México D.F. Lunes 20 de octubre de 2003
Llegó a ser incoherente el discurso del
Papa, que declaró bienaventurada a la religiosa
Calcuta observa la beatificación fast track
de la "santa de los arrabales"
Hubo cierto interés, pero la ciudad jamás
ha estado muy cómoda con la Madre Teresa
PHIL REEVES THE INDEPENDENT
Calcuta, 19 de octubre. Pronunció tan mal
su discurso que llegaba a ser incoherente. La edad y la enfermedad privaron
cruelmente de inteligibilidad a su homilía. Pero de algún
modo el papa Juan Pablo II reunió la energía para murmurar
la palabra que, en un soleado día de otoño en Roma, un cuarto
de millón de personas acudió a escuchar en la Plaza de San
Pedro.
En una misa al aire libre ante una de las mayores multitudes
jamás reunidas en el Vaticano -congregación en la que figuraron
lo mismo la aristocracia religiosa y política que las monjas que
la siguieron y los pobres a quienes cuidó-, el pontífice
declaró oficialmente "bienaventurada" a la Madre Teresa de Calcuta.
"En ella percibimos la urgencia de ponernos en un estado
de servicio, en especial para los pobres y los más olvidados", expresó,
después de ser conducido en silla de ruedas hasta el trono desde
el cual llevó a cabo la beatificación, la número 1315
de su papado, cantidad que rebasa las realizadas por sus predecesores de
los 500 años pasados.
"¡Viva
el Papa!", gritaba la multitud cada vez que desfallecía. Cuando
las facciones arrugadas y envejecidas de la Madre Teresa, ataviada con
su conocido sari blanco con adornos azules, aparecieron en un tapiz que
fue desdoblándose en la fachada de la catedral, hubo aclamaciones
de la multitud, que no sólo llenó la plaza, sino se apretujó
también en la amplia Via della Conciliazione, que va del Vaticano
al río Tíber. Pero también hubo lágrimas del
pequeño ejército de monjas Misioneras de la Caridad, la orden
que Teresa fundó en 1950 con sólo 12 monjas y hoy agrupa
a 4 mil 500 en 133 países.
Fue una ocasión fastuosa, en la cual las dudas
-sobre la autenticidad del milagro que llevó a la Madre a la beatificación;
sobre su rígida oposición al aborto y a los condones en una
India sobrepoblada e infestada de sida; sobre los dictadores de quienes
aceptó donativos; sobre la posibilidad de que otros, más
dignos que ella pero que eran indígenas de rostro moreno, hayan
sido pasados por alto, y muchas más- fueron hechas a un lado.
"Hermanos y hermanas, aun en nuestros días Dios
inspira nuevos modelos de santidad", dijo el Papa a la multitud, estimada
por funcionarios del Vaticano en 300 mil, que llegó sabiendo que
son los días finales de su papado, atraída por ver a un avejentado
campeón de la Iglesia católica rendir honor a una igual que
él, colocándola en un andador de alta velocidad hacia la
santidad.
Fue una semana llena de agotadoras ceremonias para marcar
su 25 aniversario: a los 83 años de edad, el Papa, hombre cuyo valor
físico es uno de sus principales atributos, ha logrado de alguna
forma someterse a todas ellas pese a que su mal de Parkinson empeora.
"Algunos se imponen por su radicalismo, como el que ofreció
la Madre Teresa de Calcuta, a quien hoy añadimos a las filas de
los bienaventurados", dijo ayer en latín, completando la fórmula
crucial de la beatificación. Pero sus auxiliares leyeron su homilía,
en la que expresó su gratitud personal "a esta mujer valerosa a
quien siempre sentí a mi lado", un "icono del buen samaritano",
que había "elegido no sólo ser la más pequeña,
sino la servidora de los más pequeños".
Danzarinas indias que portaban incienso y flores aparecieron
en escena, con sus saris de color blanco y oro cuidadosamente coordinados
con las muy ornamentadas y pesadas vestiduras del Papa, un toque de extravagancia
que difícilmente podría ser más remoto del carácter
de la mujer a quien honraban.
Y las reliquias de la Madre Teresa, que murió en
1997 de un ataque al corazón, a la edad de 87 años, fueron
llevadas en procesión, entre ellas un trozo de algodón empapado
con gotas de su sangre.
Entre los personajes presentes estaban los presidentes
de Albania -nación a la que ella pertenecía étnicamente-
y de Macedonia, en cuya ciudad de Skopje nació durante la era otomana.
Había decenas de representantes de India, cuya nacionalidad adoptó,
y en cuyas caóticas barriadas vivió y trabajó.
Hay más por venir en este asunto. El Papa ha acelerado
su tránsito a la santidad, rompiendo con la práctica de la
Iglesia católica de esperar cinco años después de
la muerte de un candidato para comenzar el proceso de beatificación,
que a menudo tarda decenios.
El año pasado desató la controversia al
confirmar el milagro requerido para beatificarla, la recuperación
de una mujer india sometida a tratamiento por lo que los médicos
decían que era un tumor abdominal incurable. Pero se requieren pruebas
de un segundo milagro para la canonización.
En Calcuta, la beatificación fue observada con
cierto interés. Hubo oraciones y celebraciones en los hogares que
administra su orden, en los cuales se levantó la prohibición
de ver televisión para presenciar la transmisión en vivo
de la ceremonia en Roma. Pero la gran ciudad del oriente de India, con
su larga tradición marxista y la mayoría hindú que
ha tenido desde la independencia del país, jamás ha estado
demasiado cómoda con la "santa de los arrabales". Sabe que, pese
a todas sus buenas obras, los arrabales siguen tan atestados como siempre.
© The Independent
Traducción: Jorge Anaya
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