México D.F. Miércoles 7 de enero de 2004
El concepto tradicional de tales sitios se ha
modificado por razones mercadotécnicas
Las cantinas sirven para la amistad y los negocios,
dice Armando Jiménez
Censura la presencia femenina en esos lugares y reconoce
su ''posición machista''
''Quizá estoy fuera de tiempo'', admite el autor
del libro Picardía mexicana
MONICA MATEOS-VEGA
Con la llegada de las mujeres a las cantinas del Distrito
Federal, que les estaban vedadas hasta antes del decreto de 1982, emitido
durante la regencia de Carlos Hank González, los hombres ''salimos
perdiendo", expresa Armando Jiménez (Piedras Negras, Coahuila, 1917),
escritor y uno de los cronistas urbanos que mejor conoce los lugares tradicionales
de la ciudad de México, ubicados en recovecos donde sólo
se puede llegar a pie y con muchas ganas de conocer el sabor arrabalero.
''Las
cantinas eran un refugio donde íbamos a desahogarnos, a echar albures
en voz alta, a mentarnos la madre de un lado a otro, a jugar al cubilete,
a la rayuela. Ahora tenemos que comportarnos, ser recatados, no se permiten
las malas palabras delante de ellas. Perdimos nuestro espacio, un lugar
donde a los mexicanos machistas nos gustaba estar, con todo y lo sórdidas
que eran", afirma.
A sus 86 años, el autor de Picardía mexicana
no pierde el gusto por narrar las anécdotas que vivió, por
ejemplo, cuando su primo José Alfredo Jiménez le pedía
conocer la historia de cada cantina que visitaban: ''Me buscaba porque
me consideraba culto y disfrutaba conociendo conmigo nuevos lugares de
los que le narraba los hechos importantes que ahí acontecieron o
acerca de los personajes que acu-dían. José Alfredo quería
superarse". Estas y muchas otras anécdotas que atesora Armando Jiménez
serán publicadas a partir de hoy en esta páginas.
De la cantina al restaurante
En entrevista, quien popularizó al célebre
''gallito inglés" ofrece una probadita de sus recuerdos: ''Sabiendo
que la bebida preferida de José Alfredo era el tequila -prosigue
Armando Jiménez-, lo llevé a conocer la antigua tequilería
de Manrique, ahí lo presenté con el dueño y le conté
varias cosas. Tomé varios caballitos de tequila y, como dicen los
toreros, aproveché un momento para hacer una graciosa huida pues,
desgraciadamente, José Alfredo se excedía siempre en la bebida
y al final yo terminaba cargando los 80 kilos que pesaba para llevarlo
a su casa. Entonces, lo acompañaba a estos sitios, platicaba con
él, me tomaba una cerveza o un refresco y él tequila tras
tequila. Siempre acabamos en lo mismo, por eso ahí lo dejaba a su
suerte".
Don Armando lamenta que queden pocas cantinas tradicionales
en la capital, ''una de ellas es El Nivel. Me gusta porque los dueños
no se han dejado seducir por cuestiones mercadotécnicas. Cuando
se estableció en 1982 el decreto para permitir la entrada a las
mujeres a las cantinas y pulquerías, a raíz de un congreso
feminista que hubo, muchas mujeres tuvieron curiosidad de conocer esos
lugares que estaban vedados para ellas y a los cuales acudían sus
papás y hermanos. Cuando esto sucedió, algunos propietarios
listos, más comerciantes que con cariño a la camiseta, convirtieron
sus cantinas en restaurantes.
''Las mujeres se sienten que están en una cantina
porque en éstas se conservan los muebles: las mesas que tienen en
la pata un lugar para poner el vaso o la botella, la barra en la que a
algunos les gusta tomar de pie, la contrabarra, donde se exhiben todas
las bebidas.
''Pero sitios como La Opera o El Gallo de Oro son restaurantes
y las señoras piensan que están en una cantina. Claro, a
los propietarios les va mejor como restaurante que como cantina; tuvieron
que darle una arreglada bastante fuerte a sus locales, pues a las cantinas
originales no les hubiera gustado entrar a las damas; por ejemplo, debieron
poner baño de mujeres, que no había."
El experto en albures mexicanos criticó ''la torpeza"
con la que han obrado las autoridades capitalinas al ''ensañarse"
contra las pulquerías y las cantinas en cuestión de reglamentos
y restricciones.
''No entienden que estos lugares no son para emborracharse,
al que quiera hacerlo le resulta más barato comprar el vino o la
cerveza en una vinatería, porque en la cantina se lo venden al doble.
A las cantinas se va a convivir. Son lugares para entablar amistad, para
tratar asuntos de negocios, cosas familiares. Hay a quienes nos gusta sólo
ver y escuchar a las personas. Por ejemplo, yo tomo nota de lo que dicen,
soy como una cámara escondida.''
Reglamentos absurdos
''Las autoridades mexicanas, a partir de la gestión
de Ernesto P. Uruchurtu -explica Jiménez- han impuesto reglamentos
absurdos para todos los centros que les parecen 'de vicio' (cabarets, cantinas,
prostíbulos, hoteles de paso). El reglamento de Uruchurtu hizo quebrar
a más de 50 por ciento de los establecimientos. A todos los regentes
de la ciudad les he dicho que están cometiendo una gran pendejada
en ensañarse contra las cantinas y pulquerías, porque si
la gente no tiene un lugar donde conversar se va a dedicar a robar.
"En España o en Gran Bretaña las cantinas
son lugares primorosos, y las autoridades están felices con esos
sitios que son tarjetas postales por su fachada o interiores. Aquí
no las pueden arreglar porque tienen atorada una cauda de inspectores que
con el pretexto de que se fundió un foco o de que no hay papel en
el baño les cobran multas o los clausuran.
''En cambio, en los años recientes se han abierto
lugares peligrosos, inconvenientes para los jóvenes, en los que
la entrada cuesta mucho y seguramente esos muchachos tienen que robarle
a sus padres el dinero para entrar, porque no creo que muchos padres den
dinero a sus hijos para ir a esos centros de vicio, con un ruido infernal,
donde venden drogas y sustancias químicas para que los muchachos
sigan bailando y tomando más.
''No es una crítica. Quizá es sólo
que estoy fuera de tiempo", concluyó el escritor, quien en 2002
presentó la edición 130 de su legendario libro Picardía
mexicana, el cual ahora puede conseguirse en cd rom en librerías
y mediante la página de Internet: www.picardiamexicana.com
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