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México D.F. Viernes 28 de noviembre de 2003

José Cueli

Espectros de Gironella

Comentaba con Haroldo Díes, endrocrinólogo y espléndido fotógrafo, mi anterior artículo, en relación con la retrospectiva de Alberto Gironella en el Palacio de Bellas Artes. Obra que conmueve a los que la ven, gracias a la magia de su carga de enigmas habitada por múltiples fantasmas, que hacen su aparición de manera refulgente. Y cómo ésta se relacionaba con el pensamiento de Jacques Derrida -Espectros de Marx-, cuando expresa que si queremos aprender a vivir es necesario aprender a vivir con fantasmas.

En otra obra (Sobrevivir, líneas al borde) añade que un texto (o pintura, dice Haroldo) es como una película fotográfica que hay que revelar: una procesión debajo de otra procesión que pasa bajo ella en silencio; en cambio, Paul Klee sostenía que ''el arte no reproduce lo visible, lo hace visible".

Conversaba con Haroldo y me hacía ver los pasajes de la vida de Gironella que son los fantasmas que habitan su obra.

El nacimiento de Gironella en 1929 coincidió ''con el segundo manifiesto del surrealismo; la película de Dalí y Buñuel, Un perro andaluz; el crack de Wall Street, y el invento de la Coca- Cola". El futuro del pintor siempre estuvo ligado al movimiento surrealista (sin ser surrealista en sentido estricto) y como decía Virginia Woolf en su Diario, su vida fue ''una estrecha franja pavimentada junto a un abismo".

Gironella utilizaba en sus creaciones corcholatas y latas de comestibles, sin duda, semejantes a las que veía cuando, siendo niño, acompañaba a su padre a visitar tiendas de abarrotes. A los 46 años inauguró una exposición que se llamó El Escorial. Ultramarinos y, a los 55 años, otra que llevaba por título: El sueño es un jamón. Ultramarinos y miscelánea.

Cuando cursaba el bachillerato leyó por primera vez a Valle-Inclán y a Gómez de la Serna. A los 28 años realizó los primeros retratos de Zapata y de Porfirio Díaz (Tirano Banderas) y un año antes de fallecer, ilustró una edición de lujo de esta novela. Valle-Inclán es el creador de los esperpentos que uno de sus personajes definía como ''la deformación estética sistemática del sentido trágico de la vida española". Toda la obra de Gironella es, en gran medida, esperpéntica. A los 59 años su exposición Tranpantojos sirvió para celebrar el centenario del nacimiento de Gómez de la Serna.

Muy joven conoció a Joaquín Rodríguez, Cagancho, el gitano de los ojos verdes y nació su afición por los toros. En 1961 trabó amistad con Alechinsky y 19 años después grabó 12 tauromaquias al alimón con este artista. Son notables y eróticos los cuadros que pintó de Manolo Martínez y el gitano de gitanos, Rafael de Paula.

A los 35 años conoció a Luis Buñuel y 13 años más tarde le dedicó la exposición Festin de Buñuel. A los 30 años, durante un viaje a Nueva York, pintó su primera reina Mariana. A partir de este momento y durante más de 15 años Gironella trabajó febrilmente obras de temática velazqueña. Es en ellas, afirma Haroldo, en las que mejor podemos apreciar la estructura espectral de su pintura, su visión alucinada y alucinante del mundo y de la vida, al margen, en los márgenes del tiempo. Entre barroquismo y expresionismo, Gironella desmitifica a Velázquez y convierte a las reinas y a las infantas en antihéroes, en fantasmas que nos revelan la descomposición de la España borbónica y nuestra propia miseria.

Esta pluralidad de significados también la encontramos en las variaciones del entierro del conde de Orgaz y el funeral de Zapata. La cita del Quijote ''Esto es gallo" dio título a una exposición memorable, que se presentó en 1984.

El caballero Gironella pasó los últimos nueve años de su vida en su retiro de Valle de Bravo, de la misma manera que el Quijote, imitando al Amadís de Gaula y a Orlando Furioso, permaneció un tiempo solo en Sierra Morena dedicado a rezar, suspirar, a dar volteretas, en camisa y a escribir versos ''por las cortezas de los árboles y por la menuda arena (...) todos acomodados a su tristeza, y algunos en alabanza a Dulcinea", su dama del Toboso. Poco antes de morir, en 1999, pintó su rostro sobre una calavera. Ya Nietzsche, el Nietzsche de Gironella, nos había dicho que ''el patetismo más profundo no deja de ser un juego estético".

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