había medicamentos para calmar los dolores que le provoca la sarna, que le contagió uno de los animales con los que vive en su choza.

Melitón, con ropa humilde y huaraches, habla mixteco. Para comunicarse con el doctor depende de Socorro López, la joven enfermera que también funge de traductora.

-¿Desde cuando le salieron los granos? -pregunta el doctor

-Dice que desde hace diez días -traduce la enfermera.

-¿Qué más?

-Dice que en la noche le da comezón.

-¿Cuánto tiempo lleva así?

-Dice que dos días.

-¿Hay otra persona de su familia que esté así?

-Dice que él y su esposa.

-¿Qué más?

-Nada más

Luego el médico dirige la mirada al campesino y le explica en español que necesita frotarse la espalda con una emulsión llamada Benzoilo y que debe comprarla en la farmacia.

La medicina, que vale 40 pesos, no está disponible desde hace dos meses, porque el IMSS no ha abastecido el centro de salud de éste y otros medicamentos.

El doctor García continúa dando sus explicaciones en español: baño diario y desinfección de ropa, petate y cobijas, recomendaciones que suenan huecas en un municipio donde las dos terceras partes de los habitantes no cuentan con agua potable.

En todo momento el indígena asiente con la cabeza como si el idioma no fuera una barrera, pero al final la enfermera debe repetirle todo en mixteco.

Detrás de él entra una adolescente menuda, de trenzas y falda floreada. La acompaña su madre, Juana Molina, con una recién nacida en brazos, de nombre Esther.

Juana es sordomuda y madre soltera. Todo parece indicar, dice el doctor, que un familiar tuvo relaciones con ella, pero no asumió el compromiso. "Aquí es frecuente el robo de las muchachas y que los soldados las embaracen".

La mayoría de las jóvenes procrean a temprana edad -explica- y los programas de control de natalidad son poco aceptados. "Cuando las mujeres están embarazadas dicen que sí van a planificar la familia, pero luego llega el parto y ya no quieren". En 30 años sólo se ha practicado una vasectomía en el municipio.

El concepto de natalidad en Coicoyán es ajeno a las campañas de planificación familiar. La abuela explica en mixteco que en los hogares no puede haber familias pequeñas, porque "se necesitan muchas manos para trabajar". Por eso es frecuente encontrar familias que crían hasta diez hijos.

Mientras conversa con la enfermera la abuela recuesta en la camilla de exploración a la pequeña Esther que viste un desteñido mameluco azul.

Desde hace quince días la recién nacida tiene tos y arroja flemas. Pero, explica su abuela, los últimas tres días han sido los más difíciles, porque la pequeña ha tenido fiebre y no ha comido bien.

Terminada la revisión, el diagnóstico es una rinofaringitis. Esther necesita tomar pastillas de Paracetamol y que se le apliquen cinco inyecciones que tampoco están disponibles en el consultorio.

Con el gesto de preocupación, el médico explica que si la bebé no recibe los cuidados adecuados su afección podría derivar en una neumonía, como -recuerda- le ocurrió a un niño de la comunidad de Petlacala que falleció recientemente.

Escuela Vanguardia

Es el mediodía de un viernes. Los 390 niños que estudian en la escuela indígena Vanguardia se alistan para emprender el viaje de regreso a casa. A 50 de ellos les espera una caminata de seis horas con destino a rancherías alejadas, como la de Tierra Colorada.

"Si alcanzan el carro que va a Juxtlahuaca se quedan en la desviación de Lázaro Cárdenas -que está a cuatro horas de sus poblados-, pero si no, se van caminando las seis horas. En el albergue les damos un taco o unas tortillas para que aguanten", dice la maestra Edith Hernández.

Son niños que están acostumbrados a hacerlo todo sin ayuda de nadie y que tienen en contra todo: su alimentación, la educación de sus padres, la pobreza. "Solitos vienen y se presentan con sus boletas", explica la maestra.

En esas condiciones adversas, los profesores tienen una tarea difícil. "Como los niños llegan sin comer cuando mucho aguantan dos horas en el salón, después se manifiestan inquietos y se quieren salir", describe el maestro Bernardo Sosa.

Anselmo Basurto sabe el reto que representa la escuela. A sus 14 años de edad estudia segundo año de primaria, se incorporó tardíamente porque compartía con sus padres las faenas del campo.

Ahora está contento. ¿Qué te gusta de estar aquí?, se le pregunta. "Las clases de historia y que a veces me dan carne", contesta Anselmo en medio de las risas de sus compañeros.

El otro desafío para los docentes es el idioma. La maestra Edith llegó a esta escuela sin saber mixteco y para dar sus clases tenía que auxiliarse de un niño traductor.

Los libros de texto en lengua indígena tampoco le son muy útiles, porque son de la variante de la ciudad de Tlaxiaco. "Hay unas palabras que cambian y al pronunciarlas se les da otra entonación. Entonces los niños se ríen, porque piensan que están diciendo una grosería", explica la maestra.

Tampoco hay materiales educativos disponibles. El nombre de la escuela, Vanguardia, nada tiene que ver con el pequeño cuarto húmedo que sirve de biblioteca; sólo hay unos cuantos mapas, cuadernos, lápices, cartulinas y ejemplares de libros de texto.

La profesora no tiene otro camino que recurrir a su ingenio y a ese infinito amor que siente por los niños. Todas las tardes da clases a los más rezagados, aquellos que estudian tercer grado y que todavía no saben leer y escribir o que tienen dificultades para hacer operaciones con series numéricas grandes.

"Es cosa de tenerles calma. El año pasado tenía una niña que nada más se sabía las vocales y ahora ya se sabe casi todas las consonantes".

Antes, cuenta la profesora, "las señoras usaban la pura huella. Ahora los niños escriben su nombre, ya saben leer y hasta se inscriben a la telesecundaria. Parece que no avanzamos, pero sí lo hacemos, a paso lento".

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