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México D.F. Sábado 13 de diciembre de 2003

Charla del historiador dentro del ciclo Mi vida en las humanidades y la ciencia

Celebra León-Portilla poder acercar a las personas a la literatura indígena

Si desapareciera la Tierra, ''algo que no es imposible, ese sería mi último consuelo''

MERRY MAC MASTERS

Desde una perspectiva ''casi nihilista", al imaginar que se destruya la Tierra, ''cosa que no es imposible en la actualidad", y que nada sobreviva, a Miguel León-Portilla le quedaría un ''último consuelo", pues ''siquiera logré que otras personas tuvieran cierto gozo al acercarse a Nezahualcóytl o a la literatura tan rica que tenemos en lenguas indígenas".

De esta manera el historiador e investigador emérito de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) dio el toque final a su charla dentro del ciclo Mi vida en las humanidades y las ciencias sociales, que se desarrolla los martes en la Casa de las Humanidades. Durante hora y media León-Portilla cautivó con su plática jocosa y sin ambages al público que colmó ese recinto universitario.

Para hacer un ''boceto" de sí mismo, el invitado empezó desde el principio: ''Nací el 22 de febrero de 1926 en la colonia Santa María (la Ribera), en la calle de Sor Juana Inés de la Cruz. Luego viví en la calle de Joaquín García Icazbalceta, en la colonia San Rafael, lo cual parecería como un tonalli que estaba encaminado hacia esos estudios. Creo que desde niño uno siente de alguna manera la predestinación (...).

''Nací en una familia de clase media, más bien tradicional, y desde muy niño cuanto papel, libro, caía en mis manos tenía grandes deseos de leerlo. Así leí de muy niño a Clavijero, muchas obras de Julio Verne y Emilio Salgari. Ojalá que los niños y jóvenes de ahora los leyeran. Se les despejaría más la cabeza que si ven la caja idiota con crímenes."

Atraído desde pequeño por la historia, los cuentos y relatos, alguna vez la mamá de León-Portilla le propuso estudiar contaduría. ¡Qué horror! Más adelante le llamó la atención la filosofía. Estudiar el bachillerato en Guadalajara, en el Instituto de Ciencias de los jesuitas, lo vinculó con ese orden religioso; después se pasó a la Universidad de Loyola en Los Angeles, California, donde obtuvo una maestría en artes con una tesis sobre una obra del filósofo Henri Bergson, ya que el tema del tiempo ''siempre me ha obsesionado". Antes, no obstante, se ''rebeló" contra la ''filosofía tradicional de Santo Tomás de Aquino", que asumía como ''tener una momia en formol a la que inyectaban de vez en cuando para que pareciera viva".

Luego leyó algunas de las traducciones de poemas nahuas, hechas por el padre Angel María Garibay, así como un par de libros, entre ellos La poesía indígena, que lo sorprendió ''verdaderamente".

Influencia de Manuel Gamio

Amigo desde niño de Manuel Gamio, considerado el ''padre" de la moderna antropología en México, quien desde el enorme proyecto que emprendió en Teotihuacán se dio cuenta que los gobiernos ''allá en 1920 gobernaban, pero en general no tenían la menor idea con quien trataban", de modo que concibió que el país es heterogéneo y distribuyó la geografía de México en zonas culturales.

''Gamio -prosiguió León-Portilla- avanzó hasta el presente y quiso promover acciones en favor de la población indígena contemporánea de Teotihuacán. Muchas de las demandas de los acuerdos de San Andrés están expresadas en la obra de éste". El antropólogo también lo instó a no estar ''nada más con los indios muertos, sino pensar en los indios vivos". Aparte de trabajar en la sierra de Puebla con grupos nahuas, en las dos décadas anteriores han acudido a su Seminario de Cultura Náhuatl mixtecos, zapotecos, tarascos y purépechas.

León-Portilla habló de las peripecias de su obra de teatro La huida de Quezalcóatl, escrita a principios de los años 50, pero publicada en 2002; de sus estudios con el padre Garibay, quien lo obligó a aprender náhuatl, así como de la dificultad para que se reconocieran los estudios indígenas en la universidad. No faltó la ocasión en que el estudioso sugiriera a los filósofos mexicanos estudiar el pensamiento indígena, pues muchas veces son ''simples ecos de ecos", pero con ''15 años de retraso".

De la lectura de las traducciones hechas por Garibay sobre la conquista, nació su libro más conocido y traducido Visión de los vencidos (1959). Retomó la metodología de presentar textos en lengua indígena y comentarlos en Los antiguos mexicanos a través de sus crónicas y cantares (1963).

Habló de su atracción por Baja California y cómo, al ser director del Instituto de Investigaciones Históricas de la UNAM, organizó el archivo histórico del estado; de su estancia en París como representante de México ante la UNESCO; también de su preocupación por los años 90, cuando escribió El destino de la palabra. ''Allí me planteo si el destino de la palabra indígena fue perderse o conservarse al menos en parte". Con Octavio Hernández surgió la idea de crear la Casa de Escritores en Lenguas Indígenas (1997).

En la actualidad se ha iniciado la publicación de lo que tituló ''obras mías", que reúnen ''los hijos menores del ingenio".

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