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México D.F. Martes 21 de octubre de 2003
Teresa del Conde
El reino de la belleza
El título de este artículo corresponde a la obra más reciente de Eduardo Subirats, presentada en el Museo de la Ciudad de México la tarde del jueves 16. La presencia del autor, que es bien conocido en nuestro medio y la calidad editorial del libro publicado por la Cátedra Alfonso Reyes, el Fondo de Cultura Económica y el Tecnológico de Monterrey, y sobre todo la vigencia de su contenido merecían un público más numeroso, pero posiblemente la inusitada hora que se determinó para el acontecimiento (17:30 horas) impidió la presencia de público interesado tanto en Subirats como en el tema del libro, que trata de la instauración de la pintura abstracta en el contexto de las vanguardias artísticas del siglo XX, comenzando por el cubismo y prosigue con otros temas, todos vinculados entre sí.
En esta ocasión hablaré -no del libro-, algo que me reservo para otra ocasión en la que cuente con mayor espacio- sino del título. Lo hago porque El reino de la belleza no encuentra una justificación explicada en el volumen, pero Subirats la proporcionó con creces al finalizar la sesión de presentación. Sin transcribirlo literalmente, recuento lo que dijo.
Una de las razones por las que el título fue elegido es la siguiente: la palabra belleza en el contexto académico e inclusive en un contexto más amplio es un arcaísmo. Y hablar del ''reino de la belleza" . Por mi parte digo que en inglés suena muy bien: ''The Kingdom of Beauty" es también un arcaísmo, a menos que vinculemos la idea con una preciosa pintura naive estadunidense del siglo XIX que ha sido multirreproducida y que representa una ''Arcadia". El enfoque del autor obedece a una obsesión posmoderna, pues el mundo de las realidades virtuales ''nos coloniza y confunde". El reino de la belleza remite bien a valores universales y personales, o bien -irónicamente- a la función que puede tener un espot publicitario.
Subirats avanzó un ejemplo, tomado de San Juan de la Cruz, ejemplo que tampoco está en el libro. El místico habla del lecho florido en el que el esposo espera a la desposada. ''Es una descripción realista, lujuriosa y seductora", aseveró. Pero en el mismo cántico queda plasmada la metáfora y se trata de una metáfora ''abstracta". El lecho florido es el espacio virtual donde va a traducirse la identificación del alma con Dios, de modo que nos encontramos aquí en un mundo aparte, fuera de la realidad, en un mundo de principios e identidades subjetivas y ontológicas. Es decir, ''el reino de la belleza" se encuentra en el más allá.
En un mundo secular, conflictivo y profundamente amenazado como el que vivimos, el título del libro puede interpretarse como un recurso retórico ambiguo. La pregunta que presentadores y público traíamos en los labios era ésta: Ƒpor qué referirlo al arte moderno? Tal como lo vemos ahora existen, respondió el autor, dos momentos que expresan esta ambivalencia (nostalgia de belleza y repudio a la misma, diría yo). Por un lado está la persistencia de recursos espiritualistas o esotéricos y, por otro, está el hecho de que el arte de las modernidades es pragmático, secular, además de crítico y competitivo.
Esta última noción no quedó incluida en la respuesta de Subirats, pero podía sobrentenderse, pues las vanguardias, salvo contadas excepciones, se dan en el contexto del capitalismo tardío o del ultracapitalismo y obedecen a un proceso darwiniano de selección.
Es interesante, apasionante inclusive, escuchar lo que pensadores independientes, como éste, pueden decirnos acerca de ciertas cosas que tenemos a portata di mano. Como ejemplo de este espiritualismo patente en el arte, citó nada menos que el Anahuacali y habló de ''su dimensión mística". Y pensándolo bien, el Anahuacali quizá no sea grandioso, pero sí es inmenso y sobrecogedor. Los niños pequeños se rehúsan a recorrer sus ámbitos cuando se les lleva a contemplar las floridas ofrendas -que siempre son festivas- del 2 de noviembre.
De acuerdo con Subirats el Anahuacalli, independientemente de las intenciones de Diego Rivera, es como Casa de los Idolos. En todo caso, me digo, es muestra de la persistencia de éstos y es una casa digna de ellos incrustada en el pedregal de San Pedro Tepetlapa.
En otro momento se refirió a la mediocridad que prevalece no sólo en ''El espectáculo artístico" (el arte como espectáculo), sino en la serie de medidas coercitivas, de prohibiciones, de controles burocráticos que en éste y otros países han creado un atolladero que aflige tanto la producción de los creadores como las posibilidades de recepción de un público que en todas formas siempre es minoritario. Cuando no lo es, el efecto se debe a la propaganda, no a genuinas necesidades culturales. Pero la propaganda, pienso, puede dar un giro de 90 grados, encontrarse mejor encauzada y educar por sí misma.
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