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México D.F. Viernes 21 de noviembre de 2003

Jorge Camil

Maniqueísmo político

En el desarrollo de su política exterior selectiva y utilitarista en Medio Oriente, Estados Unidos ha cortejado a dos países que son polos opuestos: Israel y Arabia Saudita. La amistad con Israel es producto del cabildeo del poderoso Jewish Lobby, una sofisticada red integrada por empresarios, abogados, industriales y financieros de origen judío, diseñada para encauzar la opinión pública y las decisiones de Washington que pudiesen afectar al Estado de Israel. El control de los medios de comunicación se ha ejercido a través de innumerables publicistas, editores, periodistas, cineastas y actores con influencia en dichos medios. Y las decisiones políticas favorables se logran mediante cuantiosas contribuciones a las campañas de candidatos que pudiesen influir decisivamente en el otorgamiento de ayuda económica, armamento militar y asistencia técnica a un Estado que es, por derecho propio, una potencia económica.

En apoyo de la tesis que sostiene la facultad del Jewish Lobby para hacer y deshacer carreras políticas, algunos analistas aseguran que uno de los factores que frustraron la relección de Bush padre fue el boicot de los votantes de origen judío, en protesta por la suspensión temporal de ayuda económica estadunidense para obligar a Israel a abandonar los territorios ocupados. (No olvidemos, además, que Israel, a ciencia y paciencia de Estados Unidos, y merced a la obsecuente vista gorda de la Agencia Internacional de Energía Atómica de Naciones Unidas, posee con seguridad armas nucleares; Sharon lo insinuó en más de una ocasión al verse amenazado por Saddam Hussein.) Así, el Jewish Lobby agobia a los votantes estadunidenses con imágenes de los estragos que producen los bombarderos suicidas, e inclina la mano de Washington mostrando sistemáticamente a los palestinos como un grupo de desarrapados sin más objetivo que el ejercicio gratuito del terrorismo internacional. Sólo que ahora los antiguos perseguidos, las víctimas de la diáspora y de la infamia del Holocausto, se han convertido en verdugos inclementes de otros desheredados. Y el otrora enclenque Estado de Israel, forjado por Ben Gurión y consolidado por Golda Meir, eternamente en busca de ayuda de Washington, es hoy en día una temible potencia militar intervencionista que cuestiona con frecuencia las decisiones políticas de Estados Unidos.

La relación con Arabia Saudita es mucho más sencilla, porque brota de la simbiosis natural entre el principal productor petrolero y el primer consumidor: Estados Unidos llena con generosidad los cofres de la casa real de Saúd, y en riguroso quid pro quo el oro negro fluye hacia el puerto de Houston, Texas, en millones de barriles que mantienen operando rascacielos, industrias, hogares y los millones de vehículos todo terreno que pululan despreocupados por las interminables carreteras estadunidenses.

Además, en lo que constituye un verdadero negocio redondo para Washington, el oro saudita (esta vez el amarillo, claro está) regresa a Estados Unidos para ser depositado en las bóvedas de los principales bancos neoyorquinos (el príncipe Alwalid Bin Talal Abdulaziz Al Saúd es hoy uno de los principales accionistas de Citibank). Sólo que los príncipes saudíes, maestros insuperables en el difícil arte del maniqueísmo político, viven en la opulencia mientras albergan y patrocinan a la facción más virulenta del Islam (el wahabismo) y gobiernan sobre mayorías sin esperanza y cada vez más empobrecidas. Las consecuencias son evidentes: 15 de los 19 tripulantes suicidas del 11 de septiembre de 2001 eran sauditas, y los más recientes atentados en Ryad confirman que para los verdaderos musulmanes la monarquía saudita, con lazos demasiado estrechos con la familia Bush, ha dejado de representar a la mayoría.

Para el gobierno estadunidense, el maniqueísmo político se ha convertido en un serio predicamento: Ƒpetróleo, o votos y contribuciones para las campañas presidenciales? Israel vive otro predicamento: la semana pasada cuatro ex directores de Shin Bet, la agencia de espionaje interno, y los pilotos retirados (aún en la reserva), advirtieron al gobierno de Ariel Sharon la catástrofe en la que podría convertirse la actual invasión militar de los territorios ocupados. Los pilotos se rehúsan a continuar bombardeando palestinos indefensos, y los ex directores de Shin Bet temen que la política de mano dura haga "que Israel deje de ser una democracia y un hogar para el pueblo judío".

En Estados Unidos, predicando en el desierto, muchos continúan advirtiendo al gobierno el riesgo de que surjan más ataques suicidas, y muchos, también, se quejan de que la guerra contra el terrorismo esté minando considerablemente las libertades ciudadanas. Por eso, George Soros aportó la semana pasada 5 millones de dólares a la campaña para derrotar a George W. Bush en 2004: "el país, bajo su gobierno, se ha convertido en un peligro para el mundo"

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