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México D.F. Sábado 25 de octubre de 2003

Ilán Semo

Comedia urbana

La escritura como paradoja. Seminario de historia cultural. Roger Chartier dedica varias horas a explorar un capítulo del Quijote. Hacía tiempo que no volvía a México. Su español es impecable. Se le ve con la misma energía de siempre. Con la lectura de la escena donde se relatan las penas de Sancho para reproducir de memoria el poema que el hidalgo ha dedicado a Dulcinea, el grupo estalla en risas. Una catarsis grande y pequeña. En 2003, las dosis de ironía y felicidad que nos deparan ciertas páginas del Quijote siguen siendo incorruptibles. Lo esencial en Chartier es el pensamiento furtivo: la historia concebida como ejercicio de contraintuición. El pensamiento como intento de sobreponerse a la fragmentación propia, a la ilusión/desilusión de las tretas del tiempo. La charla versa sobre los orígenes modernos de la escritura hacia el siglo XVI. El Quijote, Hamlet, los librillos de memorias, el avasallamiento de una sociedad oral por la cultura de lo escrito. La escritura como libertad y como condena. La emancipación de la escritura (del monopolio que ejercían escribanos y monjes) trae consigo la posibilidad de un nuevo yo. Si se le compara con la conversación, el abrazo o la risa, el texto representa la forma más abstracta de comunicación: espejo hueco en el que el intérprete (el lector) hurga su propia imagen. La historia de la escritura en Occidente comienza con la aparición de un peculiar sujeto: el intérprete que se da (por escrito) a interpretar. El diálogo infinito entre un texto y otro. En su fábrica íntima, el acto comunicativo por excelencia acaba reduciéndose al acto más solitario de todos: escribir.

Por la tarde comemos en el insípido restaurante de la universidad. Chartier detesta hablar de comida, lo que se celebra. A veces se olvida el ascetismo que caracteriza a ciertos círculos de la intelectualidad francesa. Le pregunto por los últimos días de Pierre Bourdieu, su amigo. Me cuenta que la política acabó distanciándolos. No la posición política, sino la actitud frente a la política. Habría acaso que volver a pensar en esa antigua diferencia, que a veces suena a una treta verbal, entre la política y lo político. Es difícil imaginar a un intelectual fuera de lo político, es decir, al margen de la reflexión sobre su entorno. Pero cada vez resulta más inconcebible imaginarlo inmerso en la política (la militancia, los cargos, la acción directa, la administración). La separación entre el intelectual y el político parece cada día más infranqueable.

Nueva soledad. En una mesa redonda sobre la obra de Imre Kertész, el attaché cultural húngaro explicó que su relegamiento durante más de 20 años se debió a la prohibición de sus libros impuesta por el régimen stalinista. Es una explicación demasiado sencilla. Otros disidentes de menor dimensión literaria, como Solshenitsin, llegaron a convertirse en best sellers durante la misma época. Una pregunta menos circunstancial sería en qué medida eran sus textos efectivamente legibles -para un público mayoritario, se entiende- en los años 70. ƑO por qué lo son ahora? ƑQué ha cambiado en el espacio de la experiencia del lector en estos años que una literatura tan compleja como la de Kertész puede aspirar a tener cierto éxito? La "crónica" -por nombrar algún género- que escribió sobre la caída del régimen en Hungría entre 1989 y 1993 es significativa al respecto. Lleva por título: Yo, otro. Crónica del cambio. Entre los modernos (de Baudelaire a Benjamin, digamos) la costumbre fue datar al yo como un ente melancólico, un yo incapaz de impedir la nostalgia causada por su propia obsolescencia. Los grandes relatos de la modernidad tendieron a reparar esta fractura. El yo estaba imbuido del sentimiento de que su historia tenía (o podía tener) algún sentido. En Kertész aparece una ruptura radical con esta visión: su "yo" es una realidad casi esquizoide, incapaz de articularse a sí misma a través de ningún relato. Escribe al final de la crónica:

"Mi historia se ha desprendido de mí: de pronto tengo una sensación de desequilibrio, como quien ha perdido la orientación y entre el pasado y el futuro se ha salido del tiempo. Más adelante me recuperaré de este derrumbe y obedeceré a la voz que, detrás de la niebla gris que me rodea, me invita a vivir nuevamente. Sin saber ni entender nada, no obstante, me encuentro ahora en el umbral entre la vida y la muerte, con el cuerpo vuelto hacia delante, hacia la muerte, y la cabeza vuelta hacia atrás, hacia la vida, levantando el pie, indeciso. ƑHacia dónde se dirige? Da igual, pues quien dé el paso ya no seré yo, sino otro..."

Noche. Vips. Ƒ10pm? Ƒ11pm? Ella lleva un vestido azul turquesa. El viste cómodamente. Los colores chillones del lugar les son indiferentes.

-Tienes que olvidarlo. El no existe.

-Sería como olvidarme a mí misma.

-No hay nada de malo en olvidarse de uno mismo.

-Tienes razón. Lo voy a olvidar, ya lo voy a olvidar.

Una vez decretado el olvido de Carlos, la pareja juega con las manos, pide de cenar y sonríe. Silencio. Ella otea el aire con la mirada, se repliega y dice súbitamente: "No puedo respirar. Ahora entiendo por qué la gente se da un tiro". El le responde: "Estadísticamente, las mujeres no se dan un tiro; toman pastillas". Vuelve el silencio. Llega la cena. Ella inclina la cabeza sobre su hombro. Llora en silencio.

-ƑOye, me dejas contarte algo? Es que Carlos tenía un no sé qué....

-Está bien. Pero bájale.

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