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México D.F. Martes 21 de octubre de 2003

Luis Hernández Navarro

Vázquez Montalbán: el imprescindible

Manuel Vázquez Montalbán fue un escritor prolífico, capaz de redactar simultáneamente varios artículos y preparar una paella, según refieren algunos de sus amigos. Indistintamente periodista, poeta, novelista, dramaturgo, ensayista y gastrónomo fue la conciencia crítica más influyente de la izquierda no socialdemócrata española, y uno de los más grandes intelectuales hispanoamericanos.

Su padre fue funcionario de la República española, exiliado y preso político del franquismo cuando regresó a conocer a su hijo. Para sobrevivir tuvo que laborar de mozo de almacén, cobrador de seguros de entierro y repartidor de sombreros. La educación de Vázquez Montalbán combinó este origen proletario, la cultura del barrio chino en Barcelona y una estricta formación académica. Su formación infantil provino de la radio y las novelas populares. Estudió filosofía y letras, así como periodismo porque consideraba que este último era una plataforma para poder escribir.

Desde joven se involucró en la lucha contra la dictadura de Francisco Franco. Colaboró, primero, con el Frente de Liberación Popular y después con el PSUC (Partido Socialista Unificado de Cataluña), partido de cuya dirección formó parte durante muchos años. En la primavera de 1962 fue encarcelado a raíz de una manifestación en solidaridad con la huelga de los mineros asturianos. Condenado por un consejo de guerra a purgar tres años en prisión, permaneció año y medio. Esa estancia carcelaria fue uno de los periodos más fructíferos en su formación. Conoció allí a diversos personajes que con los años serían protagonistas de sus novelas.

Al obtener su libertad se dedicó de lleno al periodismo. Ante la falta de oportunidades de carácter profesional, escribió sobre decoración en Hogares Modernos con el seudónimo Jack el Decorador.

Trabajó indistintamente para publicaciones dedicadas a la jardinería, a la moda, a la salud o a revistas de humor, firmando con distintos sobrenombres. Simul-táneamente hizo política clandestina y colaboró en periódicos de izquierda como Mundo Obrero o Nuestra Bandera. También se ganó la vida durante siete años escribiendo artículos por encargo en diccionarios enciclopédicos. Con el paso de los años se convirtió en colaborador regular de El País e Interviú. Desde 1997 colaboró habitualmente en La Jornada.

Más allá de los distintos géneros en los que incursionó, su obra -dijo en una entrevista a Roberta Erba- se movió a partir de las mismas obsesiones: la reflexión sobre la memoria histórica y sobre el poder; la tensión entre la memoria y el deseo, el conflicto entre la memoria y el proyecto personal, y entre proyecto personal y proyecto colectivo.

Simultáneamente literato y periodista, resolvió la contradicción entre el periodismo que pule e inocula una economía de lenguaje útil, y el periodismo que deforma la lengua. Lo hizo con base en lo que consideró "una cierta esquizofrenia": procurando tener un sistema de escritura para la literatura y un sistema de escritura diferente para el periodismo. Comenzó a considerarse escritor cuando en 1979 recibió el premio Planeta por su libro Los Mares del Sur.

Educado en una sólida formación marxista, alejado del dogmatismo, intelectual "no especializado", hizo de la distancia con el poder una de sus normas de acción. La independencia era para él una condición básica del ejercicio intelectual.

Analista agudo de la realidad, nadó a contracorriente en muchas ocasiones, sin dejarse arrastrar por las opiniones dominantes. A la muerte de Franco tuvo que enfrentar, por sus escritos, 13 causas judiciales. Viajero incansable y lector prolífico, su obra conjugó travesías literarias y excursiones a otras tierras. "La ironía -dijo en alguna ocasión- me ha salvado de la literatura apologética."

Crítico demoledor del neoliberalismo y de la socialdemocracia -a la que no perdonó la justificación de todas las concesiones hechas para que la derecha no se sintiera amenazada-, dedicó parte importante de su obra a reflexionar sobre la lucha por la emancipación social después de la caída del socialismo real.

En El escriba sentado aseguró: "la caída del Muro de Berlín (ha servido) para hacer más altos los muros de mezquitas, las sinagogas y las catedrales". Describió, al mismo tiempo, cómo se han ido destruyendo las ideas que habían servido para creer que era posible cambiar las cosas y construir un mundo mejor, y las condiciones para la formación de un sujeto de la transformación. "Carecer de utopías -afirmó- es vivir los días sin ninguna esperanza real." De esta inquietud nació el intenso diálogo que sostuvo con los zapatistas y su acercamiento y reflexión sobre la revuelta de los globalizados surgida de Seattle.

Estas convicciones no debían implicar, según él, la renuncia a los placeres de este mundo. Comelón, Vázquez Montalbán consideró que aunque "no se puede generalizar, hay una relación directa entre comer, beber y amar". "Quisiera -dijo a Nativel Preciado- que la izquierda hiciera una reflexión: como en España la gente ha pasado tanta hambre, todas las fiestas populares están ligadas a la idea del banquete, que significa sacar el vientre de penas un día al año." Consecuente, llegó a la selva chiapaneca cargado de chorizos.

Periodista e intelectual, racionalista no arrepentido, afirmó en el Panfleto desde el planeta de los simios: "No hay verdades únicas, ni luchas finales, pero aún es posible orientarnos mediante las verdades posibles contra las no verdades evidentes y luchar contra ellas". De él puede afirmarse lo que escribió sobre Noam Chomsky en el libro Noam Chomsky en La Jornada: es un hombre "necesario, imprescindible, para que sea posible el cambio global".

Su muerte deja dentro de las filas de la izquierda un hueco imposible de llenar.

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