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México D.F. Miércoles 10 de diciembre de 2003

Arnoldo Kraus

El rostro. Unas notas

El rostro. La cara. La tez. La faz. La facies. ƑQué es lo que más observamos todos los días sin percatarnos de lo que vemos? Caras, rostros, facies. Es igual como lo denominemos. Los sinónimos son sinónimos y las caras son rostros. Semblante puede equivaler a visaje; visaje a fisonomía, y fisonomía a cara. Es igual, es mera semántica. En cambio, lo que no debería ser igual son los significados, trascendencia o interpretación del lenguaje de los rostros. El rostro del paciente sano es distinto al del paciente enfermo; el del escritor o pintor que aparece en las secciones culturales de los diarios es diferente al del sin tierra o al del cuerpo recientemente decapitado. El rostro de los políticos, mientras venden sus ideas para lograr algún puesto, apesta menos y es distinto al que portan cuando han conseguido su meta.

Aunque todos observamos rostros y todos somos rostros, cada vez reparamos menos en ellos, cada vez importan menos. El progreso es responsable de esa situación. Pese a que nos ofrece imágenes más nítidas, más cercanas y más palpables, ha desfigurado el valor de la expresión. El progreso ha sustituido el sentir profundo de los rostros y su lenguaje. Lo ha suplido por sus caras troqueladas, por facies vacías, por expresiones comerciales. Lamentablemente, las terribles imágenes incluidas en eso que se denomina progreso producen cada vez menos desasosiego. La realidad es rotunda: el rostro ha perdido importancia y con él la persona.

Emmanuel Lévinas ofrece otra versión. Para él, "el acceso al rostro es de entrada ético", "es lo que nos prohíbe matar". El rostro del otro es lo que nos podría salvar, lo que permite dar la dimensión correcta a muchos avatares y a incontables fragmentos de la vida que, por ser fragmentos, son difíciles de ensamblar y en ocasiones de entender. Como los rompecabezas. Un mismo rostro es muchos rostros. Cambia en el día, con el día, con las noticias, con los tiempos, con la enfermedad, con la realidad, con los afectos. Un mismo rostro tiene muchas caras, muchas piezas, muchos caminos. Como los rompecabezas. "El acceso al rostro es de entrada ético", implica una postura moral frente al mundo y frente a la persona. Exige dar al ser humano su dimensión correcta y a la persona su condición humana. Ese llamado de Lévinas se ha perdido en el maremágnum de la civilización contemporánea. Los fanatismos y cualquier forma de progreso, ambos sello de la civilización, no distinguen entre un rostro y otro.

El rostro puede ser el cemento y el hilo conductor que adose esas piezas. Los rostros, aunque no hablen, acompañan. Aunque callen, hablan. Están. Los rostros de los otros son los rostros de uno. Los rostros familiares, sea por amistad, por consanguinidad o porque aparecen reiteradamente en los periódicos, aun cuando sean de seres inominados, van más allá: son el espejo de la mañana, el espejo de la tarde, el espejo de la noche. Somos en ellos. Somos sus arrugas, sus ojos, su cabello, su boca, sus orejas, su nariz, sus guiños. Sobre todo los guiños.

Hay quienes aseveran que con el tiempo las parejas se parecen físicamente entre sí. No sólo por los ademanes o por mirar la vida desde ángulos similares, sino porque las arrugas propias arrugan la cara de las personas con quien se convive. Somos, ante todo, rostros. Cada día observamos nuestra cara varias veces y cada día otras caras nos miran otro tanto. Poco reparamos en los rostros, a pesar de que eso somos: rostros. Poco nos detenemos en las caras de los otros, aunque esas caras sean parte de nuestras propias caras. La violencia florece porque se ha desdeñado la importancia de los rostros, porque la ética que debería de nacer tan sólo por ver otro rostro es, desde hace mucho, inoperante.

Inmersos en la complejidad de un mundo globalizado y deshumanizado, los rostros han perdido su cara y su trascendencia. El progreso ha querido uniformarlos, borrarlos y restarles importancia. Lo ha logrado. Cada vez importan menos los rostros. Cada vez cavilamos menos en las caras. Ese olvido permite que la barbarie progrese, que el ser humano se detenga, que los rostros se borren. La cara. El rostro. La faz. La mirada ética casi ha desaparecido. No le conviene el progreso. No camina con los tiempos modernos.

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