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México D.F. Miércoles 10 de diciembre de 2003

Luis Linares Zapata

Epitafios para el PRI

Los epitafios que se han escrito para el destino del PRI varían en certezas y furias. Unos, los que aspiran a llegar a su mera alma destrozada, le achacan muerte súbita por rencor. Otras voces, todavía más altisonantes, le niegan de manera tajante e inapelable la dignidad misma de partido, incluso de haber nacido y perdurado como tal. Los más le vaticinan una muerte por división, por la inoperancia de su liderazgo, por la corrupción que cruje en sus entrañas, por la enfermiza o desbocada ambición de sus dirigentes actuales o por la sencilla realidad de no contar ni aglutinarse alrededor de principios para la acción política. Tampoco se olvidan los críticos de las disolventes intromisiones que actualmente lleva a cabo, a trasmano de la profesora Gordillo, el presidente Fox, y que lo están escindiendo en rijosos grupos rivales. La suerte, dicen, está echada y lo más que puede esperarse del otrora invencible partidazo es una dilatada agonía, momento difícil en el cual pocos, eufemismo de nadie, acudirán en su alivio o restauración.

Y, en efecto, el drama por el que atraviesa el PRI es de envergadura, un serio escándalo. La profundidad de sus males no puede ocultarse, aunque débilmente traten de hacerlo algunos de sus más discretos actores. Pero sus tribulaciones tienen que ver más con la actualidad del país que con genes suicidas que llevan al partido, como alegan sus inapelables jueces, a su etapa terminal. Ninguna organización que actúe en el espacio público está vacunada contra los avatares que aquejan al conjunto de la sociedad. ƑCómo aislarse de los continuos ajustes que atraviesan, de cabo a rabo, a las instituciones nacionales? Las presiones por demás cambiantes y hasta abrumadoras del cuerpo colectivo repercuten, quiérase o no, se esté preparado o no para procesarlas, en los partidos y, en lo particular e inmediato, en sus cuadros directivos. Algo o mucho de ello le ocurre hoy al PRI. La diferencia entre este partido y lo que sucede al PAN o al PRD estriba, quizá, en la magnitud del altoparlante que usan ahora los priístas para dirimir sus diferencias, pues las mañas para zanjar querellas son similares, no así la trascendencia de sus pleitos.

Lo cierto es que los reflejos de los priístas todavía no se acomodan con sus normas y rituales. No se someten, ahora que liquidaron al "jefe nato" y, como todo conjunto vivo, disparejo y contradictorio que busca la ruta de la continuidad, al dictado de sus actuales instancias de mando. En el PRI cupular se confunde con frecuencia inusitada, casi por herencia directa, el capricho, la complicidad o la opinión personal con la orden razonada, con la instrucción que apunta propósitos claros, con la línea que conjunta criterios y voluntades para operar en equipo. La lucha por el poder burocrático interno no tiene en el PRI la debida correspondencia con los sentimientos, necesidades y ansiedades de sus militantes. Los desajustes, las luchas, los errores y desplantes de los mandones priístas no se trasladan y comparan, de manera inapelable, expedita, con las pulsaciones de sus agremiados, con las simpatías del electorado y sus consecuentes votos en asambleas y urnas. Reiteradamente forman grupitos de iniciados, cenáculos que pretenden finiquitar pendencias, disolver diferencias, aunque en innumerables ocasiones sean irreconciliables. Y no emplean, fundan ni reconocen a tribunales propios que mediante su accionar adquieran la legitimidad de imparciales y severas instancias. En los últimos tiempos los priístas de renombre tratan, para su infortunio, aunque de manera casi conspirativa, oculta, compulsiva, de recurrir al consejo de la voz autorizada, abrevar en la experiencia de los que actuaron, sin contemplaciones, como dictadores. Dirigentes que, en su momento, atropellaron iniciativas opuestas o que sencillamente no concordaban con sus muy individuales intereses. Al permitir que Salinas se inmiscuya, como ha venido haciendo, en la vida partidista, a pesar de la documentada conciencia de lo que ocasionó tan nocivo personaje, los priístas retroceden en los inalterables tiempos idos. Salinas obedece a su propia agenda e impulsos de revancha. Está urgido de saldar agravios, recuperar haberes, obtener graciosos perdones, restaurar controles; de usar, de nueva cuenta, los arrendados botones de mando que creyó recuperables a su albedrío. Otro asunto, por demás distinto, es la maduración del PRI y la búsqueda conflictiva de salidas para sus problemas que lo aquejan.

Las alternativas, hoy al alcance de los priístas, no pasan, como se quiere hacer creer, por la coalición que les plantea el gobierno y sus achicadas reformas estructurales enunciadas como panacea para un crecimiento acelerado. Lo que tales proyectos conseguirían se apega más a una entrega incondicional, e ilegal, al extranjero (electricidad) o a una recolección dispareja e injusta de impuestos, que a programas de gobierno equilibrado, autónomo y justiciero. La perseguida unidad a toda costa no es el cemento para los trabajos de reconstrucción institucional que se solicitan. La tarea por delante pasa por el decantamiento de sus órganos de mando, por la depuración de métodos electivos, por la fijación de estrictos estándares de conducta para militantes y directivos. Figuras como la de la profesora Gordillo, cuya supuesta fuerza se basa en la manipulación de sindicalistas enquistados y en la discrecional utilización de sus haberes para conseguir adeptos, claman, con destemplados ademanes y gritos, por ser alejadas del horizonte visual de los priístas. Tampoco centrales sindicales como la FSTSE, ahuecadas por años de depredación y desuso, pueden dar sustento a un PRI en plena y dolorosa faena reparadora. Los motivos financieros y de prebendas de sus rompimientos y descalabros están a la vista de todos.

Así, las señales, a la manera de trifulca, que envía el PRI a la angustiada nación mexicana no son las de su predicha muerte, sino los estertores de esa su antigua y contaminada parte que tiene que ser extirpada para que la restante pueda alcanzar su mejoría.

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