México D.F. Viernes 10 de octubre de 2003
IRAK: GUERRA SIN FIN
El
atentado con coche bomba perpetrado ayer en Bagdad contra una estación
de la policía iraquí, en el que murieron nueve personas,
y el asesinato del viceagregado de Información de la embajada española
en Irak, José Antonio Bernal Gómez, son dos nuevas muestras
de la profunda descomposición social que agobia a ese país
árabe a raíz de la invasión angloestadunidense y del
derrocamiento de Saddam Hussein.
Estos condenables actos de violencia son síntomas
del hondo malestar existente en una amplia franja de la población
iraquí que podrían interpretarse como una suerte de represalia
contra quienes son considerados colaboracionistas -los policías
al servicio del gobierno de ocupación- o cómplices del arrasamiento
y del sojuzgamiento de Irak, como es el caso del gobierno español
de José María Aznar.
Si a esta cadena de muerte se suman los ataques contra
la oficina de la ONU en Bagdad, que en septiembre pasado cobraron la vida
de 22 personas, incluido el representante principal de ese organismo, el
brasileño Sergio Vieira de Mello, y los continuos choques entre
las guerrillas iraquíes y las tropas invasoras -cuyo saldo asciende
a casi un centenar de soldados estadunidenses muertos desde el "fin" de
las hostilidades-, es claro que el panorama de odio y confrontación
en Irak no ha hecho sino agravarse. En este contexto, el Irak de la "posguerra"
no es, de forma alguna, una nación en proceso de reconstrucción,
pacificación y reconciliación, como quieren presentarla Bush,
Blair y sus secuaces, sino el escenario de una guerra sorda que tiende
a extenderse y prolongarse, con consecuencias imprevisibles para los propios
iraquíes y para la geopolítica mundial, y que trae tras de
sí el estremecedor recuerdo de Vietnam.
Si a estas ominosas circunstancias se suman la escalada
de tensión causada por el desenfreno militarista del gobierno de
Israel -los recientes ataques contra supuestos campamentos terroristas
en suelo sirio son el más fehaciente ejemplo del incendiario afán
de Ariel Sharon-, la decisión del gobierno de Turquía de
enviar efectivos militares a Irak -lo que podría desatar un grave
enfrentamiento con los kurdos- y el creciente hostigamiento de Washington
en contra de Siria e Irán, resulta evidente que el mundo podría
ingresar a un nuevo estadio de conflicto abierto en Medio Oriente, con
todas las implicaciones bélicas, económicas, políticas
y humanitarias inherentes a tal posibilidad. Y de ello no serían
responsables presuntos terroristas o gobiernos contestatarios provistos
de -hasta la fecha- inexistentes arsenales de destrucción masiva:
serían Washington, Londres, Tel Aviv y Ankara los causantes del
recrudecimiento de la violencia y del eventual estallido de nuevas conflagraciones
armadas en esa región del planeta.
En lo tocante a Irak, si bien no se ha clarificado si
los responsables de los recientes atentados son milicianos leales a Hussein,
grupos de resistencia a la dominación extranjera no vinculados al
régimen derrocado u otros activistas alentados desde dentro o fuera
del país, es claro que mientras persista la ocupación de
Irak no será posible reconciliar efectivamente a la sociedad de
esa golpeada nación ni cicatrizar las profundas heridas que sufren
los iraquíes y que tienen como manifestación más palpable
el odio y el rechazo contra los invasores estadunidenses y británicos
y sus aliados.
El asesinato del viceagregado español es parte
de la lógica perversa de muerte y venganza a la que han sido orillados
algunos iraquíes y que, sin ser justificable, es parte del clima
general de indignación contra todos aquellos que son percibidos
como participantes, avales o beneficiarios del sometimiento de Irak y del
expolio de su riqueza natural y cultural
Por ello, resulta necesario que a la brevedad sea devuelto
a los iraquíes el pleno gobierno de su nación y sean retiradas
las fuerzas extranjeras que los afrentan y oprimen. En ello no sólo
está en juego la viabilidad futura y la soberanía de Irak
sino la paz y la estabilidad de buena parte del mundo.
|