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E C O N O M I A
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México D.F. Lunes 20 de octubre de 2003

León Bendesky

Sur

Los presidentes Lula y Kirchner están haciendo política, para eso fueron electos. El primero ha empezado a aplicar una serie de reformas encaminadas a tratar el problema de la inequidad social que padece Brasil, y que es uno de los más graves del mundo; el segundo ha aprovechado la aguda crisis económica argentina para instrumentar acciones que han ido sentando bases para una incipiente recuperación de la actividad productiva y de la confianza de la gente.

En primer lugar, la política se hace adentro, en el seno de la sociedad que se gobierna. Y hablo del quehacer político de modo integral, no por pedazos de realidad, cualquiera que sea, como se ha hecho mala costumbre en México. De ahí, de lo interno, cuando está bien definido, se pueden tender las líneas para hacer una política exterior que complemente y extienda los márgenes para operar y negociar con otras naciones y de sumar intereses. Vaya, me refiero a una política que para empezar amplíe la capacidad de imaginar a quienes conducen un gobierno y también a quienes se gobierna. Ese es uno de los problemas de la democracia: no nos satisface la que tenemos y queremos todo. Por eso mismo sobresalen tanto la ineficacia y la manera en que algunos suelen servirse de ella para su provecho; eso se sabe ya bien en Argentina y se vuelve a exponer ahora en Bolivia y, claro, los casos abundan tan sólo en los años recientes en América Latina.

Los gobiernos que encabezan Lula y Kirchner han establecido recientemente lo que se ha llamado el Consenso de Buenos Aires. No debe ser, por supuesto, ninguna casualidad llamar así a un proyecto político que se establece en el Sur de este subcontinente. Muestra una poca de audacia, luego de un largo periodo de ausencia de ideas y de cansancio intelectual provocado por el automatismo del pensamiento que provocó el Consenso de Washington entre gobernantes y grandes empresarios. No se sabe qué saldrá de los acuerdos que giran en torno de la región que ahora conforma el Mercosur, pero cuando menos se ve que Lula tiene un proyecto en la cabeza, que busca por distintos medios cómo llevarlo adelante y que identifica quiénes son las contrapartes a las que debe sumar. Eso ya lo demostró en la pasada reunión de la Organización Mundial de Comercio en Cancún, cuando encabezó las posturas del Grupo de los 21 en la disputa del comercio agropecuario con Estados Unidos y la Unión Europea. Su política exterior es también muy activa en el campo de Naciones Unidas, argumentando que América Latina debe tener un lugar permanente en el Consejo de Seguridad.

Kirchner, por su parte, ha establecido una negociación muy atípica con el Fondo Monetario Internacional, en cuanto a los términos de la gestión de la deuda externa argentina y de las nuevas fuentes de financiamiento. Consiguió una reducción enorme de la deuda en un caso no visto antes en la relación de los organismos financieros internacionales con un país en desarrollo. Esta debería ser una referencia significativa para los demás gobiernos de la región, cuando menos para definir nuevas pautas de las relaciones económicas internacionales y en preparación para la próxima etapa de restricción financiera. Ha sido igualmente interesante la manera en que su gobierno ha planteado la relación con el capital privado con respecto al trato de la inversión extranjera, sobre todo la española.

Ambos gobiernos, de Lula y Kirchner, están preparando el siguiente enfrentamiento externo, esta vez con Estados Unidos en el asunto del Area de Libre Comercio de las Américas (ALCA), cuya conferencia de ministros se reunirá en Miami en noviembre. En este caso la decisión política que han tomado es negociar conjuntamente como Mercosur con Estados Unidos en una fórmula que han llamado 4 + 1. En el marco de los resultados de la reunión de Cancún, luego de la cual el gobierno de Bush anunció que ahora negociaría sus tratos comerciales de manera bilateral, la postura del Sur es relevante, en especial, como forma de hacer política.

La reivindicación de la política frente al pensamiento automático está planteada en el propio Consenso de Buenos Aires, en el cual se advierte, según ha dicho el ministro brasileño de exteriores, Celso Amorim, que el desarrollo no es mera consecuencia de la estabilidad y la liberalización, sino que depende de la realización de políticas activas. Esta cuestión parece evidente. Admitir la evidencia ya es un paso, sobre todo si se parte de la experiencia mexicana en la que aún predomina el automatismo y la completa dependencia externa del Norte, tanto de las fórmulas más desgastadas de hacer política económica como del mercado de Estados Unidos. Siquiera recordemos al gran Goyeneche y el tango que dice: "Sur, paredón, y después luz de almacén"

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