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México D.F. Lunes 22 de diciembre de 2003

TOROS

En la octava corrida, encierro bien presentado, pero débil y soso de Carranco

Incontenible, El Zotoluco llevó a cabo dos soberbias faenas, malogradas con la espada

El Fandi, sólo banderillero espectacular; Alejandro Amaya, sin hambre; Rodrigo Santos, empeñoso

LEONARDO PAEZ

Cuando un torero limitado en su expresión estética logra sustituir ésta con la estética del dominio, la tauromaquia recupera los altos vuelos que la sustentan. Tal es el caso de Eulalio López, El Zotoluco, hoy por hoy el muletero más consistente de nuestra arrugada baraja taurina y sin discusión de los toreros con más solidez técnica en el mundo.

Ante una pobre entrada de menos de un cuarto de plaza y con dos deslucidos toros de Carranco que no auguraban mayor lucimiento, Eulalio derrochó un nivel de torería no visto en la México hace muchos años.

Con su primero, Pensador, astifino y paliabierto, que tras un puyazo perdió las manos, como el resto del encierro, y cuya muerte brindó al futbolista Rafael Márquez, el maestro de Azcapotzalco logró el milagro de convertir en colaborador a un astado al que había que consentir y mandar mucho para hacerlo embestir y ligarle muletazos.

Dueño de un valor sereno que le permite ponerse allí donde pocos se pueden poner, Eulalio echó mano además de su enorme inteligencia de lidiador, consiguiendo tandas de derechazos imposibles, muy bien rematadas, con una solvencia, un reposo y una seguridad que hicieron que el público lo ovacionara de pie.

Desafortunadamente el hombre le ha perdido la muerte a los toros y lo que pudo ser incluso un rabo como premio a tan magistral labor quedó en una oreja, luego de pinchazo y entera tendida.

Su segundo, Golondrino, con la presencia que sólo puede dar la edad, pero que sólo tomó una vara, Lalo ahora lo brindó al futbolista Cuauhtémoc Blanco, quien escuchó sonora rechifla. Mentalizado, celoso de sí mismo más que de los alternantes, El Zotoluco hizo gala de su privilegiado sentido de la distancia en los cites, de su intuitiva y precisa colocación entre pase y pase, y de su excepcional capacidad para encelar por ambos lados, a base de mando y estructuración, a una res sosa y tarda. Todo sin prisas, con oportunas pausas, forzando al burel, pero sin molestarlo.

Y cuando la gente supuso que ya no era posible más torerismo, Eulalio citó con su muleta plegada en la zurda para, al llegar el toro a jurisdicción, desplegarla en un soberbio, acariciante natural. Aquella magia la repetiría hasta en tres ocasiones. Luego, en los derechazos postreros, sobrevendría un cambio de mano ensimismado y lentísimo.

De nuevo sus fallas con la espada convirtieron dos orejas en una salida al tercio, pero lo realizado por El Zotoluco tuvo tal hondura y tal importancia que debería pensar muy seriamente si son los toros de la ilusión los ideales para derrochar sus increíbles recursos tauromáquicos.

El granadino David Fandila, El Fandi, segundo espada, no sólo se especializa en cubrir espectacularmente el tercio de banderillas -saltarín, empinándose de más al cuadrar, aunque sin las ventajas de El Juli-, sino en estar por debajo de toros de noble y repetidora embestida.

Si en la cuarta corrida Melindroso, de Montecristo, puso en evidencia la discreta propuesta muletera de El Fandi, ayer con Antiparro, su primero, claro y repetidor, sin duda el mejor toro del encierro o el más propicio para el lucimiento convencional, reiteró su bajo nivel no sólo expresivo, sino técnico, sin ajustarse ni poder ligar los muletazos al no dejar la muleta en la cara ni colocarse a la distancia precisa. Acabó escuchando justificados gritos de "¡toro!" y un aviso antes de hacer el viaje en tres ocasiones. Afanoso y monótono con su segundo, acabó aburriendo y fue abucheado tras dejar media estocada defectuosa.

Del tijuanense Alejandro Amaya puede decirse que ha evolucionado poco o nada desde su confirmación el año pasado. Mucha verticalidad y pocas nueces, minitandas de dos muletazos, sin exhibir el celo de quien tiene hambre de ser, posee un estilo más frío que la tarde en que regresó a la México.

Y el tenaz caballista potosino Rodrigo Santos intentó de todo y algo le salió, incluso con uno de regalo, entre otras una rosa en todo lo alto y varias santinas, suerte de su creación en la que clava las largas banderillas semiacostado en la grupa. 

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